Quiero ser futbolista

Carlos Miguélez Monroy

Uno de cada cuatro niños en España quiere dedicarse al fútbol profesional, según la encuesta "¿Qué quieres ser de mayor?". Cualquiera atribuye este anhelo a los 100 millones que pagó el Real Madrid al Tottenham para fichar a Gareth Bale, o al sueldo que percibirá cada año el jugador galés: 11 millones netos. Sin embargo, los menores valoran más el sentirse reconocidos, según la encuesta que realiza todos los años Fundación Adecco con niños de entre 4 y 16 años de edad. Los participantes señalan el compañerismo, la actitud ante el trabajo y la vocación, antes que el sueldo, como los valores más importantes para encontrar la felicidad en el trabajo.

Estos resultados cuestionan la supuesta falta de valores en los niños y en los jóvenes de la que se quejan muchos adultos. Una amnesia les impide recordar cómo las generaciones anteriores los señalaban a ellos por los mismos motivos cuando eran jóvenes.

No se puede responsabilizar a los jóvenes por los contenidos en medios de comunicación que han forjado empresarios adultos con ambiciones cada vez mayores de vender periódicos o aumentar las audiencias, cueste lo que cueste. Hablan del “mercado de fichajes” como si se tratara de una venta de ganado, de un “mercado de piernas”, como llaman en México a los días en que representantes de los equipos compran y venden jugadores.

Esos medios golpean a diario con el famoseo de los futbolistas de forma cada vez más insistente. Los telediarios dedican cada vez más minutos a los deportes, aunque a sus componentes menos deportivos: sus cruces de declaraciones y luchas de egos, los sueldos, las imágenes de los fans que persiguen a las estrellas por una foto o una firma, los coches que conducen aunque algunos ni tengan carnet de conducir.

A muchas personas con sueldos que apenas les permiten llegar a fin de mes les parecen “normales” los 45 millones que pagó el Arsenal por Mesut Özil al Real Madrid porque lo comparan con lo que costó Bale. Desde hace algunos años, los “periódicos deportivos” hablan sin pudor de los 10, 15, 20, 25 millones que pagan algunos clubes – siempre los mismos – por jugadores que ni siquiera han cumplido la mayoría de edad. El Barcelona vendió a Thiago Alcántara, uno de sus talismanes, para hacer caja tras el millonario fichaje de Neymar. “Libre mercado”, dicen los defensores de orgías ajenas a la pobreza y la crisis que impide a mucha gente contratar la televisión por pago para ver a Messi y a Cristiano. Compran su derecho a quedarse en el bar con una Coca Cola. Algunos medios elogian las operaciones millonarias por el prestigio que le aportan a la “marca España”.

El dinero como fetiche de la sociedad de consumo ha convertido incluso a los países en objeto de marketing. Hasta algunas ONG sucumben a ese lenguaje y hablan de su supuesta necesidad de “crear marca” ante el recorte en ayudas por parte de estados en quiebra por salvar a los bancos. Adoptan el mismo lenguaje de empresas que, por medio de programas de “responsabilidad social corporativa”, aportan los fondos para mantener proyectos sociales cada vez más necesarios.

Ante semejante panorama, sorprenden los alarmismos que culpabilizan a los jóvenes, a los que se bombardea a diario con mensajes cargados de materialismo y frivolidad. Ellos no deciden que dediquen horas de telediario al peinado de Sergio Ramos. Sin embargo, esta carga de “valores” no la perciben sólo en el “dinero fácil” de los futbolistas o en los mensajes consumistas de la publicidad. También captan el desprecio de unos políticos que normalizan la corrupción y que se vuelcan en Eurovegas o en quimeras olímpicas mientras recortan las becas para estudiar aquí o en el extranjero, la sanidad, las pensiones de sus abuelos, la ciencia y la investigación. Les repiten hasta la saciedad la importancia que tiene estudiar una carrera para conseguir un puesto de trabajo que redunde en dinero que les permitirá llenar su casa de objetos y no para desarrollarse como personas en la búsqueda de su propia felicidad y procurar así vivir de lo que uno aprende a amar.

No culpemos a los jóvenes por querer ser futbolistas o famosos de otro pelaje.

*Carlos Miguélez Monroy (@cmiguelez), socio de infoLibre, es periodista y coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias.infoLibre

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