Desgarrados por una deuda

Carlos Miguélez Monroy

Casi 9 millones de británicos, el 18% de la población, consideran que tienen problemas financieros graves. Así lo revela un estudio de The Money Advice Service, organización dedicada al asesoramiento en materia de inversiones, préstamos y deudas. Estudiantes universitarios que no tenían cómo costearse sus estudios, trabajadores jóvenes, familias numerosas o de bajos ingresos, personas dependientes o jubilados con dificultades para llegar a fin de mes… Tres de cada 4 personas en esta situación se declaran “infelices”. Esa infelicidad se manifiesta en forma de depresión y de estrés, dos estados que no ayudan a la hora de tomar decisiones vitales.

En España, miles de personas han caído en las garras del prestamista Antonio Arroyo y sus colaboradores, que anuncian “crédito fácil en 24 horas”. Llaman personas desesperadas que no vacilan a la hora de firmar contratos que luego los obliga a pagar intereses que la normativa de la Unión Europea considera abusivos. Algunos han perdido hasta su casa por un préstamo para pagar a sus proveedores, para no dejar caer el negocio familiar o para pagar cuentas pendientes de luz, agua o gas. Al poco tiempo se encuentran con otra deuda que los puede hundir aún más.

El prestamista fue detenido hace unos años por blanqueo de dinero relacionado con tráfico de drogas y tiene a sus espaldas decenas de denuncias que la policía investiga. Eso no le impide buscar nuevas víctimas, que no deja de encontrar en un contexto de crisis, de deuda y de desesperación. Presume de haber firmado 50 préstamos al mes durante seis años. Es decir, 3.600 familias en sus manos. Como ha ocurrido con las personas que se endeudan con los bancos o quienes han invertido en las conocidas preferentes con información engañosa sin leer la letra pequeña, habrá quienes argumenten que los contratos están para cumplirse. La parte de la responsabilidad de cada persona endeudada no absuelve ni justifica a la parte del contrato que comete un abuso. La mala fe bastaría en derecho para anular acuerdos y darlos por no celebrados.

Más allá de los aspectos legales y de los números, están el sufrimiento, la desesperación y las decisiones a las que puede conducir una deuda. Este aspecto psicológico se encuentra también en las causas de deudas por comportamientos compulsivos, adicciones y estados de ánimo que entorpecen la toma de decisiones y que magnifican el problema. En caso de detectar cláusulas abusivas o mala fe, podría tenerse en cuenta el estado psicológico que conduce a muchas personas a endeudarse, o el riesgo de pobreza y de exclusión al que se enfrentan.

Según el estudio citado de Reino Unido, casi un 50% de las personas endeudadas tienen niveles bajos de ingresos. Las personas con dificultades para pagar cualquier factura se enfrentan a un riesgo mayor de endeudamiento, lo que puede desembocar en mayores niveles de estrés o de depresión en sus miembros. Esto puede allanar el camino para malas decisiones. O para la inacción. El estudio revela que sólo un 18% de las personas endeudadas pide consejo profesional para salir de su situación. Se ha instalado una demonización del deudor con mensajes como “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” o “hemos gastado como ricos”. Aunque haya casos que así lo demuestren, las circunstancias de muchas víctimas de esta situación han cambiado al perder el empleo que hasta ahora tenían.

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En algunas familias, todos los miembros en edad de trabajar han acabado en esa situación. Los bancos tienen gran parte de responsabilidad en la deuda que generó la crisis. Los ciudadanos endeudados han tapado con dinero de sus impuestos los agujeros provocados por su irresponsabilidad, mientras algunos directivos eran despedidos con indemnizaciones millonarias que amparaban sus contratos blindados. Resulta una incoherencia convertir la deuda en enemigo público cuando los niveles de consumo dependen del crédito y de la deuda. En el colmo del absurdo, aún se reduce la salida de la crisis al consumo. Esto deja ver que algunos políticos y tertulianos de televisión no ofrecen una alternativa real, sino un regreso a tiempos anteriores a 2008, todo comenzó a saltar por los aires.

La deuda produce infelicidad, como señalan los estudios. Pero puede que el vacío y la insatisfacción también la causen y la alimenten.

Carlos Miguélez Monroy es periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias y socio de infoLibre

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