Trabajamos para ellos

Fernando Pérez Martínez

Bancos –JP Morgan, Rabobank, UBS, HSBC, Standard Chartered, Banco Vaticano IOR…– que pagan millones de euros para evitar llegar a juicio en el que se les acusa de tramposos manejos como blanquear ingentes cantidades de dinero, procedente de negocios de tráfico de narcóticos o de guerra terrorista o de tráfico de armas o de prostitución o de otras ilegales maneras de forrarse sin dejar un céntimo a la hacienda pública de cualquier país. Se acepta como lugar común que los negocios más lucrativos son precisamente estos.

Las agencias de noticias nos los pintan tópicamente envueltos en los harapos de gente subdesarrollada, analfabeta o poco menos y sin ningún signo de respetabilidad, pistoleros, sicarios, rameras, gente marginal cuya sola visión los delata como merecedores del desprecio y la vigilancia policial. Nada más falso. Cuando los reportajes televisivos nos muestran a una matrona –casi analfabeta y sus hijos desfondados por la obesidad y la incuria intelectual, vestidos con chándal de primeras marcas de mercadillo, apeados de lujosos deportivos, conducidos entre la fuerza policial a la entrada de juzgados o sentados en salas de audiencia en los que se ventilan asuntos de muchos millones de euros por venta al pormenor de drogas ilegales en blocaos y búnkeres de chabolas, guardados por armas de fuego, granadas y sistemas de vigilancia electrónica complementados por legión de chivatos y gariteros–, cuesta trabajo relacionar a esta “gentuza” con la otra, la de sus socios que sólo pisan espesas moquetas. Irreprochables “señores” sofisticadamente acicalados, con relucientes calvas, doradas en la cubierta de embarcaciones que surcan los mares de las costas más chic del Mediterráneo o de otros mares tropicales.

Cuando vemos sus plateados aladares encuadrando una tez bronceada y una sonrisa esculpida por hábiles y carísimos odontólogos nos parece un disparate que tengan nada que ver con la turba aturdida y sudada que es conducida a empellones entre la policía uniformada y los gritos y amenazas estridentes que una jarca de parientes con sobrepeso y tinte chillón en el pelo, derrama afrentando a periodistas intimidados que se ganan la vida fotografiando la escena.

Aun cuando cueste trabajo creerlo pertenecen al mismo gremio, son distintas piezas del mecanismo económico que hace que el mundo gire todos los días.

Los unos sin los otros no serían nada. Y ensambladas ambas piezas convenientemente arropadas por el entramado legal que les permite negociar en exclusiva con las sustanciosas materias de su tráfico que guardan los policías que nosotros financiamos junto con los jueces que aplican las leyes que les confieren el monopolio sobre esta parcela económica, concluiremos que no existiría su tenderete sin la colaboración nuestra como socios capitalistas por la vía fiscal y como clientes de su mercado negro.

Qué día será el que nos levantemos de la cama o de los cartones que hacen la vez y proclamemos que nos importa una higa la argumentación capciosa sobre la moralina de lo indecente higade que estos tráficos pasasen por la ventanilla de la Hacienda pública colaborando con sus impuestos, sobre beneficios multibillonarios, al sostenimiento de los servicios públicos que hoy mantenemos en exclusiva los trabajadores. Puesto que la historia tozudamente demuestra que la llamada guerra de los ciudadanos decentes contra el tráfico de estupefacientes y la prostitución lo que ha conseguido es incrementar beneficios, disminuir costes de producción, liberar de impuestos este comercio y devorar ingentes recursos sociales que sólo benefician a los patronos de dicho negocio; qué estamos esperando para ordenar a nuestros representantes políticos que exijan el cambio legal que permita que paguen impuestos, que afloren puestos de trabajo legales y erradicación de delitos como en su día fueron la venta de bebidas alcohólicas, su transporte, distribución, consumo…

Para muchos agricultores el cultivo de cannabis es un complemento imprescindible hoy para sobrevivir a la crisis. ¿Por qué cedemos la exclusiva agrícola del cultivo a otros países? ¿Qué ventaja moral se sigue de semejante disparate? No podemos permitirnos la estupidez porque nos resulta demasiado costosa.

Elegir entre los servicios públicos que alcanzamos y prosperar en este camino exige desprendernos de quimeras y batallas que jamás se podrán ganar, dejando en el camino demasiados cadáveres de gente inocente, demasiado dolor y recursos dilapidados en beneficio de corruptos y aprovechados.

La ingente cantidad de beneficios económicos que generan estos comercios ilegales hace imprescindible la existencia de lugares en los que guardarlos y almacenarlos ya que no se pueden ingresar en cuentas corrientes que resultarían llamativamente abultadas y como tales imposibles de ocultar a los sistemas de control fiscal de los estados.

Se les llama eufemísticamente “paraísos fiscales” y pese a la notoria calamidad que representan para el funcionamiento del comercio legal y la estabilidad de los estados democráticos, ahí están, intactos como zulos inaccesibles de la rapiña del comercio ilegal del mercado internacional, defendidos a sangre y fuego por sus intocables y poderosos propietarios.

Defendidos por el estado de opinión de nuestras negligentes mentes intoxicadas de sofismas éticos que nos condenan a seguir trabajando para ellos. No se puede tocar un solo hilo sin destejer todo el paño. El temor y la estupidez nos obligan a trabajar para ellos. Son nuestra policía, nuestros jueces, nuestros representantes políticos los sometidos a la amenaza de la extorsión o la mordida.

Somos nosotros quienes nos arriesgamos acudiendo al mercado negro, los adictos desamparados, los intoxicados o contagiados por ausencia de regulación, los que pagamos precios abusivos. Cuánto tiempo más continuaremos ofreciéndoles nuestro dinero, nuestro sufrimiento y esfuerzo, nuestra precariedad y trabajo a estas acémilas desalmadas y su cohorte de rábulas y contables.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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