Ayudando a mi benefactor

José Enrique Centén Martín

Son momentos delicados para él, muchos años cuidándome, preocupado por mi dolencia y ahora no sabe cómo actuar, se excede en el concepto romano antiguo y tradicional de la amistad, una serie de lazos personales motivados por el favoritismo, de una naturaleza que definiríamos hoy como clientelar, le preocupa ya no solo por lo que me atañe, sino por tantos otros que tal vez no lleguen a tiempo para recuperarse, ocurre con los 300 hepáticos catalanes a quienes se les niega una medicina necesaria urgentemente, por cara, o el conflicto de competencias territoriales de Treviño que ha costado la vida a una criatura de tres años, todo por la desidia de los gobernantes.

Han traicionado la Fides de Cicerón, lo primero de todo, la confianza que se deposita en otro: “habere fidem magnam alicui”, confianza en sentido amplio, la fidelidad al compromiso, honradez, recta moral, conciencia misma del individuo, la que deben esos que fueron elegidos para que lleven a cabo sus reivindicaciones y cumplan sus promesas.

Mi benefactor está preocupado por mí, una cosa insignificante comparada con tantos otros casos, operaciones con largo periodo de espera, pero que retrasan para atender a un amigo con la misma dolencia detectada la semana anterior, o la del cazador de elefantes con varias intervenciones seguidas sin lista de espera.

Mientras tanto mi benefactor se está replanteando su egoísmo, dando importancia a mi malestar cuando hay miles de casos más importantes, como lo dependientes abandonados, los enfermos de diálisis, los mayores sin compañía…, y el preocupado por mí, la rodilla, un problema menor desde hace varios años, actualmente más quejumbrosa, se preocupó en diciembre pasado cuando me llevó al médico, en enero me hicieron la radiografía, el 21 de marzo la cita con el traumatólogo, una resonancia para junio y la próxima visita al traumatólogo en diciembre, un año después, eso sí, todo muy bien programado incluso te avisan dos días antes de tu cita.

Mi benefactor expresa que no hay nada más amable que la recompensa de la benevolencia, nada más que el intercambio de afanes y lealtades, eso piensa él, no así los políticos que solo miran el beneficio propio, la busca de fortuna y cegados por su abrazo, se dejan llevar por la soberbia y la arrogancia, y nada puede hacerse más intolerable que un necio afortunado al que su arrogancia domina, expresan exabruptos contra la marcha de la dignidad, dignidad que reclaman como afectados por la podredumbre de los políticos, privatizando derechos esenciales y recortando los adquiridos.

La marcha y la manifestación de la dignidad es en busca de una sociedad en la que confiaban que estuvieran todas las cosas que los hombres piensan que deben ser buscadas, la honradez, la tranquilidad de espíritu y la felicidad, de modo que la vida sea dichosa, y sin éstas no puedan serlo. Se han puesto en marcha impelidos por sus derechos pisoteados, porque los políticos han errado y escupen improperios porque la verdad molesta, no se molestan por sus errores, lo que llevan mal es ser reprendidos por sus delitos, acostumbrados como están a la peste de la adulación, el halago, el servilismo; vicio de hombres ligeros y falaces, que dicen todas las cosas según el deseo, nada según la verdad.

Mi benefactor no puede participar en la marcha de la dignidad, como hizo otras veces en otras manifestaciones parecidas, yo se lo impido, mi maltrecho estado ya le ha jugado varias malas pasadas, le obligo a manifestarse escribiendo, y él espera que publiquen sus denuncias.

José Enrique Centén Martín es socio de infoLibre

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