Malos tiempos que pretenden que añoremos

Fernando Pérez Martínez

Mal pinta cuando a los trabajadores se les anuncia como futuro prometedor que podrán tener un trabajo que les permita cubrir, haciendo economías, la mitad de sus necesidades; entendiendo por necesidades casa, alimento, transporte, vestido y cuanto es básico para la supervivencia.

El sueldo escaso que dio el nombre despectivo a su perceptor de mileurista al inicio del tercer milenio de nuestra era sufrió un cambio radical, siendo propulsado a la categoría de paga razonable al reducirse los salarios casi a la mitad de ésta. Se habrá acabado el paro dirán. Y también el derecho a vivir de un trabajo para amplias capas de población. Así, el hombre o la mujer solteros habrán de compartir gastos con otros, para poder pagar el alquiler de una vivienda, ya que ni éste, ni los demás gastos se han reducido en la misma proporción. El ocio, para quien pueda disponer de tiempo libre; se ahormará a las disponibilidades económicas lejos del modelo ahora en vigor. El ordenador, los telefonitos inteligentes y los juegos cibernéticos conocidos desde la infancia y tan costosos serán, quizás, añorados como objetos de un pasado que no volverá. Regresará el dominó, la baraja, el parchís, el ajedrez y la lectura que eran en los tiempos recordados con nostalgia; actividades marginales, minoritarias, antediluvianas o elitistas.

Aún podrán seguir viendo la televisión controladora, más grosera y maleducada; para que les continúe sobando las meninges y les ofrezca el bálsamo de la resignación que antes dispensaban los clérigos. La pareja será una necesidad de supervivencia económica más que una elección voluntaria para muchos. Y si se desea tener descendencia o si se tiene como fruto del azar de la convivencia entre compañeros de piso, significará un descenso en la escala económica que les sitúe en una posición más vulnerable a los rigores económicos, además de un reparto de la escasez entre uno más. El divorcio estará descartado por imperativo pecuniario. La pareja, es decir dos salarios, garantizarán la supervivencia física dentro de lo que hoy se entiende en Europa como vida colindante con la precariedad, al límite.

Amenazados por el azar de que haya o no reveses que impliquen gastos no previstos que sólo podrían sufragarse con un tercer salario si la jornada laboral o el cuerpo lo permiten. Si no es así, los trabajadores, sin asistencia social, estarán a expensas de organizaciones caritativas o directamente dependientes de la limosna. El acceso a la educación será una reliquia del pasado. Habrá, cómo no, una educación primaria. La justa para satisfacer la necesidad de mano de obra que precise el tejido empresarial; adocenadora, autocomplaciente y suficientemente impregnada de dogmatismos embrutecedores como para sedar la conciencia de la mayoría y justificar las sangrantes injusticias sociales del reparto de los beneficios del trabajo y el capital.

También habrá un número de becas caritativas, quizás surtidas por las propias organizaciones mercantiles o industriales particulares o privadas que les servirán triplemente: a los intereses de sus propulsores, de promoción publicitaria y para atraerse a la nueva clase de advenedizos agradecidos.

Poco costará borrar la memoria, como es habitual. Nadie reclama lo que ignora, sólo se pide aquello que se conoce. Y la norma será que hay actividades, cualidades , objetos que “naturalmente” corresponden a la élite opulenta con sus hábitos y sus derechos y otras que aprenderán, también en la escuela; que son consustanciales a las masas de peones, operarios y toda clase de subalternos, como la precariedad, la obediencia, la resignación y la represión política y policiaca. Desde esta perspectiva, nada halagüeña; los tiempos de crisis que vivimos serán recordados envueltos en el celofán que maquilla la memoria de una época en que la vida discurría con menos aristas.

Vivimos una coyuntura en la que nuestro sistema productivo no sabe competir con el de los países del tercer mundo, no tan lejanos, en los que un jornalero recoge aceitunas por dos euros de sol a sol sintiéndose afortunado. La mano de obra de China, India, Bangladesh y otros países es capaz de realizar el trabajo que antes se manufacturaba en Occidente, con mucho menor salario y responsabilidades laborales para las corporaciones empresariales. Las fábricas arden o se derrumban sobre los trabajadores, que en ocasiones comen y duermen al pie de la máquina. Se les hacen los funerales pertinentes y se sustituyen. La producción continúa, no se investigan responsabilidades y si se hace es para concluir que esas cosas pasan, es la fatalidad que afrontan los obreros, así como los fachendosos asumen la suya de atragantarse engullendo caviar o resbalar al subir a su yate. Cada cual asume los peligros propios de su rango. Y si se concluye alguna responsabilidad empresarial puede la tierra seguir girando en torno al sol cuanto quiera sin que se paguen las cantidades, modestas, insultantemente magras; con las que deben compensar a las familias que quedan privadas de su sostén, padre, madre…

Y otra vez al lío que aquí no estamos para perder el tiempo por cosas que pasan todos los días, que están en la lógica previsible de la tarea y que no se pueden remediar. Ésta es la situación en la que se desenvuelve la vida para más de dos de cada tres trabajadores en el planeta. Y los trabajadores de Occidente colaboramos con la situación, cavando nuestra propia tumba; comprando los productos que se obtienen bajo este régimen de seudoesclavitud, con el pretexto de que es más baratito. No tan barato concluiremos dentro de diez o quince años, tal vez antes.

Entretanto los propietarios de las franquicias que atiborran de anuncios nuestras calles y nuestros hogares a través de la televisión amiga, se ahorran costes de producción, controles de seguridad y salud en el trabajo, respeto ambiental y otras naderías y venden en Occidente a precios a los que estamos acostumbrados a pagar, presuponiendo los costes de producción y salarios de aquí. Con lo que el margen de beneficio que les consentimos, porque es más baratito, es exorbitante, amén de criminal. Si usted, discreto lector de la segunda década del siglo XXI, se pregunta: Y yo, ¿qué puedo hacer? Es que no ha entendido nada y permítame que le haga saber que no tiene derecho a ignorar las leyes del mercado, pues “el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento” y pagará por ello un precio más alto del que juzga ventajoso en los objetos de consumo que tan feliz le hacen. Esas compras son actos de alta traición a sus propios intereses y a los de los derechos humanos de los trabajadores de aquí y de allí. Derechos fundamentales que ustedpretende ignorar y que empieza a ver recortados en su propio país.

Es un delito, aunque todavía no figure en el código penal; de colaboración con los criminales, llámense gánsteres ofondos de capital riesgo que son los que dejaron sin sus ahorros a los jubilados de las preferentes, sin su puesto de trabajo al menos a cuatro millones de españoles de los seis que sufren la angustia y la penuria de ver cómo sus familias se desploman en situación de desamparo, privados de calefacción en invierno y cada día más cerca de ser desahuciados de sus viviendas.

Esos fondos o bandas criminales a salvo del código penal, también llamados buitres, son quienes saquearon la sanidad pública, con la complicidad remunerada de las autoridades elegidas democráticamente con los votos de muchos españoles y la educación y la ayuda a la dependencia y las pensiones… Todo porque era más baratito que lo fabricado aquí, en Occidente. Por eso estaba a mejor precio, porque se fabrica en el tercer mundo con las bases del trabajo correspondientes a la Edad Media y los “inversores” de esos fondos son, entre otros, los españoles y demás europeos y estadounidenses que suscriben planes de pensiones privados, ignorantes o no, de qué hacen con el dinero que aportan cada mes durante los años que tarden en jubilarse. Pues se dedican, por ejemplo, a comprar vivienda social al Ayuntamiento de Madrid y a la Comunidad de Madrid a menos de la mitad del precio que pagaron los madrileños que pudieron comprar o alquilar con derecho a compra; para que los regidores, elegidos con su voto democráticamente emitido por los madrileños; puedan pagar sus gachupinadas y demás demagogias inconfesables.

Eso sí, a la vuelta de unos años los nuevos propietarios de dichas viviendas, antes conocidas como vivienda social de precio tasado y otros nombres igual de poéticos; reclamarán el interés al que tienen derecho según la ley del mercado y exigirán los pagos con sus correspondientes alzas en precios y alquileres, porque ellos, los mercados; no son una ONG y se han metido en esto para forrarse, no para oír canciones tristes de inquilinos triturados por la crisis o por la pérdida del trabajo, o la reducción de salarios y demás excusas de mal pagador. El populacho convenientemente meneado por los aparatos de prensa y propaganda, propiedad de las cogotudas élites propietarias de los “mercados” se volverá, como es costumbre y tradición; y desahogará su ira contra los más próximos. Es decir partidos políticos democráticos y sindicatos que no han sabido o podido, o ambas cosas; desde luego con la pérdida del apoyo popular, defenderles de la voracidad del ataque a sus economías de los “mercados”, ofreciendo a estos el patético espectáculo que ansiaban: el pueblo agrediendo a sus únicos a la par que débiles e ineficientes valedores en presencia de sus verdugos. Para su solaz, contento y esparcimiento. ¿Que qué puedes hacer? Olvida tus prejuicios a la hora de emitir tu voto. Intenta calcular, ignorando la propaganda de las campañas basada en la actualidad inmediata; las consecuencias del acceso al poder de tal o cual candidatura. Emplea mejor tu dinero, vigila quien está tras el colorín del folleto y el embalaje. Identifica a quién le asignas tu dinero. Ocúpate de pensar en los intereses tuyos y de los que son laboralmente, económicamente como tú, sean rojos o azules. No olvides el daño que ya te han hecho a ti y a los tuyos. No vuelvas a cometer los mismos errores del pasado. Vive en guardia. Estamos en guerra y no debes seguir actuando como un gazapillo feliz y confiado bajo el rigor esquinado de autoridades inmorales y corruptas que en ti y los tuyos sólo ven mercancía.Tu angustia y tu dolor son la base de su riqueza. Tu obligación moral es acabar con ellos. Meterlos en la cárcel.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats