La ética de ser frente a la de tener

Fernando Pérez Martínez

En realidad esta confrontación entre dos modelos culturales es la base de la desorientación que padece la sociedad española desde el mazazo que supuso el fin de la burbuja basada en la construcción desaforada y destructiva para la ecología y para las conciencias de la clase trabajadora.

Las clases obesamente arropadas por la propiedad siempre se han negado a tener conciencia buscando argumentos tan falaces como “si no me lo llevo yo lo hará otro” o “es más fácil compartir un mendrugo que un imperio” y otros lugares comunes que pretenden sólo degradar el valor de la conciencia humana: “todos roban cada uno según sus posibilidades”.

Cuando el cabrero vestido de Armani y perfumado de sofisticadas esencias se baja de su Ferrari para dirigirse a un exclusivo, léase carísimo, restaurante ante la boquiabierta admiración de otros cabreros, estos bajo su boina, vestidos de pana polvorienta y remendada, oliendo a las esencias de su rebaño con sofisticados toques de fluidos humanos; hemos de fijarnos con detenimiento para distinguir a aquellos que mantienen la mandíbula en su sitio, la cabeza en su quehacer, sus intereses claros y la intención de su vida lejos de la frivolidad de epatar a una masa más o menos nutrida de garrulos con un vacío interior que sólo son capaces de llenar soñando el modelo a imitar: ser ellos los que se bajan del vehículo ante la expectación de un puñado de desgraciados semovientes que abren la boca.

Cuando la máxima aspiración del siervo es ocupar el lugar del tiránico señorito para reproducir los mismos desafueros en lugar de desear el fin de ese modelo bellaco para sustituirlo por otro salido de su magín en el que no quepa el abuso, la miseria, la degradación humana que la necesidad impone, mal andamos. La ”bonanza del ladrillo” lanzó a buena parte de la clase trabajadora a consumir Marbellas Villages de extrarradio y sofisticados amén de exclusivos viajes de masas en Cancunes de todo a cien, con pulserita de gastos pagos, mediante el acceso a hipotecas; el participante tipo se recreó en la sumisión que la necesidad imponía en aquellos trabajadores de esos exóticos lugares.

Dóciles, sometidos a ingrato sueldo que no cubre las necesidades de sus familias sin el imprescindible complemento de la propina de nuestros compatriotas obreros, comerciales y tenderos que se sentían así, como sus modelos de la jet set que traían tatuados en las pupilas. La burbuja, lo que creían un sueño, se reveló pesadilla al hacer pop y desaparecer dejándonos ante la vieja y tozuda realidad de somos lo que somos y no lo que tenemos.

Durante esos años se puso palmariamente de manifiesto el fracaso cultural de una sociedad sometida a la aspiración no del acceso al bienestar y a la seguridad de un futuro sin estrecheces y carencias que les permite crecer, desarrollar sus capacidades proyectar sus ambiciones de progreso y confort para sí y los suyos: ver crecer a los hijos rescatados de la máquina de triturar vidas para orientar sus identidades en tareas nobles y creativas como suelen ser las humanas sin la coacción amenazante de la miseria, disponer de tiempo para relacionarse con el mundo más allá de la punta de su nariz, aprender…; sino para entregarse a la grata satisfacción de la vanidad, al calorcillo de la soberbia, creer haber alcanzado la cumbre sin necesidad de iniciar el sendero de ascenso, gozar anticipadamente de los laureles de un conocimiento romo e inexistente negando la evidencia desde el asiento de su Audi pagado a plazos, la sensación de pertenencia a ese mundo exclusivo y sectario que jamás les aceptaría en sus “Country Club” ni siquiera en calidad de nuevos ricos que no son, sino obreros a destajo que han conseguido ahorrar unos miles de euros que les ciegan como suele la riqueza o el poder cegar a los simples: cacerías en África, cruceros por la Costa Azul, carrocerías brillantes, motores suntuosos y susurrantes, señoritas del oficio de compañía recién salidas de la Boutique Femme Secrets, colgadas de su brazo…

El fracaso cultural ha sido masivo y sin paliativos. Buena parte de los nuestros cayeron en el garlito seducidos por la “cultura ética” del tener. Creyeron poder comprar la felicidad, el amor, el respeto, el conocimiento y se precipitaron a su ruina y la de sus descendientes. Sin embargo alguien camina por la ladera del monte salpicada de encinas, acercando su punta de ganado a la umbría en la que refrescarse y reposar mientras los animales se alimentan, dedicando sus pensamientos a discernir qué ha de ser más positivo para los suyos si elaborar quesos siguiendo el proceso tradicional o probar a añadir hierbas aromáticas o higos secos a la masa láctea o envolverlos en hojas de col y dejarlos fermentar como hacen en otros lugares o poco a poco construir una nueva habitación adosada a la casa en la que poder concentrar sus valiosos objetos de ocio, consulta y conocimiento a resguardo de la chiquillería rapaz.

Sus mapas, en los que reconstruye el mundo y elige fantasear si trasladarse o quedar donde está, para que la prole tenga un lugar de contacto con el mundo de ahí afuera, una relación de primera mano con los cerebros más preclaros que son o que fueron, con las historias más fantásticas de todos los tiempos o … Lejos de la ambición estéril del que quisiera sustituir al amo para someter al pastor, recordándole a diario quién manda y poder abusar impunemente de las hijas de éste cuando van apuntando a mujeres y cicatearle y perdonarle la vida de miserable existencia contándole los mendrugos. Ser o tener, he ahí el dilema. El origen de la ruina de tantos nobles brutos carentes del valor de ser dueños de sus vidas, en lugar de llenar el vacío de éstas con objetos. Los sucedáneos con que la propaganda y la imitación embotó sus sentidos.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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