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Ana Mato, la secuela del Marqués de Villaverde

Fernando Pérez Martínez

Se apellida Mato, y su nombre no es una broma, es una advertencia que amenaza con costarle la vida a un inocente perro español y a su ama y a la familia de ésta, a sus amistades y a cualquiera que por azar infortunado haya tenido contacto con Teresa, que así se llama la auxiliar de enfermería que tuvo la desgracia de atender, sin haber recibido la formación necesaria, a uno de los infectados con el virus ébola que el gobierno español hizo traer a Madrid.

No se dejen engañar por esa apariencia infantil de mujer que no renuncia a sus vestiditos de cuando era niña, que le proporcionan esa característica imagen, un poco muñecona, un poco Dr. Frankenstein hembra con minifalda. En el mentidero más acreditado de mi barrio se impone la teoría de la compensación.

El Gobierno de Rajoy prometió al Gobierno del Vaticano sacar, Gallardón mediante, la ley de regulación del embarazo más integrista y reaccionaria de toda Europa, para edificación del orbe. Ante la previsión del excesivo coste electoral, la renegociaron, cambiándola por la gestión del ébola en el personal que el gobierno teocrático del Vaticano tiene destinado, desde hace muchos años, enfangando la epidemia de ébola que azota los países del occidente africano. Así como el Marqués de Villaverde quiso ser el Christiaan Barnard nacional católico, causando horror en el departamento de cardiología del hospital La Paz de Madrid en los años de su ejercicio como yernísimo, Mato ha querido, con el respaldo del Gobierno de Rajoy, ser la gestora del ébola para pasmo y envidia del universo médico. La campeadora de la temible epidemia, la San Jordi vencedora del dragón que hace temblar al mundo científico.

Esta secuela del Marqués de Villaverde es la responsable de la costosa importación a España de la mortal epidemia, del diseño y aplicación de los fallidos protocolos de seguridad que debían garantizar la salud de los españoles ante la enfermedad declarada en los países africanos gestionados sanitariamente, con la torpeza evidenciada, por el personal falto de formación, medios y hay quien dice que también de escrúpulos; que la confesión católica destacó desde hace décadas en el epicentro del ébola, con los resultados conocidos de la multiplicación del contagio y expansión del virus letal a tres continentes hasta ahora.

El Gobierno español pudo haber fletado una aeronave hospital o un buque de las mismas características para atender, in situ, a los agentes de la franquicia católica desgraciadamente traídos a España para fallecer en un hospital de Madrid, asumiendo en nombre de los españoles un riesgo de expansión manifiesto e innecesario, con un coste económico brutal y arriesgando la vida de ciudadanos españoles anónimos en una población con millones de habitantes. Error de cálculo, menosprecio del riesgo, ignorancia del asunto que tomaron entre sus manos, irresponsabilidad en la gestión del problema asumido, torpeza y amiguismo en la designación de los técnicos y asesores asignados a proyectar y dirigir un plan destinado a lidiar con el problema garantizando la seguridad y protección de los profesionales y de la población española, actitud cosmética de los “rigurosos protocolos de seguridad” trazados de cara a la opinión pública (hago que pinto pero no pinto) que encadenaron torpezas y transgresiones como denunciaron los portavoces de los equipos sanitarios que forman la primera línea en la defensa de la salud de la población española a riesgo de sus propias vidas… El Gobierno español está preocupado. Aun no ha encontrado al “responsable” del desaguisado. Repasa las listas del personal subalterno buscando a quién presentar ante la opinión pública como culpable de la alarma causada: celadores, personal de limpieza, camilleros, conductores de ambulancia y otras víctimas propiciatorias a quienes designar como cabeza de turco, mediante su potente y amplio aparato de propaganda.

Durante las próximas semanas, lo que dura la cuarentena, los españoles viviremos pendientes de la posible aparición de otros contagiados mientras el gobierno y sus medios nos marean con Podemos, que es lo que realmente les preocupa, y en la oposición, Sánchez despliega su encanto en favor de una coalición Pepé-Psoe que salve del riesgo de populismo que amenaza a sus votantes. La calamidad que nos sobrevuela es fruto de la irresponsabilidad, la inepcia y la estupidez, sin paliativos ni calificativos partidistas. No es propia de la política de izquierdas o derechas es sencillamente la demostración de que al gobierno elegido por los españoles le falta un hervor.

En vista de los resultados obtenidos, los españoles no podemos seguir votando a nuestros responsables para la dirección del país con los mismos criterios que hasta ahora. Nos va la vida en ello. Pronto veremos en qué para toda esta pesadilla y volveremos a las urnas. Para pedir otra ronda de ruleta rusa o a manifestar con nuestro sufragio que hemos aprendido la lección. Nuestros amigos europeos respirarán aliviados. No está la orilla árabe del Mediterráneo para vacaciones.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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