Librepensadores

No son cifras, son personas

Maite Mejía

Sobre el gráfico escandaloso de las cosas que deberían ser prioritarias –con muchas otras– y dolernos en las entrañas, están escritas las cifras que publica Amnistía Internacional sobre el informe anual que dibuja un 2014 terrible para los seres humanos menos afortunados que pueblan la Tierra. En un seguimiento a 160 países, en al menos 18 se cometieron crímenes de guerra, en otros se abusó de la población civil, el 82% torturó a los ciudadanos y más de 3.400 hombres, mujeres y niños murieron en el mar Mediterráneo tratando de llegar a Europa. El panorama es vergonzoso y desolador. Se han vulnerado y violado los Derechos Humanos con total beligerancia, atropellado la sensibilidad emocional de los más indefensos, ninguneado y esclavizado a la infancia, abandonado a su suerte al llamado Tercer Mundo, a los ancianos, al que vive a nuestro lado y al vecino que, por ser diferente, despierta rechazo.

Siria –siguiendo con el mensaje de Amnistía Internacional– es uno de los lugares más castigados desde que se iniciara su conflicto armado en 2011. Apenas ha recibido ayuda del exterior, y ya nadie quiere arriesgarse a mandar información desde dentro por miedo a represalias, lo que significa que la libertad de expresión no existe. Mucha gente ha huido a los países cercanos. En esa línea, el informe recoge también lo siguiente: más de 50 millones de personas se han desplazado de sus lugares de origen en busca de una vida mejor, el número más alto registrado desde la Segunda Guerra Mundial –donde hubo bastantes exiliados–. Muchos, como sabemos, se quedan en el camino, en las aguas saladas, en las cunetas, en la hombría de los rifles y de las pistolas, en la desintegración humana, en el rechazo, en la xenofobia que gana adeptos, en la maqueta de baja calidad que nos representa, y sus sueños, esfumados o marchitos, en la vidriera de las promesas que nunca se cumplen.

Apoyar a las ONG, que hacen una labor encomiable, proporcionar herramientas de trabajo a los miles y miles de voluntarios repartidos por el planeta y acoger al refugiado, no está dentro de las coordenadas de la caridad –detesto esa palabra por lo reaccionaria que me parece–, sino que forma parte del ADN humano. Hay que despertar el sentido del compañerismo para que no queden impunes quienes cometen atrocidades. La vida gira sin darnos cuenta y a quienes están gozando de determinadas ventajas quizá mañana les toque el papel de repudiados. En milésimas de segundo puede cambiar la frecuencia, desplomarse la nave, no encontrar a un piloto preparado e irnos todos al traste. El oportunismo se extiende, pero me consta que la gente del pueblo, en su laboratorio de las buenas intenciones, busca la manera de erradicar la cepa. Cuando Amnistía Internacional o cualquier otra organización de este estilo hablan de cifras, lo que quieren decir en realidad es que cada número representa a una persona cuya vida han jodido.

Maite Mejía es socia de infoLibre

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