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Botarate

Jesús Moncho

¡Botarate! Expresión eufónica y de uso constante en los tebeos y cómics de aquellos esperanzados años 50 de nuestra infancia. A pesar de su intencionalidad peyorativa, casi semejaba un piropo, ¡botarate! Como otras palabras de aquel tiempo al uso: bribón, malandrín, esbirro, grumete, ¡cáspita!, ¡pardiez!, ¡voto a! Es como si los hablantes no se atrevieran a mostrarse bruscos o zahirientes. Expresiones difusas, casi abracadabrantes. Decir sin decir. Como de personajes blancos, casi con candidez. Y creó escuela: el mismo Ruiz Mateos, cuando la expropiación de Rumasa, osó lanzarle al exministro Boyer aquello de “¡bribón, que te pego!”. Claro, era supercatólico, el señor Ruiz, y debía vigilar el lenguaje, como corresponde, pero por otra parte una hostia de más o de menos entraba en los parámetros hispánicos...

Con la palabra malandrín pasa igual; no crean que viene de malo, no. Eso ya sería delatar o expresar demasiado. Procede de la voz clásica melan/negro, es decir, malandrín, de corazón negro o enfermo. Esto último hasta parece refinado. No cuesta nada quedar bien, ¡cáspita! Esta última expresión sí que es altisonante. ¡Cáspita!, ¿de dónde habrá salido? Rebuscada como ella sola, como ninguna otra. Originaria del antiguo italiano, tan expresivos ellos, con aquello de “al conspetto di dio” (a los ojos de Dios), juramento usado entre piadosos y nobles, después largamente generalizado. Ahora, en una sociedad laica, cotiza poco o nada.

Igual que grumete. Esta subsiste en sociedades alejadas, de paso lento, como Chile, donde aún podemos encontrar la Escuela Nacional de Grumetes. Aquí, a lo sumo, pervive como nombre de escuelas infantiles o guarderías. Groom, en antiguo inglés, era el apelativo para los pajes, para los servidores jóvenes. De ahí pasó a utilizarse para el aprendiz de marinero. Sin embargo, entre nosotros no resistió la ola de modernidad de los años 60-70. Así, en vez de llamar “Grumete a babor” a la réplica de aquella ingenua película de los años 50 “Recluta con niño”, se nos sorprendió con el título de “Cateto a babor”, protagonizada por el gran Alfredo Landa y Laly Soldevila. Era el tiempo de lo que se llamaba “españoladas”. Nuestro Alfredo Landa o José Luis López Vázquez eran sus adalides. No podían compaginar la apertura de costumbres y de situaciones (después vendría el destape) con palabrejas supuestamente desteñidas o viejas, ¡pardiez!... ¿Pardiez? Ahora sí que no sabemos si uno está cabreado o está jugando: ¡pardiez! Parece ser que, en tiempos de la Inquisición, para evitar problemas de usar el nombre de Dios en vano, salían con la expresión ambigua e inocua “¡pardiez!” en momentos de sorpresa o juramento... Pero ya se fueron estas palabras.

Las lenguas son hijas de su tiempo, de nuestro tiempo. Sí. No levantemos lloros ni plegarias por ellas, pues vendrán otras sin parar. Las palabras nacen, viven, y muchas, ¡pardiez!, desaparecen (o, si prefieren, ¡cáspita!).

Jesús Moncho es socio de infoLibre 

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