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Decálogo de madurez

José Mª Marco Ojer

Dicen que la experiencia es un grado, pero no es cuestión ni de exagerar ni de menospreciarla.

Exageramos si pensamos que en nuestra experiencia podemos encontrar respuestas a todas las preguntas y solución a todos los problemas que nos surjan. En esta línea, la experiencia no será una ayuda sino un lastre: seremos incapaces de resolver cuestiones nuevas que vayan apareciendo.

Pero tampoco hay que menospreciarla. Gracias a nuestros aciertos y errores hemos ido acumulando mecanismos, estrategias, escarmientos y satisfacciones que pueden servirnos para encarar el futuro.

Cada uno lleva detrás su vida, sus situaciones, sus éxitos y fracasos. A partir de esa posición tenemos que afrontar el futuro.

Creo que con este bagaje, a medio camino entre la experiencia y el futuro, es buen momento para establecer unos principios que, elaborados con lo que hasta ahora hemos vivido, nos sirvan para mejorar y no perder el tiempo.

A continuación detallo algunos que no siguen un orden establecido ni pretenden ser universales, pero que quizá puedan darles algunas pistas.

Primero: no rechazaré ninguna idea por el hecho de que sea nueva, no dejaré que la experiencia que me han dado los años me convierta en intolerante. No rechazaré algo porque no encaje en mis esquemas, por miedo a lo nuevo o por incapacidad para asumirlo. No juzgaré con prejuicios sino escuchando lo que dicen y viendo lo que hacen, porque la experiencia o la información que recibimos nos “impone” unas valoraciones que no se corresponden necesariamente con la realidad.

Segundo: huiré de la monotonía, me plantearé nuevos retos. Dicen en economía que la empresa que no crece, desaparece. La persona que se automatiza en su trabajo, en su relación de pareja o en su planteamiento vital “muere”.

Tercero: disfrutaré de mis hijos antes de que crezcan y se independicen. Todo pasa cada vez más rápido y dura menos tiempo. Para cuando te das cuenta son adolescentes y como es lógico y normal, poco a poco se van organizando la vida al margen de la de sus padres.

Cuarto: manifestaré mis ideas con respeto hacia todos, pero independientemente de que les parezcan bien o mal. Ser como todos para ser aceptado por el grupo es cosa de adolescentes.

Quinto: pasaré más tiempo con las personas y menos en internet. No puedo ignorar a mi compañero de mesa porque estoy mirando el móvil.

Sexto:

no desperdiciaré ninguna ocasión para pasar un buen rato. El tiempo no pasa en balde y ya vamos viendo a coetáneos nuestros víctimas del infarto, el ictus o el accidente. Ya no podemos permitirnos el lujo de dejarlo para mañana.

Séptimo: aceptaré mis carencias y debilidades en función de que dependan de mí, de su importancia y de las veces que ya he intentado superarlas sin éxito. Dicen que las debilidades hay que vencerlas o aceptarlas.

Octavo: me arriesgaré a ir más allá de las situaciones en las que me siento cómodo. Estamos bien en el mundo que controlamos y con la edad, cada vez nos cuesta más salir de él para aprender, si nos quedamos aquí estaremos cómodos pero ajenos a todo lo nuevo y diferente.

Noveno: no dejaré que salvadores, aspirantes a gurús o auto proclamados dueños de la verdad secuestren mi identidad. Grupos sectarios, políticos mesiánicos, oráculos del bien y la verdad buscan anular personalidades para absorberlas y disolver su individualidad.

Y por último: me implicaré activamente en las cuestiones que creo tienen que cambiar. No esperaré que la realidad sea como yo pienso que tiene que ser mientras, pasivamente, miro desde la barrera. “Si en la madurez conservas intacta la inocencia, la ilusión, la alegría y la tolerancia, es porque la pureza de tu conciencia logró imponerse a la degradación y mezquindad de este perverso y feo mundo” (cita de José Luis Rodríguez Jiménez).

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José Mª Marco Ojer es socio de infoLibre

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