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Desabastecimiento venezolano y escasez periodística

Himar Reyes Afonso

Desde la mayoría de medios hegemónicos de comunicación se ha hablado de la terrible crisis económica que sufre Venezuela, retratada en el desabastecimiento de diversos productos de primera necesidad. Sin embargo, rara vez hemos visto que estos medios de comunicación se pregunten o traten de explicar mediante un trabajo de documentación los motivos de esta realidad.

Cabría empezar por aclarar que esta escasez, que es totalmente cierta, no es sin embargo una situación permanente, sino episódica. Es decir, el desabastecimiento es un hecho periódico, ha sucedido en periodos concretos.

No se puede eximir de responsabilidades al Gobierno. Los enormes logros en crecimiento y desarrollo social, que han mejorado la calidad de vida de las clases populares reduciendo enormemente la pobreza y la desigualdad, no se han visto acompañados en igual proporción por el crecimiento productivo. De manera que toda esa gente que hace veinte años no podía ni soñar con acceder a ciertos productos, ahora los demanda como parte básica de su nivel de vida; nivel de vida que claramente ha mejorado. Simplificándolo aún más: antes, el problema en Venezuela era que la gente no podía consumir, y ahora es que, periódicamente, no encuentra qué consumir.

Este no acompañamiento del crecimiento productivo se puede explicar por el carácter rentista de la economía venezolana, que ha sido incapaz hasta la fecha de superar su absoluta dependencia del petróleo, fracasada por ahora la necesaria eficiencia que requiere la transición al socialismo que busca el plan elaborado por Chávez en su momento, y que se renovó en las últimas elecciones con el Plan de la Patria 2013-2019. La volatilidad del petróleo influye de forma importante en la inflación venezolana, una de las más altas –si no la que más– del mundo. Los precios aumentan constantemente y muchas empresas culpan al gobierno de no imprimirles suficiente divisa para proveer de productos sus establecimientos.

No se puede eximir de responsabilidades al Gobierno. Pero hay más datos con los que fácilmente se puede negar la mayor de que toda la culpa recae en el Estado, tal y como pretenden establecer muchos medios nacionales e internacionales, intelectuales como Rubén Herrero de Castro y políticos activos como Felipe González –por no hablar de los de allí–. Venezuela es un país rico en recursos, ¿cómo puede haber semejante desabastecimiento? Las explicaciones habituales se centran en aspectos técnicos que se amparan en la máxima –más mediática que otra cosa– de legitimar la economía como una ciencia exacta y cerrada a interpretaciones. No hablan, sin embargo, de otros hechos muy relevantes.

Primero: la escasez periódica es de productos subsidiados. Como es bien sabido, en Venezuela hay hasta 42 productos básicos subvencionados por el Estado, entre los que se encuentra el azúcar, el aceite, la leche, el pollo o el famoso papel higiénico, tan mediatizado, en lo que parece un intento por caricaturizar la situación venezolana dadas las particularidades de su uso.

Sin embargo, se produce una reveladora situación: no hay tal escasez de esos productos en marcas más caras y, sobre todo, no hay escasez en sus derivados. Es decir, no hay leche, pero hay yogures, quesos y otros productos lácteos; no hay agua mineral, pero hay agua saborizada o con gas; no hay azúcar, pero hay dulces y postres; no hay papel higiénico, pero hay servilletas, pañuelos...

Esta enorme paradoja insta a cuestionarse algo obvio: ¿es el desabastecimiento un mero problema de ineficiencia o hay más actores que juegan un papel? Según un estudio de las universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello, el 80% de los venezolanos dice no tener ingresos para alimentos, pero el 88,7% asegura que come tres veces al día. La consultora Datanálisis estima que en el 80% de los supermercados hay escasez de productos básicos, mientras que en hogares el índice es del 23%. Eduardo Samán, ex director de Indepabis y ex ministro de Comercio, asegura que Venezuela tiene las toneladas necesarias para abastecer al pueblo, pero que hay problemas en la distribución.

Aquí entran en escena algunos elementos menos citados en esos medios que antes comentábamos: las empresas privadas de distribución y venta, el contrabando, el acaparamiento y el bachaqueo.

Se han incautado enormes cantidades de alimentos ocultados por algunas redes de supermercados como Herrera C. A. o Día a Día, en las que el Gobierno se ha visto obligado a intervenir. Ha habido miles de detenciones por contrabando y acaparamiento. Está documentado el vínculo de estas empresas con sectores de la oposición venezolana, y cómo se ha facilitado la red de contrabando de alimentos y medicamentos en la frontera con Colombia (de hecho, hace unas semanas Nicolás Maduro ha decretado el estado de excepción en varios estados fronterizos a raíz de los episodios violentos con presuntos contrabandistas y paramilitares colombianos –hechos, por cierto, ampliamente apoyados por el pueblo–). Los contrabandistas compran grandes cantidades de productos subsidiados y los venden en la frontera; a veces compran en varios establecimientos en diversos días, de ahí la presencia militar y la intervención, porque los dueños y encargados han colaborado con ellos en diversos casos.

La otra fórmula es el bachaqueo, que consiste en vender hasta diez veces más caro el producto a través del mercado negro. Según Datanálisis, el 65% de compradores se dedican a la reventa. Sus argumentos suelen ser que no van a traer más de esos productos, valiéndose de sus contactos en los supermercados para amparar su credibilidad. De esta manera se genera miedo, el mismo que desde los medios de comunicación privados, consiguiendo que en ocasiones la gente, que teme no encontrar ciertos productos en las siguientes semanas, haga de una tirada compras para todo el mes. Desabastecimiento.

Ocultamiento, acaparamiento, contrabando y bachaqueo, quizás junto con la inflación inducida, una teoría que defienden los sectores chavistas, puesto que vendiendo más caro en el mercado negro se produce la distorsión de precios, conforman los hechos concretos –o ataques, si se quiere– que han justificado el concepto de “guerra económica”, que se incluye en todos esos intentos por parte de los actores contrarios al Gobierno de desestabilizarlo, siendo el pueblo en última instancia quien sufre las consecuencias.

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Esta guerra económica forma parte de lo que en América Latina se ha llamado “golpe blando”, una operación con varias fases que busca la inestabilidad política, luego el descontento social, y apoyándose en una campaña mediática que encauce finalmente la justificación del golpe militar. Es una situación compleja, lenta y permanente. Porque el estado de golpismo en Venezuela es permanente. Ojalá no fuera así, ojalá fuera como nos repiten una y otra vez, que el desabastecimiento es solo producto de la ineficiencia gubernamental (que también existe y que se ve alimentada por la corrupción), pero no. Además de eso, el Gobierno bolivariano se ve obligado a esquivar obstáculos y levantarse de las zancadillas constantemente, ya sea mediante la sofisticada guerra económica, los parones patronales, sabotajes eléctricos, huelga petrolera, guarimbas o golpes militares. Ataques todos perpetrados por aquellos que, sin mostrar el más mínimo interés por la gente ni el más mínimo respeto por la democracia, tratan de tumbar a un adversario político al que, hasta la fecha, no han sido capaces de vencer en las urnas.

Nuevamente, como con la crisis en la frontera colombiana, como con los “presos políticos”, la simpleza de los análisis más ruidosos parece nutrirse más de intereses particulares que de vocación informativa.

Himar Reyes Afonso es socio de infoLibre

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