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¡No es sólo Felipe VI!

Rajoy, a los periodistas sobre los cambios en el Gobierno: "No sé de dónde se han sacado eso"

Javier González Sabín

Una de las grandes acusaciones de las formaciones conservadoras hacia el movimiento republicano es el escaso ejercicio de poder que desempeña el rey Felipe. Y en efecto, las monarquías llamadas parlamentarias o, con una menor precisión teórica, constitucionales, tienden a relegar al jefe de Estado a un segundo o tercer plano que lo lleva a considerarse como un mero símbolo de la integridad nacional.

Hoy en día, argumentar en base a la pobreza democrática del Reino Unido o Suecia por su estatus monárquico resulta del empleo de la demagogia y la poca contundencia dialéctica. ¡Pero no se confundan! República no es sinónimo de jefatura presidencial, frente a la opuesta potestad monárquica; no es la cara de un presidente en las monedas, que remplaza a la de cualquier rey en el reverso. Es algo más, es un modelo basado en la participación y la consecuente incompatibilidad con las herencias en el ámbito público.

Hace unos meses, Albert Rivera (presidente de Ciudadanos) defendía con ímpetu en La Sexta la necesidad de descartar los asuntos de menor relevancia social. Incluía el tema de la Corona, amparándose nuevamente en la carencia de poder ejercido por Felipe VI para rehusar la defensa de un referéndum constituyente. ¡Y es innegable que las cifras de desempleo o las subvenciones hacia instituciones que no contribuyen al bienestar común constituyen un problema de mayor calado! Pero lo que ignora Rivera, como buena parte del liberalismo, es que la aplicación de unas medidas favorables a la igualdad social y en defensa de la renovación democrática, traerían consigo, inevitablemente, la convocatoria de una consulta ciudadana para decidir la forma del Estado. ¡Si nos referimos a la aplicación de políticas igualitarias, no comprenderíamos los aforados políticos, la inviolabilidad legal o la preferencia hacia una familia en concreto para el desempeño de un cargo público! ¡Si aludimos a la democracia, entendemos que toda institución ha de contar con el previo respaldo popular, validado mediante referéndum! ¡Y si nos ponemos un poco capitalistas (y sólo por esta vez), podemos clamar al derecho de elegir todo aquello que mantenemos económicamente, incluida la Jefatura del Estado!

Pero con frecuencia la opinión pública tiende al simplismo, a mostrar la punta como el único formante del iceberg. El papel de los republicanos/republicanas en el tablero político de hoy en día, no es el de condenar incasablemente a la monarquía (en todo caso, ese será el de los antimonárquicos/antimonárquicas), sino el de elaborar una defensa de las libertades civiles, un impulso de la igualdad social y un modelo basado en la plena participación de la ciudadanía. ¡Y todo ello lleva implícita la necesidad de una forma de gobierno electiva, alejada del privilegio y la sucesión dinástica! ¡Pero sobre todo, implica la defensa de lo público: de una sanidad universal de todos/todas y para todos/todas, de un modelo educativo de calidad y de alance global, de una justicia de igualdad y accesibilidad, etc.!

Felipe VI: “La Constitución prevalecerá, que nadie lo dude”

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Desde un punto de vista más teórico, no acaba de ser verídica la oposición monarquía-república, o al menos no desde un enfoque actual. En su origen, se entendía la confrontación entre un modelo de gestión unipersonal frente a otro de gobernación pública; y hoy en día, se traslada al enfrentamiento entre una gestión privatista y alejada del bienestar común, frente a otra basada en la defensa de lo público y las medidas en favor de la mayoría. Pero las etiquetas han cambiado, y la opinión general ha terminado asociando este binomio con el espectro gubernamental derecha-izquierda, respectivamente. ¡Pero no olvidemos que la república va más allá de la izquierda, pues mientras que la segunda se limita a competencias de gobierno, ceñidas al poder ejecutivo, la segunda aplica sus principios de un modo global, incluyendo los tres poderes del Estado y su propia Jefatura! De ahí a que la república no deba ser un punto más en una formación de izquierdas, sino más bien al contrario.

Pensemos sino, y concluyo, en las numerosas repúblicas que han dejado de serlo pese a mantener el estatus presidencial. ¿Acaso es un referente la República del Zaire, gobernada despóticamente por Mobutu durante una década, o la República Democrática de Corea del Norte, dominada por la dinastía de los Kim desde mediados de siglo XX? ¡En absoluto! Más bien responden a la naturaleza de monarquías recubiertas de un embalaje contradictorio. La república no es un Estado de presidentes coronados, no es Aznar en lugar de Felipe VI, no es un rey electivo frente a otro hereditario: es la ciudadanía partícipe en todo el ámbito público; es la defensa de un marco de libertades e igualdad; es, al fin y al cabo, la democracia organizada.

Javier González Sabín es secretario general de Alternativa Republicana-Madrid y socio de infoLibre

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