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La banca siempre gana

El FROB remite a la Fiscalía cinco operaciones irregulares en antiguas cajas

Fernando Pérez Martínez

Aforismo de uso común en los sofisticados ambientes ruleteros y de casinos. En el mundo corriente de salario base y otros prosaísmos también es de empleo habitual con un sentido menos lúdico aunque igual de inexorable.

La banca ha gozado de carta blanca para hacer y deshacer a su antojo en el coto nacional de los ciudadanos anónimos, fijando prácticas abusivas aunque legales. Llegando al extremo de vender mediante sus constructoras o sus compañías inmobiliarias en los años de la “bonanza” económica previa al estallido de la burbuja, viviendas sobrevaloradas imponiendo créditos e hipotecas que no se podían rechazar. Así cuando bajó la marea, los desprotegidos ciudadanos se encontraron que debían devolver a la generosa financiera un crédito de doscientos cuarenta mil euros “graciosamente concedido” para adquirir una vivienda que en realidad nunca valió ni la mitad de esa cantidad. De este modo cuando el cuitado quiere rescindir la hipoteca devolviendo la casa al banco en pago de la misma se encuentra con la negativa de la entidad de crédito que le dirá sin sonrojarse ni un poquito: no puede usted saldar una deuda de pongamos doscientos dieciséis mil euros entregando a cambio un piso que apenas vale ciento veinte mil. Pese a habérselo comprado a nuestra compañía inmobiliaria, a través de un crédito concedido por la división financiera de nuestro banco por un valor de doscientos cuarenta mil euros, que fue el valor que para la vivienda establecieron nuestros tasadores de cámara.

Después de explotar durante años esta lucrativa cacería, el negocio se agotó. La maniobra se ha completado con la inyección de dinero público para cubrir las inversiones improductivas, tantas viviendas invendibles a los precios hipertrofiados de la época, más las urbanizaciones y macro construcciones en diverso grado de elaboración que jamás se llegaron a terminar, más el inmenso stock de edificios que la morosidad o el impago dejó en nuestra cartera. Durante los próximos, digamos, diez años el mercado del ciudadano particular permanecerá intocable, exhausto, mientras se liberan de las súper hipotecas contraídas en los últimos noventa y primeros años del dos mil. Ahora tenemos necesidad de encontrar otro lecho de negocio… y lo hemos encontrado.

El Estado. El estado hipertrófico del bienestar, al que mediante la acción política de nuestros parlamentarios y gobiernos hemos obligado a ir renunciando a parcelas dentro de sus competencias. Para sanear nuestros negocios legales fallidos: autopistas de peaje que nadie necesita, ensoñaciones de políticos megalómanos como la ciudad de la justicia, de las artes, de la cultura…; aeropuertos desérticos, duplicación de autovías y otras maneras de hacer negocio propias de aquella época vaciando las arcas públicas. De modo que para asumir sus responsabilidades el estado precisa de financiación, que nosotros le suministraremos mediante inyecciones directas de capital o a través de compra de bonos del tesoro y otras golosinas, a un interés más que atractivo, dada la urgencia codiciosa que manifiestan los partidos por sostener los gobiernos implicados.

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Hemos puesto económicamente de rodillas al pueblo y ahora nos proponemos doblegar al Estado haciendo hincar de hinojos al Gobierno que salga, sea del color que sea, los partidos que los sustentan ya dependen económicamente de nuestros préstamos. Y las demás instituciones del estado van rebajándose cada vez más. La justicia no puede competir en medios con los de las estructuras delictivas de nuestras áreas de negocio ajeno a la legalidad, que están suficientemente lubricadas con capital negro procedente del narco-mercado de estupefacientes cuyo monopolio nos pertenece y que defienden la policía y los tribunales de justicia sin que nos cueste ni un céntimo. Las demás parcelas de negocios alegales van como la seda, por ejemplo TTIP o ilegales como la captación de jovencitas que sustenten la explotación de macroprotíbulos, y otros que sería peliagudo mencionar aquí porque la más elemental deducción lógica podría ponerlos en riesgo. Son negocios que para ser operados precisan de un capital de unas dimensiones que sólo puede ser movilizado desde las grandes entidades de crédito, es decir, sota, caballo y rey.

Sí, queridos, hemos construido, dando apoyo en las urnas a los partidos de nuestra preferencia, un sistema en el que la banca siempre gana. Cuando nos cansemos de jugar a perder, si todavía no es demasiado tarde, podemos cambiar las reglas del juego en nuestro beneficio.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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