Librepensadores

Crónica de un fracaso anunciado

La Policía se sirve de los móviles de los terroristas para investigar el atentado de la sala Bataclan

Mario Fernández

Los atentados de París cayeron como un puñal en la conciencia de la vieja Europa, confiada -a pesar de los antecedentes- en su vida cómoda y su superioridad militar y moral.

Una vez superada la conmoción colectiva que siguió a los atentados, y aún con la incertidumbre de sus consecuencias, tanto policiales como militares, es imprescindible que el dolor y el deseo de venganza den paso a la razón como instrumento de análisis de la realidad y como medio de encontrar posibles soluciones.

Resulta, por tanto, necesario hacer una reflexión de fondo, que vaya más allá de las posturas encontradas, entre la contundencia exterminadora de algunos y el "buenismo" ingenuo de otros, y sabiendo, además, que las soluciones puramente militares no han servido para nada en Oriente Medio: ahí están los ejemplos de Afganistán, de Irak, de Libia, de la propia Siria; no sirven para nada si no van acompañadas, o mejor, supeditadas, a una estrategia política.

Es igualmente necesario reconocer los errores cometidos por parte de Occidente, siguiendo esta estrategia de intervención puramente militar: el desastre de Irak como ejemplo emblemático de una guerra irresponsable e ilegal, pero también el de Siria, con intervenciones contradictorias entre el apoyo militar a grupos rebeldes y el interés posterior de mantener al dictador Bashar-al-Asad, lo que ha condenado a cientos de miles de ciudadanos al exilio. Sin que eso signifique, tampoco, dejar de atribuir la responsabilidad de los atentados a quienes realmente la tienen: los terroristas del estado islámico.

Parece claro, por tanto, que cualquier planteamiento en relación al terrorismo yihadista tiene que pasar por tres ejes básicos. En primer lugar, una estrategia política para la región; es necesario que la comunidad internacional -no sólo los países de la OTAN o de la OCDE, sino el resto de potencias, y particularmente Rusia- actúe de forma coordinada, y que lo hagan con una estrategia política común para el conjunto de la región del Oriente Medio.

En segundo lugar, es necesaria la implicación de los países de mayoría musulmana de la zona; cualquier solución que no contemple como protagonistas a Egipto, Arabia Saudí, Irán o Turquía está condenada al fracaso, pues se interpretará en clave de guerra de civilizaciones, como una imposición de Occidente, y sólo servirá para generar odio y resentimiento entre la población musulmana, odio y resentimiento que son el caldo de cultivo del terrorismo.

En tercer lugar, la derrota militar del Estado Islámico; no es posible el diálogo con quien aprieta el detonador de los explosivos que lleva en la cintura antes de poder pronunciar una sola palabra. Hay quien ha indicado, pensando en términos de aniquilación, que la solución es la misma que contra el nazismo, pero derrota no es lo mismo que aniquilación, y la lección de la segunda guerra mundial está ahí para quien quiera verla: la derrota del ejército nazi vino seguida de los juicios de Núremberg y del plan Marshall, no del exterminio de la población alemana.

Son ejes amplios y planteamientos mínimos en torno a los que articular posibles soluciones, pero no parece, lamentablemente, que las posibles soluciones vayan por estos caminos. Veamos.

A la unanimidad de la respuesta emocional, ha seguido la falta de acuerdo para consensuar unos planteamientos comunes a nivel internacional, un espacio en el que cada país vela por sus intereses económicos y de los grupos de poder que les apoyan; lo hemos visto en las decisiones que cada país ha ido tomando a golpe de intervención militar: el triunvirato de las Azores en Irak, Francia en Libia, Rusia en Siria. El ejemplo más patente de ello es el vaciamiento de contenido de la asamblea general de la ONU, sustituida por los grupos plutocráticos -G7, G20- que se mueven únicamente intereses económicos. Y es que, en el fondo, no creemos en los valores que decimos defender: libertad, democracia, igualdad; cuando se trata de política internacional, lo único que cuenta es el interés propio. Ni siquiera en España hemos sido capaces de llegar a un acuerdo entre los principales partidos políticos, divididos entre el interés en sacar rédito político a la violencia de unos -triste recuerdo el de Atocha y su manipulación política- y la necesidad de ser diferentes a toda costa de otros.

Por otra parte, hay una tibieza excesiva en la actitud de los países musulmanes hacia el terrorismo: la condena forzada de los últimos atentados no puede hacernos olvidar su permisividad, cuando no directamente su apoyo vía financiación y suministro de armas al estado islámico y a otros grupos terroristas. Tampoco la actitud de los países occidentales es ejemplar en este aspecto, anteponiendo, una vez más, sus propios intereses, vinculados al negocio del petróleo y la venta de armas, al cumplimiento, y la exigencia de cumplimiento, de los derechos humanos.

Por último, constatamos que tampoco hay una intención de intervenir militarmente contra el Estado Islámico; únicamente una estrategia de bombardear objetivos a distancia. Pero ya sabemos que los bombardeos sin intervención terrestre no sirven de nada, o quizá peor, para generar odio entre las víctimas inocentes. Además, el único país con capacidad para afrontar una operación de esta envergadura está suficientemente escarmentado con los miles de víctimas que le han costado las intervenciones en Afganistán e Irak, y no tiene intención de sacrificar a más ciudadanos americanos por un asunto que, de momento, le pilla bastante lejos.

En Crónica de una muerte anunciada, todos los habitantes del pueblo, Manaure, saben que el protagonista, Santiago Nasar, va a morir, pero nadie es capaz de prevenirle, unos porque secretamente se alegran, otros por comodidad, o simplemente porque pensaban que ya estaría advertido, y así, una muerte absurda se convierte en inevitable.

De igual forma, la lucha contra el terrorismo yihadista es la crónica de un fracaso anunciado: sin una estrategia política coordinada para la zona, que incluya como primeros interesados a los países musulmanes, ni el compromiso de una intervención militar orientada a derrotar a los terroristas, no a destruir a la población.

En el relato de García Márquez, la defensa del honor es la justificación que necesita la violencia; el terrorismo busca otros motivos, pero al final, la violencia triunfa frente a la inacción, la desidia y la primacía de los intereses particulares de quienes pueden evitarlo.

Mario Fernández es socio de infoLibre

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