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Un empujón desde el sur para enderezar la Unión Europea

Jacinto Vaello Hahn

Un valiente navegante solitario se vio forzado a plegar velas ante la feroz arremetida del norte de Europa. Desde entonces se oye hablar muy poco de Grecia, pero sigue ahí. Un presunto triunfo electoral de la coalición de derecha no ha sido tal ante la capacidad de negociación y acuerdo de los partidos de la izquierda portuguesa, y el nuevo Gobierno surgido en Portugal sigue ahí. Italia no ha llegado aún (¿y se la espera?). España ha iniciado el camino.

Owen Jones, el 17 de diciembre de 2015, tres días antes de las elecciones generales en España, decía que "Europa necesita que alguien le dé una patada en el culo y vosotros lo vais a hacer", dirigiéndose a dirigentes y militantes de Podemos en Madrid.

Francia, sumergida en su particular oscuridad, parece haber anticipado esa "patada en el culo" a través del Frente Nacional. Por las artes electorales de aquel país, esta "patada en el culo" se queda en amago. ¿Hasta cuándo? Difícil saberlo, sobre todo cuando en otros países del norte europeo estos amagos se reproducen en las formas de nacionalismo excluyente que cada uno cultiva. Esa extrema derecha apela al nacionalismo y lo traduce a menudo en antieuropeísmo. ¿Volver a los Estados nacionales? ¿Desmembrar esa Europa que tanto cuesta poner en pie simplemente porque no hay imaginación ni voluntad política para avanzar en un proyecto de progreso compartido? ¿Simplemente porque el empantanamiento europeo nubla las entendederas de los dirigentes políticos y los conduce a renunciar a todo proyecto común con participación popular?

Cada vez más este atasco europeo apela a la voluntad de los pueblos para deshacerlo. La desconexión entre dirigentes y dirigidos en la Unión se manifiesta con creciente intensidad bajo la forma de desafección, indiferencia y hasta rechazo populares. Este distanciamiento favorece por lo demás el recurso a respuestas tremendistas como las de la extrema derecha; pero al tiempo exige que una reacción organizada se materialice en los sectores progresistas. Esta línea de actuación va tomando forma a través de las voces de personas con indudable experiencia política e influencia social, y esto nos remite al prometido manifiesto anunciado por Yanis Varoufakis y otros. Por estos caminos se va construyendo el contexto europeo de la reacción progresista.

La nueva realidad supranacional exige, ahora ya de manera perentoria, una reacción positiva y bien construida del sur de Europa. Bien construida se entiende como entente entre los países del sur fortalecidos por su nueva trayectoria política popular y por la superación de sus rencillas históricas. En esta atmósfera, España tiene un papel que desempeñar. Pero tendrá un papel en la medida en que sepa articular una nueva organización institucional, dejando atrás la endeble construcción del estado de las autonomías y las divisiones entre sus pueblos. Y mejor aún si la superación de este entramado institucional coge el camino de la visión de Europa desde un sur progresista y preparado para contrarrestar los impulsos regresivos del neoliberalismo y las tendencias hacia la desigualdad que abruman a los pueblos.

En España podemos atrevernos a recuperar viejas ideas, desarrollando los conceptos que las concretaban y promoviendo los proyectos institucionales que emanarían de ellos. Por ejemplo, estamos volviendo a mencionar la respuesta federal como modelo de superación del estado de las autonomías. ¿Federación de nacionalidades y regiones? Es una posible respuesta, quizás útil en lo inmediato aunque probablemente pobre para hacer frente al gran desafío europeo, ante el que la escala de las respuestas deberá encontrarse en un nivel superior.

A lo mejor, como sucede a menudo, tenemos que tomar ejemplo de las grandes empresas más avanzadas, que hace tiempo piensan sus mercados con una visión supranacional, lo que se va haciendo cada día más patente a escala de la Península Ibérica: todos hemos observado que la mayor parte de los artículos de consumo envasados están rotulados en castellano y portugués. Las grandes empresas han identificado en ello una ventaja que las instituciones tardan mucho más tiempo en reconocer. Pero, puesto que tenemos que reformular nuestro tinglado institucional porque el actual no da más de sí, por qué no pensar la renovación desde una concepción que no nos es ajena y cuyo fracaso histórico puede haber sido tan solo la demostración de que no era su momento.

Pues sí, la cuestión catalana nos sitúa ante la urgencia de la respuesta en España. El descalabro en ciernes del proyecto europeo pone la urgencia de la respuesta en el sur de Europa. ¿Pueden ser dos cuestiones a abordar en el mismo proceso, aunque pensemos en una trayectoria gradual que acumule soluciones sin perder de vista el objetivo último de alcanzar un mayor peso específico para enderezar la Unión Europea?

Entendemos que la respuesta a la pregunta es afirmativa. Y entendemos, asimismo, que las dificultades del proyecto son enormes e irán exigiendo respuestas paulatinas basadas en una secuencia inevitable de prueba y error. Y entendemos, por último, que ese sur de Europa es una agregación no necesariamente histórica, sino más bien instrumentalsur de Europa, y, en cambio, la nueva ordenación institucional y territorial de la península ibérica debería ser una construcción con propósitos de permanencia.

Por lo pronto, un Estado español en situación de vergüenza pública a causa de la corrupción institucionalizada, del despilfarro de esos recursos escasos dedicados a pulir el déficit por imposición de Bruselas, del empobrecimiento de su población y de la acumulación de cuentas pendientes del régimen de las autonomías, está obligado a afrontar estas cuestiones con extrema urgencia. Pero, al mismo tiempo y por razones históricas evidentes, está obligado a promover la consolidación de un nuevo modelo social, que encuentre el encaje a una población castigada con el paro crónico y a un patrón institucional obsoleto. Es un nuevo estado lo que aparece en la escena política prospectiva, en situación de afrontar problemas propios y proyectar su renovación hacia la Unión Europea con una capacidad de negociación superior a la actual. Reconocer la existencia de una comunidad de intereses del sur, en el sentido de facilitar el encuentro institucional de realidades compartidas, no es en definitiva más que afianzar el recorrido en su día iniciado por la Unión Europea. Y esta Unión Europea que conocemos es, no hay que olvidarlo, una confederación de estados (aunque la denominación se oculte para evitar roces).

Así, la respuesta a la necesidad de reconducir el modelo institucional español para atender las demandas de Cataluña, y también de las restantes "nacionalidades y regiones", puede ser incardinada en la configuración de esa comunidad de intereses del sur y vinculada, en un proceso que se prolongará el tiempo necesario para su paulatino asentamiento, con la organización institucional a escala ibérica capaz de instrumentar la presencia fortalecida de ese 'sur' en Europa.

En este sentido, algunos intentos del pasado constituyen una referencia obligada. Su fracaso seguramente tuvo más que ver con circunstancias históricas de las respectivas épocas y con la escasa implicación popular en los procesos políticos desencadenados.

Uno de los mayores triunfos de Felipe II fue conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios (1580-1640). Para conseguirla, se comprometió a mantener y respetar los fueros, costumbres y privilegios de los portugueses. Gran parte de la nobleza y los grandes comerciantes portugueses adoptaron una posición favorable a la unión, mientras las clases populares se mostraron reacias. Simplificando: una unión hecha por arriba, sin participación de las clases populares.

Y el federalismo intentó tomar cuerpo en España hace algo más de cien años, aunque con una dimensión más limitada, como respuesta a los problemas de organización institucional interna del estado español. Pi i Margall, durante la Primera república Española, defendió en 1873 el Proyecto de Constitución Federal. Pero este proyecto fue impulsado de arriba-abajo en vez de abajo-arriba, como había defendido siempre. Este proyecto, finalmente fracasado, también adoleció del defecto anotado: un proceso guiado por la élite política sin participación popular.

Bruselas vuelve a estrechar la vigilancia sobre Portugal

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Volver a estos antecedentes históricos no es gratuito. Y la gran ventaja del momento actual es la combinación de una conciencia creciente acerca de la necesidad de entrar en un proceso constituyente y de una movilización popular que hace cada vez más suya esta convicción. Caminar hacia formas de organización federal para dar encaje a los llamados problemas "territoriales" de España y, de paso, dotarse de herramientas más potentes para fortalecer la comunidad de intereses del sur puede situarnos en el camino real del progreso, sin caer en la persecución idealista de una utopía inalcanzable. Y esto, volviendo al comienzo, significa un avance hacia el reequilibrio de la Unión Europea, en el que las luchas del sur se vean fortalecidas en el esfuerzo de neutralización de las estrategias de regresión y desigualdad impulsadas desde el norte.

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Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre

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