Librepensadores

Mentiras y corrupción: deben y, si quieren, pueden

Domingo Sanz

La intención de estas reflexiones es aportar inquietud e ideas al debate necesario para ganar la batalla a tanta corrupción como nos atosiga y que en realidad, si lo pensamos con la cabeza fría en medio del escándalo diario y su correspondiente rasgado general de vestiduras, ninguno de los actores obligados a resolver ha tenido el valor de iniciar. Por ejemplo, ¿cuántas propuestas concretas están poniendo los partidos políticos sobre la mesa, en un momento tan adecuado como el de negociar para formar gobierno? No deben ser muchas, porque estarían presumiendo de ellas y debatiendo ante los medios. ¿Y cuántas líneas rojas se han trazado, con este asunto en el centro de las exigencias para los acuerdos? En realidad, ninguna. Solo el rechazo a pactar con el PP por parte del PSOE, y sin mayor detalle para no molestar, por si acaso. Pero ni siquiera se intuyen actuaciones orientadas a romper el voto de los de Rajoy ante la tan deseada sesión de investidura triunfadora, única posibilidad de evitar el riesgo de nuevas urnas. Por tanto, nada nos permite pensar que entre las prioridades de un nuevo gobierno, inevitablemente pactado, se esté considerando una actuación potente y atrevida contra la corrupción.

Como el tema viene de muy lejos y es bien cierto que afecta a todos los partidos, aunque con muy distinta intensidad y no solo en proporción a los años disfrutados en el poder y a los kilómetros cuadrados de país sobre los que extienden gobiernos de sus variados colores, podemos sentenciar sin ningún miedo a errar que los responsables de acabar con esta lacra, y en demasiados casos también sus principales beneficiarios, no están en condiciones de aprobar leyes útiles al respecto. El instinto de conservación de cualquier ser vivo u organización pasa por no hacer nada que perjudique sus propios intereses y, en el caso de la especie humana, menos aún si disponen de posiciones de privilegio porque, entre nosotros, mecanismos como la ambición sin pausa se oponen a lo que sea con tal de defender y mejorar el status alcanzado, aún a costa de soportar desde el ridículo más espantoso en las pantallas hasta la amenaza de condenas carcelarias que después, seamos sinceros, nunca son tanto. Seguro que a usted, que esté leyendo, ya le han venido varias frases hechas a la cabeza.

Comencemos pues, por evidenciar que sólo dos pilares de la democracia, la libertad de prensa y la justicia independiente, han madurado lo suficiente como para atreverse a seguir su propio camino y, en el simple cumplimiento de su actividad profesional están comenzando a abordar, respectivamente, sus obligaciones de denuncia y castigo de la corrupción con nombres y apellidos. Que no den abasto resulta lacerante, pues nos condena a convivir con el delito permanentemente infiltrado en todos los ambientes de nuestro día a día y, además, desde posiciones políticas y económicas de dominio sobre toda la sociedad.

Por eso, creo que ha llegado el momento de que el protagonismo activo contra la corrupción sea asumido por los de abajo, es decir, la inmensa mayoría. Se trata, a fin de cuentas, de presionar a los partidos con toda la intensidad posible, hasta acorralarlos, porque nos deben desde hace mucho tiempo la solución de este problema. Pienso que la crítica debe ser muy dura porque están robando, pero constructiva, proponiendo soluciones valientes y distintas, pues como tienden a ser cobardes y conservadores de sus intereses particulares, son incapaces de encontrarlas. “Exijamos lo imposible”, se decía, y viene al caso, porque si no resolvemos esto regresarán los “salvadores” a “poner orden” que, como todos sabemos, significa seguir robando los mismos, pero sin las molestias que causan esas “manías” de la democracia a que nos hemos referido. Y no les hará falta montar una carnicería como en el 36, por poner un ejemplo. Ahora los métodos serán más sutiles y aprovecharán todos los trucos de la publicidad emocional y los grandes avances de la tecnología. Por supuesto, no dejarán de colocar las urnas cada cierto tiempo y mantendrán muchos de los actuales derechos individuales y colectivos, pero convertidos en apariencias.

Quede claro, desde el principio, que soy de la opinión de que las primeras actuaciones corruptas las cometen siempre las personas, pero cuando llegan a un determinado nivel pudren a los partidos a los que pertenecen y es entonces cuando se transforman en una banda de delincuentes previamente infiltrada en las instituciones a las que entregamos nuestro dinero. Por suerte, la Justicia se ha dado cuenta del detalle y ya realiza actuaciones y dicta sentencias condenatorias también contra personas jurídicas.

Tras estos primeros apuntes sobre la corrupción política diré que, de momento, las propuestas que me rondan giran en torno a cuatro ejes:

El primero me indica que, como ante cualquier enfermedad, hay que actuar también haciendo prevención, es decir, reduciendo radicalmente las ocasiones de corrupción para evitar el peligro de que se materialice. Y en esto, no nos engañemos, el número de ocasiones se traduce única y exclusivamente por el número de personas susceptibles de corromperse. Incluso la cuenta más sucia de Panamá no se mueve si alguien no aprieta una tecla y, en el otro extremo, un solo decente es capaz de descubrir hasta el paraíso más inmundo.

El segundo me hace pensar que, siendo en tantas ocasiones la mentira el eslabón más débil del delito, encontrar la forma de romperlo antes de que esa diabólica cadena se componga y nos atenace es una condición imprescindible para reducir sustancialmente la corrupción.

El tercero me tiene convencido de que, siendo en los partidos donde se engendra, crece y se blinda la corrupción, es ahí, en el reclutamiento de sus afiliados y en la promoción de sus dirigentes, donde se encuentra la llave que abra la puerta para sacar a los corruptos y, lo más importante, que la cierre para que no puedan entrar los aficionados a lo ajeno, que huelen antes de llamar a ese timbre por los “avalistas” que los acompañan. A la vista de lo que está pasando en el partido del Gobierno, muchos pensamos que sus cancerberos llevan, desde el principio de sus tiempos, quién sabe cuándo, equivocándose de llaves, de puertas, de salidas, de entradas y de personajes.

Y el cuarto, quizás idealista pero qué sería de nosotros sin ilusiones no materiales, me hace soñar con un mundo en el que a la política se apuntan, mayoritariamente, las personas de mejor calidad en orden a los valores aceptados como buenos, al menos en público, por la mayoría. Ningún delincuente presume de las maldades que estaría dispuesto a cometer por dinero.

Antes de seguir adelante, es el momento de recordar los tres Mandamientos que, de los diez de Moisés, han resistido textuales los milenios de tiempo transcurrido y las mil batallas de ideas competidas, hasta el punto de convertirse en cuerpo legal de unánime aceptación en nuestro planeta, y sin descartar la posibilidad de que también se respeten entre los habitantes de aquellos de los que aún no conocemos su existencia. Son, como todo el mundo recuerda, el quinto, el séptimo y el octavo, y sirven lo mismo para creyentes y ateos, probablemente porque su observancia resulta decisiva para seguir viviendo. Ya que los políticos incumplen tanto el octavo que es tontería pedirles que los juren para fiarnos de ellos, estamos obligados a inventar fórmulas que nos permitan seleccionarlos personalmente, mucho mejor de lo que lo hemos hecho hasta ahora y, porque no, antes de que aceptemos que se ofrezcan a “representarnos”.

Esta primera entrega, antes de pasar a lo concreto, no ha dejado de ser un compendio de lugares tan comunes y eternos como cosas de las que están escritas en el Antiguo Testamento, pero la intención es doble; por una parte, conseguir que se enfríen un poco las primeras ideas que llegan cuando nos invade lo insoportable, siempre tan calientes que hasta queman. Por otra, ir ganando tiempo para que prolifere el debate, única manera real de hacerle imposible al delincuente nuestra compañía y lograr que él mismo decida buscarse la vida de una manera más discreta y tranquila.

Continuará…

 Domingo Sanz es socio de infoLibre

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