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La rebelión de los avales

Héctor Muñoz

Contra pronóstico, Pedro Sánchez ha barrido a Díaz y a López. Se pueden hacer cien lecturas de estos resultados, pero no desde una óptica electoral —ni nacional, ni autonómica ni local ni europea— como están pretendiendo muchos medios y analistas. Por dos razones muy simples: el censo de estas primarias supone el 0,4% de la población de España; y está constituido por casi 188.000 militantes del PSOE, es decir, personas que tienen un carné político, más allá del grado de compromiso, expectativas y honestidad de cada uno, valores que no se computan en una papeleta de voto.

Son las segundas primarias que gana Sánchez, de forma consecutiva, en menos de tres años. En 2014 derrotó con holgura a Madina y a Pérez Tapias, un tipo, este último, muy interesante, no solo por su solvencia intelectual y académica, sino por su actitud crítica contra el Gobierno de Rajoy y frente al aparato socialista que facilita el rodillo conservador. Nada de esto interesó a los militantes y salió el candidato avalado por los barones, incluida la baronesa Díaz: Pedro Sánchez, posiblemente uno de los políticos de mayor estatura y menor talla de estadista en la reciente historia de España. Los tres candidatos consiguieron muchos más votos que los avales con los que se presentaban. Lo normal.

Entre aquellas fechas y las elecciones del pasado domingo, el PSOE ha perdido más de 10.000 militantes. En febrero de 2016, casi el 52% de los que no habían roto el carné votó en una consulta exprés —diseñada con dudoso rigor democrático—; cerca del 80% lo hizo a favor del pacto con C’s; unos acuerdos muertos intraútero y una militancia desorientada que se tragó el sapo de que la culpa era de Podemos por no querer cohabitar con la nueva derecha de color naranja. Las bases psoecialistas estaban tan hipnotizadas esos días que hubieran visto con normalidad a Sánchez Gordillo tomando el té afablemente con la duquesa de Alba.

A partir de este momento, con un Pedro Sánchez dando palos de ciego, vapuleado y ridiculizado en el Parlamento, Susana Díaz comienza a urdir su estrategia, apoyada por lo más rancio del partido y por una banda de pelotas que tenía muy clara la yegua ganadora. Objetivos: derrocar a Sánchez en la reunión del Comité Federal de octubre, colocar una Gestora dócil y llevarse de calle las primarias del pasado domingo. Los dos primeros salen a la perfección. Pero más de la mitad de los militantes, con un histórico 79% de participación, sale rana, rana, rana.

Que nadie se engañe, el PSOE está roto, posiblemente hoy más que nunca: hay dos mitades, entendiendo la candidatura de Patxi López como comparsa de la de Díaz, o mejor dicho —permítase la metáfora—, interpretando el concurso del exlendakari como el de un noble mamporrero. El acierto de los militantes, esta vez, solo ha consistido en elegir al menos malo para las políticas sociales que se esperan del partido que aún se llama socialista y obrero. Aunque no sea —ni se vislumbren expectativas al respecto— ni una cosa ni la otra. Particularmente en Andalucía, por más que aquella alardee de ello.

A Susana le han fallado 15.000 militantes. Pero sobre todo, le han fallado sus avalistas. ¿Cómo se entiende esto? ¿Cómo es posible que la hayan votado mil militantes menos que los que la avalaron? Para el que conoce el modus operandi del Gobierno psoecialista andaluz, de sus cargos, sus delegados, sus gerentes y sus mandos intermedios, no hay ningún misterio. Se llama coacción de guante fino: no necesitan colocar una daga en el cuello de nadie, solo recordar a más de uno y de una, lo que tienen y lo que pueden no tener.

No es comparable a la intensa corrupción y expolio que la sociedad española está sufriendo con el PP. No lo es, no. Pero sin serlo, es. ERE aparte. En esta ocasión los avalistas se han refugiado en el voto secreto para contribuir, junto a otros miles de militantes, a dar un baño de humildad a una dirigente política de bajo perfil, soberbia e intrigante. La propaganda de los dientes no le ha servido para nada; le ha fallado con quien menos lo esperaba.

La rebelión de los avales ha conseguido borrar su sonrisa. Por fin.

Héctor Muñoz es socio de infoLibre

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