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la fiesta de los libros

La Feria para el que la trabaja

La Feria del Libro, en el madrileño parque del Retiro.

EVA ORÚE

Algunos se temían lo peor, más aun después de lo ocurrido en el Teatro del Liceo con los Príncipes de Asturias y sabiendo que corría una convocatoria para que los maestros manifestaran su malestar. Pero la inauguración de la 72 edición de la Feria del Libro de Madrid transcurrió plácidamente, y la Reina doña Sofía, el Ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert y el flamante Delegado de las Artes del Ayuntamiento de Madrid, Pedro Corral, pudieron proceder sin mayores contratiempos.

Gritos, sí, de “reforma laboral para la Casa Real”, e incluso otros con sabor añejo como “ley de extranjería para la Reina Sofía”, pero nada más. “Además —me dice una librera— iban a toda velocidad y muy protegidos.” Gente precavida.

La organización puso ayer sobre aviso a los expositores que iban a recibir la visita real. Instrucciones: podían regalar a la reina lo que consideraran oportuno, y si ella elegía uno o varios libros, alguien tomaría nota para que les fueran abonados. Uno de las paradas fue en la caseta del grupo Contexto, donde Diego Moreno, editor de Nórdica, obsequió a la reina con un ejemplar de 20.000 leguas de viaje submarino. La ilustre visitante decidió, por su parte, llevarse otros dos títulos, uno de Impedimenta (la biografía ilustrada de Thoreau) y otro de Libros del Asteroide, Mi planta de naranja lima, de José Mario de Vasconcelos.

Permítanme una pausa. Conviene saber que el procedimiento varía en función del rango del miembro de la familia real que protagoniza el acto inaugural. Un año, la tarea recayó en la infanta doña Elena que, como es habitual, no se fue de vacío. Tras ella pasaba un colaborador que preguntaba: “¿Qué se debe?”. Hubo generosos que se lucieron: “nada”; otro aseguró, todo ironía: “me contento con ser Proveedor de la Casa Real”. Pero un grupo respondió presentando la factura. En pago, recibieron la devolución de los libros que habían entregado a la infanta.

Mientras tanto, la Feria se desperezaba en su primera mañana, tras unas horas intensas montando las casetas. El viernes es la antesala del sábado, que ha de convertirse en el primer día fuerte de un evento en el que todos abrigan el mismo sueño: remontar un año negro.

¿En qué piensan los feriantes?

Pero en estas horas iniciales, las preocupaciones son variadas. Para empezar, el tiempo. Los chaparrones son parte de la tradición, pero nadie contaba a estas alturas del año con el frío, que siempre retrae a los visitantes, y las lluvias persistentes. En ese frente, tranquilidad: luce el sol, se anuncia calor. Una Feria a temperatura agradable es una feria económicamente más rentable.

También se interpreta como un buen augurio que el primer fin de semana coincida con el comienzo de mes: los posibles compradores acaban de cobrar, razonan los expositores, tienen dinero fresco en el bolsillo y si a eso se suman las ganas de comprar, las cosas pueden ir bien. “Ahora o nunca”, bromea un editor.

Esta edición, como en todas ellas, los que tienen caseta en el lado sol envidian a los que han resultado afortunados con un estand en el coté sombra. Y quienes disfrutan de un puesto en el epicentro del recorrido son mirados de reojo por esos que, instalados en los extremos, creen que su zona es menos atractiva para los paseantes. “Estamos aquí en este páramo —se queja una editora—, hasta aquí no llega mucha gente.”

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Una cuita que se ha incorporado a última hora a la agenda de las preocupaciones: obtener cambio. Los habituales del Paseo de Coches saben que siempre, en un lugar preeminente, había aparcado un ofibús de Bankia que proporcionaba calderilla a los comerciantes, y dinero a los compradores. Pero este año, muy a última hora, Bankia les comunicó que no prestaría el servicio, y aunque la Dirección de la Feria ha buscado ayuda en el Banco de Sabadell, patrocinador del evento, no parece que las cosas se vayan a solucionar. “Dos días de mucha afluencia sin bancos abiertos y sin cambio suficiente… nos obligará a quitar los picos, los céntimos”, prevé un editor, por lo demás muy descontento con la labor de los bancos.

Al cabo, durante el fin de semana la suerte (léase los ingresos) de cada uno dependerá de todo lo dicho y de las firmas que haya podido conseguir. Un escritor de éxito puede salvarte una feria, y los pequeños lamentan que, en demasiadas ocasiones, las editoriales no les presten a los escritores súper ventas, esos que firman hasta acabar la tinta del bolígrafo, negativa que entienden como un ataque directo: “Si me hubieran dado a Jorge Javier [Vázquez] estaría salvado”, llora un librero, que asegura que lo solicitó con cuatro meses de tiempo y ni siquiera ha obtenido respuesta.

Todos, pues, expectantes. Y temerosos: desde instancias europeas piden el fin del IVA superreducido. “Será la puntilla”, se temen. Aunque, de momento, todo es Feria.

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