Exposiciones

El tiempo se sirve en una lata

Puerta del Sol. Madrid.  21.06.2011 - 23.12. 2011

Poco hay más evidente para corroborar el paso del tiempo que seguir –o intuir- el movimiento de la Tierra alrededor del sol. Comprobar cómo nace de madrugada por el este para caer al final del día por el oeste. Sentir cómo dibuja las estaciones, los ciclos, el inicio y el fin de las cosas. Ver cómo con el girar incesante de los astros en el espacio, se mueve también el reloj. Y presenciar cómo afecta a los entes, a los que viven y a los que permanecen inertes, inamovibles, como las montañas, las planicies o los edificios levantados con el ingenio del hombre.

Ese movimiento constante, inaprehensible para el ojo desnudo, ha sido apresado por Diego López Calvín y su ejército de cuarenta fotógrafos para la exposición Time in a Can, que se podrá ver en la sede de la Fundación Diario Madrid de la capital hasta el 31 de julio. Con la ayuda de unos objetos en apariencia inútiles para la función, latas de refresco, el artista y sus colaboradores han capturado en diferentes puntos del globo el recorrido del sol a lo largo de seis meses. El resultado se materializa en una treintena de imágenes fantasmagóricas, etéreas. En un rastro de los rayos solares evanescentes, pasajeros, fugaces. En la sombra de la luz. La captura del instante de un flujo.

Nada más apropiado que inaugurar la exposición tras la noche de San Juan, la celebración del solsticio de verano - aunque este fuera, en realidad, el día 21-. Porque ese es el extremo del periodo de tiempo que han encerrado los artistas en sus latas, pegadas con cinta aislante en árboles, en farolas, en balcones, en señales del metro: los seis meses que separan el solsticio de invierno y el de verano. El nombre del experimento, solarigrafía, lo acuñó hace 13 años el propio López Calvín. La idea consiste en retomar el viejo arte de la fotografía, forrando el interior de la lata con papel fotosensible, que se mancha con la luz que entra a través de una microperforación de 0,22 milímetros realizada con un taladro. Y ya está. No hay fijado ni revelado. Simplemente, se toma el papel manchado y se escanea para digitalizar la imagen.

Cinematógrafo profesional, López Calvín ha trabajado en numerosas películas. Entre ellas, Lucía y el sexo, de Julio Médem, donde uno de los protagonistas es precisamente el sol, hecho que se refleja en el nombre del personaje masculino principal, Lorenzo, o en la cualidad de la fotografía, siempre saturada, sobreexpuesta. “Me quedé con esa idea del sol, y al terminar el rodaje en Formentera, fui de vacaciones a Polonia”, cuenta. “Allí era invierno, y el sol apenas se levantaba en el horizonte”. Junto con su amigo Slawomir Decyk, que ya había trabajado con cámaras estenopeicas (es decir, sin lente), gestaron el embrión del proyecto, que ha sido patrocinado por la Asociación de Latas de Bebidas.

“Primero pensamos en fotografiar el sol en el norte y en el sur de Europa”, explica. Pero muy pronto, la idea se expandió a todo el mundo, cubriendo ambos hemisferios y el ecuador gracias a la ayuda de una cuarentena de colaboradores, algunos fotógrafos profesionales, otros amateurs, a los que convocaron a través de Internet. “Nunca se había hecho algo así: un trabajo de solarigrafía colectivo y sincronizado”. Desde Burgos a Wellington, de Kampala a Buenos Aires, o de Virginia a Essex, los fotógrafos colocaron latas que dejaron a la intemperie durante meses. De ahí que no solo hayan recogido el movimiento del sol –cuya curvatura varía dependiendo de la zona geográfica: por ejemplo, en el ecuador, es vertical-, sino también los fenómenos meteorológicos, si estos se han prolongado lo suficiente, como una estación lluviosa. “Si un árbol crece mucho, cuatro o cinco metros, ese crecimiento también se refleja como una sombra”.

Movimientos más sutiles y fugaces, como los de las personas, no son posibles de captar. De ahí que las imágenes que Francis Tsang tomó de la Puerta del Sol en plena efervescencia del 15-M muestren una plaza despoblada, vacía, coronada por un una luminosa estrella en movimiento. Se preguntará el visitante, entonces, cómo es posible que una de las fotografías de la exposición reproduzca a una vaca paciendo plácidamente en un campo. La respuesta es que hay trampa: se trata de una escultura. “Es la idea de la realidad y la ficción, de la foto como representación de la realidad”, explica López Calvín. “Un guiño del artista para expresar algo nuevo”.

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