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Cultura

Enrique Rambal, un maestro del teatro redescubierto

Enrique Rambal

Enrique Rambal no sólo fue un actor muy famoso en la España de los años veinte, treinta y cuarenta del siglo pasado. Llenaba teatros, realizaba giras por toda América y su presencia en un escenario era sinónimo de éxito. Rambal (1889-1956) también ejerció como director, trabajó como escenógrafo e incorporó técnicas entonces revolucionarias del audiovisual a sus espectáculos teatrales. A pesar de su fama y de su talento, la huella de Rambal, como la de tantos otros artistas en este país, se perdió con el tiempo desde su muerte en Valencia en un accidente de tráfico. Un libro recién publicado por la historiadora del teatro Francisca Ferrer viene a cubrir esa laguna sobre este ilustre desconocido de las tablas españolas. De este modo, Enrique Rambal o todo por el teatro (editorial Episkenion) se convierte en una obra de referencia sobre un actor que fue reconocido como maestro por monstruos de la escena como Adolfo Marsillach, Francisco Nieva o Fernando Fernán Gómez.

“Para valorar su altura artística”, señala Francisca Ferrer, que ha dedicado años a la investigación y a la escritura del libro, “bastaría decir que Marsillach lo consideró un maestro o que Fernán Gómez se inspiró en Rambal para crear el personaje principal de su película El viaje a ninguna parte. Creó, cuando todavía era muy joven, compañías propias integradas por medio centenar de actores y técnicos; recorrió España y América con sus montajes; y además fue un gran innovador de técnicas teatrales. Rambal destacó también como escenógrafo al lograr efectos especiales de tormentas, inundaciones o explosiones en una época en la que los medios técnicos resultaban muy primitivos. En definitiva, montó grandes espectáculos con un despliegue increíble de vestuarios y de maquillajes hasta el punto de que los empresarios teatrales de su época de esplendor solían decir que era el único actor al que los teatros se le quedaban pequeños”.

Nacido en la estación de tren de Utiel, un pueblo agrícola valenciano en los límites con Cuenca, hijo de un ferroviario, Rambal se apasionó desde muy joven por el teatro, sin duda el espectáculo más popular junto con los toros en aquella España de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Imaginativo y seductor, con aire de galán cinematográfico y una enorme capacidad de liderazgo, a través de Rambal puede recorrerse la historia de nuestro teatro en la primera mitad del siglo pasado. “Mi libro”, explica Francisca Ferrer, de la Universidad de Valencia, “no sólo se ocupa de la figura portentosa de Rambal, sino que aborda una época muy poco conocida y apenas estudiada del teatro español, una etapa muy desconocida incluso para los profesionales de la escena”.

La autora del ensayo atribuye a falsos debates sobre su talento como actor y también a la desmemoria cultural de este país que Rambal haya permanecido en el desván del olvido. Se codeó con autores como Jacinto Benavente, Nobel de Literatura en 1922; y llevó a las tablas adaptaciones teatrales de novelas que pasaron por el cine como Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de su paisano Vicente Blasco Ibáñez; o 20.000 leguas de viaje submarino y Miguel Strogoff, de Julio Verne. Todas estas adaptaciones deslumbraron al público y a los críticos al utilizar trucos audiovisuales que tardarían décadas en generalizarse. “Rambal apostó por el melodrama”, cuenta la historiadora, “y el cine es, en buena medida, melodrama. Por eso pudo integrar el cine en el teatro”.

En la cumbre de su carrera, la guerra civil sorprendió al actor en la Valencia republicana donde colaboró con Benavente, entre otros, en mantener los teatros abiertos y en estrenar nuevas funciones en medio de las penurias de la contienda. A pesar de su alineamiento con los republicanos, Rambal logró seguir haciendo teatro en la posguerra franquista y no ser represaliado al reinventarse, una y otra vez, y al conservar el favor del público. “Puso en escena todos los géneros, desde la comedia al drama pasando por las obras clásicas o el teatro infantil”, comenta Francisca Ferrer, “y su talento no decayó hasta el punto de que Ortega y Gasset llegó a decir que el mejor intérprete del Don Juan, de Zorrilla, que había visto, había sido Rambal”. No obstante, la estela del director y actor valenciano se va apagando a lo largo de los años cuarenta y cincuenta. “Seguía llenando teatros, pero sus espectáculos ya no resultaban rentables”, añade Ferrer.

En la vida de Rambal resulta imposible deslindar su vida del teatro y, por ello, su biografía se puede leer como un folletón repleto de aventuras amorosas, proyectos imposibles e inventos de pionero. No sabía vivir Rambal sin el teatro y quizá esa pasión la contagió a unos públicos que lo idolatraron. Aunque esa memoria permaneció viva durante un tiempo entre los aficionados al teatro, el larguísimo silencio cultural que impuso el franquismo arrinconó a todos aquellos que habían alcanzado fama en el periodo republicano.

“Ni siquiera la reivindicación de personalidades como Fernán-Gómez bastó para que Rambal ocupara en el teatro español el puesto de honor que merecía”, confiesa la autora del libro. El que fuera actor, cineasta y académico llegó a lamentar en artículos e intervenciones públicas la ausencia de Rambal en los libros de historia del teatro español. Para Fernán Gómez, “durante los 66 años de la vida de Rambal, su fama y su economía experimentaron frecuentes altibajos, pero llegó a ser ídolo de los públicos populares no sólo de toda España, sino de Hispanoamérica”. Un ídolo afortunadamente redescubierto por el libro de Francisca Ferrer.

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