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Santiago Roncagliolo: “A los fascistas les encantan los partidos de fútbol”

El escritor Santiago Roncagliolo.

En pleno proceso creativo, en un momento de bloqueo, Santiago Roncagliolo tuvo una aparición: “Pero hijito, seamos honestos, en el año 78 quién estaba: ¿tú o yo?”. Félix Chacaltana, protagonista de su novela de 2006 Abril rojo, regresaba de nuevo a su mente para poner un poco de orden al embrollo que tenía formado. “Mi primera idea era contar la historia de Joaquín Calvo, un hombre que nace durante la Guerra Civil española y muere en la época de las dictaduras latinoamericanas de los años setenta, alguien que lleva la guerra consigo, lo persigue”, recuerda, “y que me serviría para contar la historia de los vínculos entre Europa y América, la de los fascismos que empiezan aquí y terminan en Chile y en Argentina, porque el discurso, la estética, todo es lo mismo”. Atenazado, sin una salida clara, aquella iluminación le sacó del atasco: de hilo conductor, Joaquín Calvo pasó a morir en las primeras páginas del libro. Y rejuvenecido, retratado en un tiempo anterior al de la otra novela, Chacaltana resucitó para hacerse cargo de la investigación del homicidio en La pena máxima (Alfaguara), la más reciente publicación del escritor peruano, afincado en Barcelona desde hace tres lustros.

Con el trasfondo del mundial de Argentina '78, un Chacaltana aún inexperto tanto en los asuntos laborales como en los del amor, va deshaciendo la madeja de un misterio que le lleva a las bambalinas de la Operación Cóndor, la conspiración llevada a cabo por las dictaduras latinoamericanas en coordinación con EEUU para vigilar y deshacerse brutalmente de miles de opositores y militantes de izquierdas. Aunque el Perú natal de Roncagliolo y Chacaltana, donde se desarrolla la novela, solo participó como colaborador esporádico, era aquel papel marginal, dice el escritor, precisamente lo que más le interesaba. “Básicamente, Argentina le pregunta a Perú si pueden entrar al país a secuestrar, torturar o matar a otros argentinos, y el gobierno no solo dice que bueno, sino que pide además que se lleven a otros peruanos, a los que no matan, pero sí se los llevan para que no alteren el orden”, relata Roncagliolo, para explicar que muchos de los sucesos ocurridos entonces llegaron incluso a aparecer, aunque minimizados, en la prensa. “Terminas por ser cómplice, y eso es lo que hizo Perú”.

El ruido de fondo procedente de los partidos del mundial, le sirvió al autor –también colaborador de tintaLibre- por un lado para aportar velocidad y ritmo a la novela, que reproduce la cadencia trepidante de las narraciones futbolísticas radiofónicas y, por el otro, para poner de relevancia las miserias de las que se nutre el rey de los deportes. “A los fascistas les encantan los partidos de fútbol”, sentencia desde el sofá de un céntrico hotel madrileño, café en mano, sonrisa en boca. “Los grandes acontecimientos deportivos les dan la oportunidad de vender el país que ellos quieren vender, y que muchas veces es el que no hay. Imagínate, en un discurso en el mundial de Argentina, Videla llega a hablar incluso de derechos humanos, cuando no tan lejos estaba torturando a gente. El fútbol es el mayor espectáculo de masas, supone un momento tribal en el que celebramos lo que somos o lo que creemos que somos: es una gran ceremonia de comunión, pero también una gran distracción”.

Completamente ajeno al mundo del balón, a Chacaltana, en cambio, lo que le obsesiona es otra cosa: su novia Cecilia, con la que mantiene – muy en contra de la voluntad de ella-, una relación de lo más casta e ingenua. “Los cambios sexuales y sociales de los sesenta llegaron a Latinoamérica en los setenta”, explica Roncagliolo, al tiempo que asegura que “todas las historias de Chacaltana son también sobre la pérdida de la inocencia tanto en lo sexual como en lo político”. Y aunque el escritor asegura que él no quiere lanzar (al menos no todo el tiempo, no en todos sus escritos), un mensaje político, lo cierto es que el género que domina –y el que más laureles le ha granjeado-, el negro, se ha convertido hoy precisamente en eso, en un género político. “En el policial clásico el detective era el bueno y el asesino era el malo, pero desde los años noventa, la novela negra plantea muchos grises, lo que te permite retratar la ambigüedad moral”.

Si sus progenitores, significados políticamente –su padre, un hombre de izquierdas, fue ministro de Asuntos Exteriores en Perú y él, de pequeño, llevaba camisetas del Frente Sandinista de Liberación Nacional e incluso de Saddam, "que era socialista"- sabían exactamente de qué lado querían estar, ahora él, su generación, vive enmarcada, como la novela negra, por un manto de contradicciones. "El mundo de ahora es más complicado. El capitalismo más exitoso de América Latina está dirigido por un sindicalista e incluso Rajoy, que se supone liberal, ha nacionalizado un banco y ha subido los impuestos: ahora las cosas son más difíciles de meter en una ideología". Algo, subraya, parecido a lo que ocurre con la cultura. “Crecimos con la cultura pop y con la alta cultura, y a mí me encanta saltar de un género a otro, nunca quedarme”, asegura. “Y también creo que hay una cierta dirección de la cultura hacia una mayor popularización y democratización. En Latinoamérica, donde se lee menos que en España, el escritor ha sido tradicionalmente un académico, pero hoy es –somos- más bien un periodista, gente que se dedica al oficio”.

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