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Morir de risa en el Tercer Reich

Morir de risa en el Tercer Reich

A los niños que se portaban mal durante la Alemania nazi no iba a buscarles el hombre del saco. La amenaza de sus padres era la de enviarles a Dachau. Esta macabra advertencia ejemplifica una de las conclusiones a las que ha llegado Rudolph Herzog, hijo del prestigioso cineasta Werner Herzog, después de investigar durante varios años cómo era el humor durante el régimen nazi: los alemanes sabían que los campos de concentración existían y que no se trataba, precisamente, de centros de “reeducación”, sino que las atrocidades que allí se cometían eran vox populi. La historia de Herzog con el humor nazi tiene también tintes de comedia negra. Su tía abuela había fallecido y mientras limpiaban su casa, un auténtico caos, según cuenta Herzog, encontró una colección de chistes del Tercer Reich que había sido escrita entre los años treinta y cuarenta. Su trabajo de investigación sobre el tema se plasmó primero en un documental, producido por la BBC, y después en un libro que se publica ahora en España con el título Heil Hitler, el cerdo está muerto (Capitán Swing).

El humor antinazi era considerado por el régimen como un acto de traición y a partir de 1938 se condenaba con la pena de muerte a aquellos que “desmoralizasen las fuerzas defensivas”, es decir, un delito que en realidad significaba carta blanca para actuar con total arbitrariedad. Pero, ¿era realmente peligroso hacer bromas? “En la mayor parte del Tercer Reich no lo era. El régimen se dio cuenta de que hasta cierto punto la gente necesitaba el humor como forma para aliviar su frustración. Es muy raro que se condenase a alguien a muerte por contar chistes. Yo no he encontrado más de cinco casos”, explica Herzog. Normalmente, las acusaciones por burlarse de la clase política se utilizaban como excusa para procesar a alguien que ya estaba en el punto de mira del régimen por otras razones. Las sanciones, que variaban en función de la afinidad del personaje con el partido, iban desde multas hasta penas de prisión, y sólo hubo condenas de muerte cuando la guerra ya se veía perdida y aumentaba el afán sanguinario entre las filas nacionalsocialistas.

Al contrario de lo que se podría pensar en un principio, las pullas sobre las extravagancias de los miembros del partido nazi no se hacían a escondidas, sino que eran un auténtico fenómeno de masas. El propio régimen llegó a editar un recopilatorio de caricaturas extranjeras que se mofaban de Hitler acompañadas de rectificaciones de acuerdo con la línea ideológica del partido. El resultado fue un auténtico chiste en sí mismo. Por ejemplo, un dibujo de la personificación de la muerte con una máscara de Hitler y una guadaña en forma de esvástica es 'rectificada' así: “La imagen quiere decir que Hitler perseguía la guerra”. Y añadían el hecho al que supuestamente se refería el dibujante: “El 15 de julio de 1933 Hitler firmó a través del embajador alemán en Roma el 'Pacto de los Cuatro', por medio del cual se aseguraba la paz en Europa para 10 años con la firma de Inglaterra, Francia, Italia y Alemania”.

Otra de las conclusiones a las que llegó Herzog fue que el humor político no siempre es subversivo. “La gente estaba contando estos chistes a la vez que luchaba hasta la última bala para defender su ciudad”, apunta. Sólo al final de la contienda, cuando el régimen se radicalizó tanto hacia fuera como dentro de Alemania, aparecieron bromas mucho más crueles. Ésta, por la que una trabajadora de la industria armamentística fue condenada a muerte, es un ejemplo: “Hitler y Göring están en la torre de radiodifusión de Berlín. Hitler dice que quiere darles una alegría a los berlineses. A lo que Göring le contesta: ¡Entonces salta desde la torre!”. La mayoría de los chistes que se hicieron durante el nazismo, sobre todo en los primeros años, eran prácticamente inofensivos, criticaban más las debilidades humanas de los mandatarios (la cojera de Goebbels, el sobrepeso de Göring…) que la crueldad con la que actuaban. Herzog asegura que la explicación se debe a una “sensación de parálisis, de que no se podía hacer nada” contra el ascenso imparable del partido nazi. Los chistes hechos por judíos apoyan esta tesis: “¿Quién es la mujer más deseada? ¡La abuela aria, naturalmente! ¡No! ¿Pues entonces quién? La bisabuela judía ¡aportó dinero a la familia y ya no perjudica a nadie!”. Este chascarrillo hace referencia al decreto que establecía que los no arios eran aquellos de padres y abuelos judíos.

Un periodo poco agradable para investigar

Pero quizás la mejor muestra de humor negro de la época sea la del cómico Werner Finck, cuyas insolentes bromas le costaron el paso por el campo de concentración de Esterwegen, en la frontera con Holanda. Su fama y prestigio como comediante le valieron el relativo beneplácito de los vigilantes y el permiso para celebrar una velada de cabaret en el campo. El atrevido discurso de aquella actuación se ha conservado literalmente: “Os sorprenderá lo alegres y animados que estamos. Pues bien, camaradas, esto tiene su razón de ser: en Berlín ya no lo estábamos desde hacía mucho tiempo. Siempre sentíamos una extraña sensación en la espalda. Era el temor a terminar en un campo de concentración. Y mirad, ahora ya no necesitamos sentir miedo nunca más: ¡ya estamos dentro!”. Finalmente, Finck fue liberado del campo después de seis semanas, pero todavía le tocaría protagonizar otro espectáculo que roza la comedia negra. Junto a varios cabaretistas tuvo que comparecer ante un tribunal por infringir la Ley de Alevosía. Tras la lectura del sumario, repleto de chistes e hilarantes canciones, el juez le pidió a Finck que interpretase uno de sus números más polémicos, plagado de alusiones en tono jocoso a las estrafalarias órdenes de Hitler, como el saludo con el brazo derecho en alto.

Cuenta Herzog, que además de escritor es actor y director de documentales, que lo más difícil del proceso de investigación fue la búsqueda de testimonios: “Fue un proceso largo y complicado. Aunque era un fenómeno de masas, los chistes no son fáciles de memorizar”. Sus principales fuentes fueron las numerosas colecciones que se publicaron sobre este tema en los años posteriores a la contienda. Lo que sí es casi imposible de documentar es el humor de ideología nacionalsocialista, como este chiste sobre la invasión de Polonia: “El Papa ha llegado a Varsovia. Va a darles la extremaunción a los polacos”. Este tipo de mofas existían, “lo que sucede es que tras la guerra nadie quería acordarse de ellas”, apunta en el libro. A nivel personal, Herzog concluye que el proceso fue duro: “Hacer la película y después este libro fue bastante depresivo y a veces dramático. No es un periodo agradable para investigar. No me puedo imaginar lo que sería dedicar una vida entera a estudiar este tema”.

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