Arte

El Bosco: instrucciones de uso

Extracción de la piedra de la locura, de El Bosco.

Habrán oído esa expresión que dice que alguien tiene una pedrada en la cabeza. Vamos, que no le funcionan los circuitos. Que no rige. En el caso de la imagen de arriba, la que abre estas líneas, el desafortunado protagonista vive la metáfora en sus propias carnes. En su mismísima calavera. Dice llamarse Lubber Das, nombre genérico con el que en los Países Bajos se denominaba a alguien de escasa inteligencia. Un Abundio. En su desesperación, el hombre le pide a esa especie de doctor coronado con un embudo que le saque la piedra. Que le libere de su miseria. Todo esto mientras una monja con un libro sobre la cabeza observa la escena, tan atentamente como el otro religioso que les acompaña, y que porta consigo una jarra de vino mientras con su gesto parece decir: ¿pero de qué te quejas?

La estampa, por mucho que nos esforcemos en traducirla a los códigos de nuestra sociedad moderna, sigue resultando un misterio en su voluntad y su mensaje. Qué nos quiso decir el artista, qué significados profundos guardaban sus símbolos y referencias, continúa siendo un enigma para el que hay tantas soluciones como interpretaciones. ¿Tendría el autor la pedrada en su propia cabeza? La evidente crítica social, ese comentario sarcástico sobre la estulticia humana, que queda patente de una manera tan admirable como caricaturesca claramente evidencian que no. No era esta Extracción de la piedra de la locura una prueba de la insania de su hacedor, el maestro flamenco El Bosco, uno de los más reconocidos nombres artísticos de todos los tiempos. 

'El Jardín de las Delicias', pintado en torno a 1500.

Casi quinientos años después de su muerte, que se conmemorará este 2016, el artista neerlandés continúa ostentando el rango del más profusamente imaginativo de todos los azotes del vicio y el pecado de Occidente. Adelantándose a los fastos que se organizarán en torno a la efeméride, la editorial Taschen ha editado El Bosco. La obra completa, un libro escrito por el historiador del arte Stefan Fischer en el que se recogen imágenes detalladas de todas sus pinturas que, aunque se multiplican por las muchas copias y versiones que existen, se reducen como de probada autoría a una veintena de tablas y ocho dibujos.

Nacido en la ciudad holandesa de Bolduque (Den Bosch) en torno al 1450, el pintor lo fue porque así se lo impuso su legado familiar: fue nieto de pintor, hijo de pintor, padre de pintor. Ninguno de ellos destacaría como él, de quien se sabe fue considerado excelente en vida por sus imágenes abigarradas, con múltiples personajes en miniatura, plagadas de alegorías que bebían del imaginario arquitectónico de la baja Edad Media, época de la que sin duda permanecieron como referentes para su obra las tajantes reprobaciones a la pusilanimidad del hombre y los severos castigos que por no combatirla le sobrevendrían.

El carro del heno, fechado en torno a 1500. 

El carácter aleccionador y moralizante de sus pinturas, realizadas al óleo y algunas con curiosos formatos, como el circular de La extracción de la piedra..., se superpone en sus composiciones con una imaginería de desbordante fantasía que ha servido de inspiración para no pocos artistas, desde algunos inmediatamente posteriores a él como su compatriota Brueghel a otros contemporáneos, como algunos surrealistas y expresionistas. A España, El Bosco -cuyo nombre verdadero era Van Aken- llegó a través de la figura de Felipe II, quien adquirió varias de sus piezas para el monasterio de El Escorial, que pasaron luego al Museo del Prado. 

Entre sus composiciones más sobresalientes destacan algunas de las atesoradas por la pinacoteca madrileña, desde El carro del heno a La mesa de los pecados capitales o su archiconocido El jardín de las deliciasEl carro del henoLa mesa de los pecados capitalesEl jardín de las delicias. En su reverso, cuando se cierra, el famoso tríptico representa una esfera de cristal, la bola del universo, conocida como La creación del mundo. El anverso se divide en los tres grandes episodios de ese mismo mundo: el Jardín del Edén (el paraíso terrenal de Adán y Eva), el Jardín de las Delicias (la tierra convertida en un edén pecaminoso y lujurioso) y el Infierno (el estadio subsiguiente a esa existencia corrompida).

Como los que discurren cargados de agua por las tablas, han corrido ríos de tinta sobre el origen, la motivación y el significado profundo de esta pieza, que ha mantenido fascinadas a todas las generaciones que han precedido a su autor. En el libro de Taschen, más allá de espectaculares ilustraciones, enfocadas en los detalles difíciles de capturar a primera vista y a gran tamaño -y con dos desplegables incluidos- se intenta arrojar luz a través de las explicaciones de expertos a los porqués no solo de esta, sino del singular conjunto de las obras del holandés. 

Secretos como una partitura inscrita en los glúteos de uno de los castigados por los demonios del averno de El Jardín de las Delicias ya han sido desentrañados: unos estudiantes estadounidenses recientemente descubrieron el pentagrama pintado en las sufridas posaderas y trasladaron la melodía al piano. Pero otros muchos continúan sin duda a la espera de ser descifrados. Aunque ya lo dijo Joaquín Yarza, estudioso de la figura de El Bosco: no faltarán las contradicciones. Valga esta de ejemplo, sobre El Jardín de las Delicias: "El cuadro tiene un carácter moralizante, donde el hombre aparece encenegado por los vicios, pero hay complacencia del artista en esos vicios. El pintor condena los pecados, pero se complace en representarlos".

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