Cómic

'Hijos de los 80': de niños burbuja a adultos explotados

Portada de 'Hijos de los 80'.

Ha pasado de contar la realidad catalana a la española y, finalmente, la europea. Cabe deducir que el siguiente hito será el mundo. Sobre todo ahora que vamos cuesta abajo y sin frenos hacia la globalización total. Aunque eso quizá lo describirá mejor la actual generación de veinteañeros, los que nacieron en los años noventa y crecieron con un móvil en la mano. Él, el ilustrador barcelonés Aleix Saló (Ripollet, 1983), es de la década anterior: la que veía las tortugas ninja en la tele, escuchaba los discos de Nirvana y recibía una nueva y experimental educación para entrar por la puerta grande en el mercado laboral. Aquello ya se esfumó: llegaron internet, el reggaetón y el invitado estrella, la infinita precariedad. Pero siempre quedará el recuerdo y con él las consecuencias de lo hecho y vivido, que él capturó con la gracia y la simplicidad que le caracterizan en el cómic Hijos de los 80. La generación burbuja (Debolsillo).

El libro, que se edita ahora en castellano, se publicó originalmente en catalán en 2009. Por entonces pocos sabían quién era aquel chaval delgado y de voz segura cuyas viñetas vieron la luz al ganar un concurso en Cataluña, y que a partir de ahí se llevaría por delante a sesudos economistas y abnegados especialistas en comunicación con su meridiana explicación de la burbuja inmobiliaria y la crisis que expuso en su famoso Españistán (2011). A aquel cómic le siguieron Simiocracia (2012) y Europesadilla (2013), y el chaval se fue convirtiendo en un hombre y un nombre de referencia del chascarrillo ilustrado, colaborando además con sus viñetas en publicaciones como El Jueves o Público

En una aún muy soleada terraza de Madrid, Saló recuerda aquel ya lejano Hijos de los 80, que recupera ahora para así “cerrar una etapa”, y comenzar ese nuevo periplo por Europa y más allá. “En el último libro, en Europesadilla, hablo de Europa pero sin dejar de lado el resto de continentes, porque estamos inscritos en la globalización”, explica el dibujante, cuyos referentes van desde colegas como Juanjo Sáez a ensayistas como Josep Pla. “Para describir Europa lo tienes que contraponer a otra cosa, igual que para hablar de tu generación la tienes que comparar con las generaciones anteriores”. Lo mismo que hizo en su primer pero recién estrenado libro –que además está prácticamente descatalogado en su edición en catalán- donde intenta hacer una “autocritica generacional” a través de aspectos sociológicos heredados de padres y abuelos y reinterpretado como la educación, la cultura de masas, las drogas, el sexo, la vivienda…

Aunque de la autocrítica, algo le cae a la generación anterior. “Ha sido la que nos ha modelado, bien sea a través de sus planes de estudio, o de reformas que a veces fueron un poco absurdas, en las que funcionamos como conejillos de indias”, explica. “Yo critico en el cómic esta cultura del crédito de bailes de salón, de la asignatura optativa de hacer magdalenas, con la que pretendían que el profesor fuera una figura mucho más cercana, pero yo creo que se olvidó de la parte buena de la generación anterior que a nosotros nos faltó un poco, que fue un punto de disciplina, de competitividad, que siempre va bien. En ese sentido sí que podemos, creo que de forma justificada, cargarles con parte de la culpa, sobre todo en lo que tiene que ver con las expectativas de futuro”.

Lo sabe bien aquel chico que en 2002 se lanzaba de cabeza a estudiar arquitectura, una carrera que por entonces “lo tenía todo” -salidas, sueldo, prestigio…- y que siete años después abandonaba para dedicarse a la ilustración, dejando atrás una profesión que ya no se parecía ni lejanamente a la que se encontró en un principio. “Nuestros padres tenían una forma de enfrentarnos al futro que a nosotros ya no nos funcionó”, reflexiona. “Para ellos la fórmula de los planes a largo plazo siempre había sido una fórmula ganadora: comprar una casa, hipotecarse, invertir en los estudios de los hijos, escoger la empresa que te dé el contrato más a largo plazo, a diez, quince años. Esta fórmula ya no funciona, es contraproducente. Cuando llegó la crisis precisamente a quien golpeó más fue al que tenía ahorros, y en ese sentido es como si a ti te han dado un manual de instrucciones que ya no sirve absolutamente para nada”.

El ilustrador Aleix Saló, en una firma de libros.

Ante la falta de algo sólido a lo que agarrarse, él ha demostrado saber sacarse asas de donde no las hay. Los populares vídeos que siempre crea para promocionar sus cómics son buena prueba de ello, hasta el punto de reconocer que “mucha gente no sabe que hago libros, pero es lo que me da de comer”. Aunque ahora recele un poco de las bondades de internet. “Ya no es tan apremiante estar en las redes y opinar sobre todo”, cree. “Ahora ha dejado de ser un valor, y suma más puntos tener un poco de misterio, dosificarse”. Por eso asegura tomarse muy en serio “la parte extradibujo”, la que le lleva a gestionar entrevistas o participar en encuentros, al tiempo que sigue dándole vueltas a nuevas ideas. “Al final, el caldo de cultivo son las cosas que le pasan a uno por la cabeza: todo consiste en darle a la máquina y apuntar conceptos”.

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