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Nat Tate: el arte es una farsa

Nat Tate, el artista imaginario.

“¿Por qué se suicidó Nat Tate? ¿Qué lo llevó a sumergirse en la helada confluencia del Hudson y el East River aquel día de enero de 1960?”, se pregunta el escritor y guionista británico William Boyd en su obra de 1998 Nat Tate. 1928-1960. El enigma de un artista americano, una biografía del famoso pintor expresionista abstracto de quien, tras su desaparición prematura a los 31 años, quedaron menos de una decena de obras para atestiguar su visionario talento. Él mismo fue quien, en un dramático gesto, se encargó de destruir la mayor parte de su trabajo —“el 99%”—, antes de arrojarse a la muerte en las gélidas aguas del río neoyorquino.

“Hay varias teorías, algunas necias y otras complejas”, se contesta él mismo. “(Logan) Mountstuart decidió al principio que había caído en una especie de depresión quizá agravada por el alcohol (“simplemente perdió la chaveta”) y decidió matarse. Janet Feltzer consideró que había una inseguridad más profunda: siempre sospechó que algo importante había ocurrido entre (Peter) Barkasian y (Didier) Van Taller, tal vez habían llegado a un acuerdo que, por otra parte, Barkasian negaba, pero que Nat había descubierto sin querer”.

La respuesta, no obstante; la verdadera, se la damos nosotros: nada llevó al pintor Nat Tate a lanzarse al abismo.

Nada, porque, en realidad, Nat Tate jamás existió.

Conocida por ser una de las más notorias —y exitosas— farsas de la historia del arte, la patraña sobre la vida nunca realizada de Nat Tate —cuyo nombre deriva de la fusión de las británicas National Gallery Tate Gallery—, se publica ahora en castellano, de la mano de la editorial Malpaso, que incluye un prólogo de Francisco Calvo Serraller.

“Todo empezó en 1998” escribía hace solo tres años el propio autor —del libro y del personaje— en The Guardian. “Estaba en el consejo editorial de la revista Modern Painters, por entonces una publicación trimestral con clase e influencia, cuando un día la directora, Karen Wright, se preguntó en voz alta si habría algún modo de introducir un poco de ficción entre los perfiles de los artistas, las críticas de las exposiciones y los ensayos en los que se especializaba la revista. No sé qué me hizo hablar, pero dije, sin pensar realmente: '¿Por qué no me invento un artista?' Y así nació Nat Tate”.

La gran broma —que en un principio no se planteó como tal sino, en palabras de Boyd, como un intento de "probar cuán poderosa y creíble puede ser la pura ficción y, al mismo tiempo, de crear una fábula moderna sobre el mundo del arte"— no se quedó sin embargo en la redacción de biografía imaginaria. En esta, en cualquier caso, se detallan aspectos de la tumultuosa vida de Tate desde la infancia hasta su trágica muerte, como que, de niño, y ante la ausencia de una figura paterna, “fantaseaba con que su madre había sido una puta de los muelles y que él era el resultado de un rápido y carnal ayuntamiento de medianoche con un marinero”. O que, de adulto, se convirtió en un hombre “alto, y de aspecto saludable”, “una imagen algo disonante con respecto a sus colegas".

La bola comenzó a agrandarse cuando, una vez publicado el libro, la editorial, 21 Publishing, organizó un evento de presentación en el estudio del artista Jeff Koons. En aquella fiesta, uno de sus fundadores, el músico David Bowie, leyó unos extractos de la obra, la primera que editaban. Con su complicidad, unida a la de Karen Wright, el biógrafo de Picasso John Richardson y el escritor Gore Vidal, quien firmó el texto de la faja de la portada, el lío acabó por montarse. “Algunos de los mayores nombres del mundo del arte han sido supuestamente engañados por la biografía de un artista falso”, informaba la BBC el 7 de abril de 1998, en uno de los varios artículos con respecto a este tema que fueron saliendo en aquellos días. “Varios periódicos británicos, incluido el Sunday Telegraph, ya han publicado extractos del libro”.

La biografía, dedicada según sus perpetradores a recuperar y ensalzar la figura de Tate dentro del movimiento del expresionismo abstracto (el de Pollock, De Kooning...), incluía, efectivamente, descripciones que hacían pensar en su veracidad. Además de mencionar a diferentes galerías y galeristas —como Janet Feltzer y su espacio Aperto—; marchantes como Didier Van Taller o escritores como Logan Mountstuart, todos involucrados de un modo u otro en la carrera de Tate, también incluía fotografías, tanto del propio pintor como de algunos de los personajes que lo habían rodeado a lo largo de su existencia.

Lo cierto es que estos, en buena medida, eran igualmente inventados, lo mismo que las imágenes, procedentes de los archivos personales del escritor. La inclusión de otros nombres verdaderos —como los de los pintores Roy Lichtenstein o Franz Kline, por ejemplo, también supuestamente relacionados con Nathwell Nat Tate— daba en cambio la impresión de realidad. El mencionado artículo de la BBC recogía en ese sentido una afirmación de Wright con respecto al montaje: “En parte, nos divirtió mucho que la gente dijera 'Sí, he oído hablar de él'. Hay una voluntad de no parecer tonto. Los críticos son demasiado orgullosos en ese sentido”. Unas declaraciones apuntaladas por Boyd, quien aseguró que, enaquel sarao de 21 Publishing, hubo quienes "no queriendo parecer ignorantes o poco informados, hablaron abiertamente de Nat Tate, recordando con cariño aspectos de su vida, exposiciones que habían visitado, mostrando su tristeza por su prematura muerte". 

Aunque en realidad la sangre no llegó a teñir el río —el engaño se destapó antes de transcurrida una semana desde aquel (¡sorpresa!) día de los inocentes de 1998, que en muchos países se celebra el 1 de abril— la vida y obra de Nat Tate —cuyos pocos cuadros supervivientes había pintado el propio Boyd, llegando a venderse uno de ellos en subasta en Sotheby's por 7.250 libras (9.100 euros) en 2011— queda como ejemplo fehaciente de algunos de los grandes interrogantes en torno al arte. ¿Qué hace que un artista, el elegido, se convierta en legendario frente al resto? ¿Dónde queda la aportación de un creador si su obra no llega al gran público? ¿Otorga una biografía trágica y enigmática un mayor caché a sus obras? ¿Quién y cómo se decide lo que es valioso, original  o innovador?

"El problema con el mundo del arte, al contrario de lo que ocurre por ejemplo en literatura, es que con un solo mecenas rico ya se puede crear una tendencia", escribió Boyd en el Telegraph tras la venta de su nat tate original, titulado Bridge nº 114. "Dos mecenas, y ya tienes una corriente". Más teórico, el historiador del arte Calvo Serraller también aventura una explicación a este curioso y revelador fenómeno en su prólogo: "¿Por qué precisamente entonces se produjo esta deificación del artista en el contexto de una sociedad ya indeclinablemente volcada a su secularización?", se pregunta. "Habría que responder que, aunque resulte paradójico, porque la secularización social necesitaba colmar el vacío dejado por la súbita desaparición de los dioses y restituir de alguna forma la perdida presencia de lo sagrado". 

*Fotografía vertical: David Bowie, con el libro de Nat Tate, William Boyd y, al fondo, Jeff Koons, en la fiesta de 21 Publishing. 

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