Literatura

Yasmina Khadra: “Los pueblos están cansados, porque han delegado sus aspiraciones en hombres indignos”

El escritor argelino Yasmina Khadra.

En las novelas de Yasmina Khadra, y ya van más de una veintena, hay un personaje que se repite: no es ni hombre ni mujer, y es ambos a la vez. Se trata del pueblo argelino, su sociedad, su historia, sus costumbres y también sus muchos problemas, que hacen de telón de fondo de los relatos del autor.

Ponerlos de relevancia, criticarlos y ofrecer sugerencias para superarlos es para él su “deber”. Por eso lo ha mantenido en su último trabajo, A qué esperan los monos… (Alianza), una historia policiaca ambientada en el Argel contemporáneo con una protagonista femenina y lesbiana en un mundo machista y homófobo. Uno que, en cualquier caso, no se reduce a aquel país.

Junto a ella, la avezada comisaria Nora Bilal, encabezan el variado y coral elenco del libro los rboba, los gerifaltes que, desde la sombra, mueven los hilos del país norteafricano. Aunque sabe a quién apunta, no ha dado nombres reales porque, cree, eso distraería la atención del trasfondo de lo que cuenta, que se traduce en “corrupción, injusticia, tráfico de influencias, perjurio”.

De esos males adolece su Argelia, no tan lejana ni en fondo ni forma de esta España, y en ellos pone el foco en su novela negra. “Los pueblos están cansados, porque han delegado sus aspiraciones en hombres indignos”, se lamenta, para afirmar que “la crisis la han provocado los incompetentes” que, con los levantamientos populares, “han entrado en pánico generalizado”.

El brutal asesinato de una joven en un bosque a las afueras de la capital marca el punto de partida del trepidante relato de Khadra (Kenadsa, Sáhara argelino, 1955), autor de títulos como Morituri, El atentado o Lo que el día debe a la noche, algunos de ellos llevados al cine.

Las pistas conducirán a una cadena de conexiones que llegan hasta esas altas esferas que dominan desde un espacio invisible pero muy perceptible, y con ellas se irán revelando los aspectos más oscuros de la sociedad argelina, perpetuados y exacerbados por una prensa que vende su alma al mejor postor.

Que la investigación la lleve a cabo una mujer ya resulta de por sí reseñable en un país donde muchos hombres no aceptan la igualdad, menos en trabajos como el de policía. Que además sea gay, no hace sino apuntalar esas ideas que el escritor busca subrayar, como la de la pervivencia de unos prejuicios que atenazan el desarrollo. “Y que también existen en Occidente”, enfatiza, para afirmar que “cada cual debe vivir la vida que le convenga”.

Todo un héroe en su país, del que ha representado en palabras su época colonial, la posterior guerra de independencia de Francia o la más reciente violencia de su década negra, la de los noventa y primeros dos mil, todas heridas aún abiertas y muy dolorosas, Khadra siente que a través de su literatura aleja a sus compatriotas de los estereotipos. “Y mi éxito abre puertas a otros escritores argelinos”.

Si Gabriel García Márquez fue capaz de abonar y hacer florecer el jardín de las letras latinoamericanas, hasta su irrupción prácticamente desconocidas, él siente un similar compromiso para con su tierra. Aunque tenga que hacer frente a una de esas actitudes tan perniciosas como extendidas que denuncia en A qué esperan los monos…, la que adoptan aquellos “que quieren apagar toda luz, para que todo el mundo sea igual en la oscuridad”. En otras palabras, los envidiosos.

Que su Argelia no haya participado de la Primavera Árabe no significa que se haya quedado descolgada de sus vecinos. Al contrario, son Túnez, Egipto o Marruecos los que se han subido al carro tarde. “Occidente tiene una memoria selectiva”, dice, porque ya a finales del siglo pasado su país luchó por la democracia, con lo que “los otros llegan años después”.

Con tanto sufrimiento acumulado, con más de un millón y medio de muertos solo en la guerra de la independencia, según señala, también considera normal no querer participar en protestas. “El pueblo jamás ha bajado los brazos”, sostiene, para lamentarse de que, cuando creían que habían accedido a la libertad, se reveló la “descomposición moral, intelectual y política” que denuncia en su libro.

“Yo ya había predicho que no habría levantamientos en Argelia, porque raros son los pueblos que tienen tal pasión”, dice el escritor, que lo es en francés a pesar de las críticas de los arabófonos. "Amo esta lengua con todas mis fuerzas y ella me lo devuelve", afirma. "Hay árabes que consideran que soy un traidor, pero son todos personas que jamás han existido intelectualmente".

Definir qué significa la literatura árabe, si debe ser entendida desde el punto de vista de la procedencia de los autores o del de la lengua que utilizan, agrega, sería de entrada un buen punto de partida para el diálogo constructivo. Aunque, continúa, desde el mundo árabe, y en árabe, por el momento solo se han producido "libros de protesta o identitarios", nunca concentrados en problemas "en las antípodas de su identidad".   

Militar durante décadas, escritor en la sombra durante años –de ahí su seudónimo femenino, puesto que su verdadero nombre es Mohammed Moulessehoul- Khadra quiso traspasar la responsabiliad que ha adquirido con su país de la palabra escrita a la acción política. Este mismo año intentó reunir 60.000 firmas para presentarse a las elecciones presidenciales de Argelia, gobernada por Abdelaziz Bouteflika desde 1999, pero no consiguió el objetivo.

“El actual Gobierno no tiene legitimidad, aunque haya sido elegido”, sentencia. Además de contar con unas tasas de participación electoral "irrisorias", el autor cree que los votos del presidente provienen más del miedo, de la amenaza de que el sistema podría desestabilizarse, que de la convicción. Aunque como todo, la era de Bouteflika también tendrá que tocar su fin. Para entonces, la esperanza de Khadra se concentra en que el cambio "no llegue con violencia". 

"Los pueblos solo quieren la paz, ese es el sueño de toda familia", piensa. "Hay que parar las guerras, encontrar sentido en la frugalidad, tener ambiciones simples, con mesura. Sin embargo, somos esclavos del sistema, y eso no es vida". 

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