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Poesía

Benjamín Prado: “Solo hay un pasaporte de curso legal, la tarjeta de crédito”

El escritor madrileño Benjamín Prado.

Ha vuelto, y eso que nunca llegó a marcharse. Regresa después de ocho años el poeta Benjamín Prado, que en este tiempo caminaba por el mundo en su forma de novelista o ensayista. Tras la publicación en 2013 de la tercera entrega de su saga de Juan Urbano, Ajuste de cuentas, y de un libro de relatos, Qué escondes en la mano, el literato madrileño (1961) acaba de sacar Ya no es tarde (Visor), un poemario luminoso y optimista sobre las segundas oportunidades.

“Siempre he sido un escritor lento de poemas, tardo mínimo tres o cuatro años en escribir un libro”, explica sobre este periodo de silencio lírico. “En este caso, lo que pasa es que la poesía necesita un destinatario: cuando encontré a la persona ideal, la que lo reclamaba, lo escribí”, señala, matizando que, de este modo, suman cuatro años los que ha invertido en dar forma a este volumen.

Deja caer, eso sí, que no es esta una vuelta inopinada: ya había ido dejando pistas para quien quisiera descifrarlas. “En este tiempo han seguido saliendo ediciones de libros anteriores, en los que he ido jugando a incluir algunos poemas nuevos”. El haber dado con su “protagonista” le ha servido también a Prado para vislumbrar una nueva meta en el horizonte, un aliciente que le ha devuelto “la razón para correr”. “Cuando uno está en un estado positivo, se implica más”, afirma. Y con las fuerzas renovadas, “entran ganas de volver a la casilla de salida”.

Estructurado en tres capítulos, Ya no es tarde aborda una temática única desde una perspectiva múltiple: aunque “es un libro de amor”, los poemas evocan muchas otras cuestiones, desde los viajes a la literatura pasando por la realidad social. “Pero los poemas de viajes no lo son al uso, porque no me gustan demasiado”, matiza. Las visitas imaginarias que realiza lo son a lugares no tan explorados por el turismo como el diván de Sigmund Freud o los sepulcros donde yacen W. H. Auden o Jorge Luis Borges.

“Intentaba sacar alguna enseñanza de los maestros, como por ejemplo sobre el amor entre personas de edades diferentes”, ilustra. En otros, tan simple como profundamente, intenta elogiar el papel de educadores existenciales de los muchos escritores a los que admira. He aprendido a nadar en los libros de Conrad –dice en Libro de familia-; / a huir en los poemas de Vallejo y Rimbaud. / Hablo cualquier idioma. Viví en todas las épocas/ Me llamaban Machado: / mi tumba está en Colliure.

La parte social, que no solo ha explorado en este título, sino que es algo que lleva haciendo desde sus inicios casi, como señala, por “imposición”, parecía algo casi inevitable dado lo que toca vivir a muchos. “La felicidad es una reivindicación”, sostiene Prado, que lanza un llamamiento: “No podemos dejar que este mundo nos tenga deprimidos”.

Algo de esta implicación le viene de su maestro, Rafael Alberti, quien le enseñó, entre tantas otras cosas, “la importancia de lo social”. De ahí que, antes de la irrupción de la crisis, él ya quisiera prestar su voz a cuestiones como la inmigración y el trato que reciben los mal llamados sin papeles. “Solo hay un pasaporte de curso legal, que es la tarjeta de crédito”, subraya. “Lo vemos ahora con el ébola: ¿cómo puede ser la solución cerrar las fronteras de los países desarrollados? ¿Por qué no se construyen hospitales allí?”.

En este contexto en el que “opinamos mucho” –él lo hace además desde la atalaya de la radio o los medios escritos, donde colabora habitualmente- puede resultar complicado decidir qué mensajes merece la pena atender. “Todo tiene su gimnasio, y el de la literatura es la lectura”, recomienda a modo de receta intelectual. “Cuanto más lees, más capacidad tienes de separar lo bueno de lo menos bueno”.

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Aunque en España “tenemos unos índices de lectura paupérrimos”, siempre hay tiempo (Ya no es tarde) para enmendar la situación. “Los lectores que hay son muy buenos lectores: yo lo veo porque la gente me dice cosas muy inteligentes sobre lo que escribo”. A cambio, él quiere devolver la moneda a sus lectores en forma emoción y reflexión, servidas con una parte igual de entretenimiento.

También escribe Prado para sí mismo, "para saber lo que quiero decir" y, especialmente en su faceta de poeta, para al menos intentar "dejar algunas ideas perdurables". Como lo que le interesa es crecer a base de retos, ya está pergeñando una nueva entrega del policía Juan Urbano.

Si en las tres primeras habló de cuestiones como los niños robados, la Transición o el pelotazo urbanístico que devino crisis, ahora se va a embarcar en otro nuevo episodio de la historia reciente desde la novela de aventuras, otro género diferente. "Me gustan las carreras de obstáculos", reconoce. "Sin ellas, no me lo paso tan bien escribiendo, y así, cuando escribo, me lo paso fenomenal". 

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