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“¿Qué necesidad hay de diablo cuando basta con la persona?”

'Composition', obra de Henri Michaux.

La vida tiene que ser algo más que esto. Más que la rutina, que las preocupaciones diarias, más que estas calles y estas caras, estos colores, olores y sabores. Más, sin duda, que esta sucesión de obligaciones y retribuciones. Más de lo que revela ahora. O, como él expresó en Miserable milagro: "Hay prisa en mí. Hay urgencia. Querría. Querría lo que fuera, pero ya. Querría irme. Querría verme libre de todo eso. Querría volver a empezar a partir de cero. Querría salir de todo esto. No salir por una salida. Querría un salir múltiple, en abanico. Un salir que no cese, un salir tal que, una vez salido, yo volviera inmediatamente a salir". 

Esa “otra cosa” no identificada, ese anhelo eternamente nunca satisfecho, fue la guía y el objetivo de la variada y en ocasiones contradictoria, por ello coherente, trayectoria vital y artística del belga nacionalizado francés -y de lejana ascendencia española- Henri Michaux (Namur, 1899 – París, 1984). Poeta y ensayista primero, pintor después, tras haber desechado originalmente no solo la idea, sino la práctica misma, acaba de ver publicado en castellano de la mano de Alpha Decay su texto de 1980 Una vía para la insubordinación, un breve análisis del fenómeno poltergeist.

Nada le interesaba de lo que podía aprender en la escuela. Tampoco, siquiera, de lo que podía aprender de los otros. Jamás tuvo por eso adscripción conocida, no formó parte de ningún club ni de ningún movimiento. Fue un hombre libre, un niño que entonces fantaseaba con el sacerdocio. La guerra significó para él el hallazgo de tiempo que dedicar a la lectura. Antes, la juventud le fue sinónimo de viajes y descubrimientos lejanos a los que arribar en barco, como marino mercante.

Amante fervoroso de la cultura asiática, realizó también un largo periplo por Latinoamérica, donde descubrió a Jorge Luis Borges al igual que este lo descubrió a él, traduciéndolo después al español. “Lo recuerdo como un hombre sereno y sonriente, muy lúcido, de buena y no efusiva conversación y fácilmente irónico”, escribió el literato bonaerense. Como él, otros tótems de las letras, de André Gide a Octavio Paz, quisieron plasmar sus impresiones sobre el carácter y el arte total de Michaux, siempre surrealista y aún más lisérgico, quien rechazaría a la postre el Premio Nacional de las Letras que Francia le concedió en 1965.

La mezcalina, a la que se enganchó a raíz de la traumática muerte en 1948 de su esposa, cuyo vestido prendió en llamas, fue motor y objeto de muchas de sus creaciones, tanto poéticas como plásticas. Esa vertiente de su inventiva, la visual, no marcó en absoluto una frontera, ni tan siquiera un ligero cambio. Al contrario, “su prosa, sus poemas, sus bosquejos están íntimamente relacionadosestán íntimamente relacionados, pues cada medio de expresión refuerza e ilumina a los otros”, como dejó escritoOctavio Paz.

De la droga y su papel en el fondo y la forma de la obra de Michaux, dijo elegantemente el poeta mexicano (la traducción del inglés es nuestra) que “todo empieza con una vibración. Un movimiento imperceptible que se acelera por minutos. Viento, un silbido chirriante, el zarpazo de un huracán, un torrente de caras, formas, líneas. Todo cae, se acelera, asciende, desaparece, reaparece. Una vertiginosa evaporación y condensación. Burbujas, más burbujas, guijarros, piedrecitas. Acantilados de gas rocosos. Líneas que cruzan, ríos que se encuentran, bifurcaciones interminables, meandros, deltas, desiertos que caminan, desiertos que vuelan (…)".

De esos parajes mentales huidizos y nebulosos surge el título que acaba de ver la luz en español, Una vía para la insubordinación. Con prólogo del escritor Javier Calvo, quien pretende aportar un toque pop al análisis que en el libro se hace del fenómeno poltergeist, el título plasma parte de las obsesiones de Michaux, desde lo místico y lo esotérico a lo patente pero invisible. Para él, la posesión y el encantamiento no son sino pruebas, revelaciones de una verdad subyacente, la deuna creatividad y una fuerza primigenias que, como toda su producción, remiten irremediablemente a su propia experiencia, a su abismal interioridad.

“Vendrá un día en que algunas personas, seguidas pronto por los infaltables entendidos y especialistas, mostrará y, en parte, conseguirán demostrar cómo determinados estado psíquicos en determinadas personas son tales que se produce una interferencia con la gravedad, la luz, las ondas sonoras, los olores y los distintos estados de la materia, ya para reforzarlos, ya sobre todo para enfrentarse a ellos y deformarlos, falsearlos, anularlos”, escribe en el libro, en el que se afana en subrayar la cualidad de no paranormal de esta fuerza de la naturaleza. Liberadora y real siempre porque, como reflexiona, “¿qué necesidad hay de diablo cuando basta con la persona?

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