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La imaginación ya no es lo que era (pero es algo nuevo)

El escultor Constantin Brancusi posando en su taller.

Con la poblada y encanecida barba y un gorro sobre la cabeza, el escultor sostiene en una pose casi hercúlea una enorme sierra rectangular. Constantin Brancusi está cortando un enorme tronco con el que componer una nueva pieza, una empresa para la que su mente y su cuerpo han unido fuerzas y sacrificio. La imagen, dice Javier Aparicio Maydeu, se presenta absolutamente “poderosa”. Lo es en sí misma, como documento de la obra del artista rumano. Pero lo es también en comparación con el trabajo creativo actual, donde aquellos valores como el “esfuerzo” o el “afán de perdurar” han perdido enteros en favor de otros como “la inmediatez o la improvisación”.

Las tecnologías de la información, sin duda, han hecho su parte a la hora de rubricar esta transformación con tintes de revolución. También las leyes del mercado, que nos han convertido en “súbditos de las multinacionales” como antes se estaba supeditado a un rey. En torno a estas ideas gira La imaginación en la jaula (Cátedra), el ensayo que cierra la tetralogía de la creación contemporánea del profesor de literatura comparada y del máster de edición de la Universidad Pompeu Fabra, además de crítico literario en el suplemento cultural Babelia y ex agente y asesor durante tres lustros (entre 1985-1999) en la mítica agencia de Carmen Balcells, en la que trabajó con escritores como Manuel Vázquez Montalbán o Mario Vargas Llosa.

El libro, como explica el propio autor, no busca ser uno “de conclusiones”, sino “de asertos”. Por ello reúne las opiniones y constataciones de artistas, sociólogos, neurólogos y otros expertos, además de decenas de capturas de pantalla y fotografías como la de Brancusi en su estudio, para pensar sobre una cuestión fundamental: ¿qué está pasando hoy con el proceso creativo? Para empezar, Aparicio distingue entre creación y creatividad, una división que remite a la tesis primera del ensayo, la de que ya no podemos hablar de imaginación como lo habíamos venido haciendo hasta hora. De la primera, explica que, tradicionalmente, en el mundo académico/intelectual se definía por una serie de valores, aquellos que remitían a la idea de tesón y trascendencia, y que en la actualidad ha virado, por causa de la irrupción de las prisas, a la segunda noción.

Pone en tela de juicio el crítico literario —que no habla solo de literatura, sino del arte en su sentido más amplio— la idea extendida de que todos somos creativos, y que solo tenemos que ejercitar esa capacidad para despertarla. Porque eso, como abunda, acaba incluso por “convertir en autores a gente que no quiere serlo”. “Los filtros se han perdido, y ahora puedes acceder al mercado sin que nadie confíe en ti”, añade Aparicio sobre las nuevas plataformas que permiten la autoedición o autopromoción. “Los intermediarios se han perdido, y el espectador se ha convertido en autor”.

Programas como Wattpad (y muchos otros) hacen posible y muy sencillo publicar textos, comentarlos, compartirlos y conectar con otros escritores. “Son sistemas que se supone que fomentan la creatividad, pero habría que ver, en un tiempo, si esas obras son lo suficientemente diferentes”, dice Aparicio, que puntualiza que, en cualquier caso, no es “un apocalíptico”. Él no piensa que lo que ocurre hoy sea “peor” de lo que se daba tiempo atrás, ya que desde su punto de vista “la imaginación ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, además de que existe algo inalterable a las modas y los tiempos: “el talento”.

Con todo, sí que está “convencido” de que está en marcha un “proceso de banalización y conversión en entretenimiento y no lectura crítica” de la cultura, espoleado por varios factores. Uno es el político, porque para los Estados, el ciudadano, “cuanto más tonto, mucho mejor”. Pero también están detrás, como ya se ha mencionado, la tecnología y el mercado, que ha generado una tremenda “dependencia”. Por eso, mientras antes una novela primero se escribía y sus lectores la insertaban dentro de un género después, ahora el autor parte del género para pergeñar la novela con el fin de convertirla en un producto atractivo.

Si existe un reducto para una imaginación cada vez más “coartada” ("en la jaula"), este se encuentra en su opinión en las series de televisión, una tendencia que empezó “quizá” con la aparición de Mad Men. “Son un refugio del talento que habrá que cuidar”, defiende, para plantear una pega: “que todas salen del mismo mercado”, el estadounidense, lo cual no resulta precisamente óptimo, y menos en este mundo globalizado. Aunque este ha sido el cuarto libro de la teatralogía de Aparicio en publicarse, lo cierto es que, conceptualmente, debería colocarse el segundo. Los otros títulos remiten a las nociones de tradición, creación y recepción.

Con ellos, Aparicio, que además de sus cargos ya mencionados estudió música, quiere volcar lo aprendido en los "muchos años" que lleva en el sector de la cultura con la intención de espolear una reflexión a su juicio necesaria. Porque como concluye en el ensayo, "ya no podemos explicarlo como veníamos explicándolo. La historia después del fin de la historia. Las ideologías después del fin de las ideologías. El autor después de la muerte del autor. El arte después del fin del arte. Y la imaginación después del fin de la imaginación. Preocupados por conocer los modos de lectura y los soportes, es hora ya de estar asimismo ocupados en conocer los modos de escritura, en saber cómo se están gestando los contenidos ficcionales que leemos. Permanezcan atentos a sus pantallas (nunca mejor dicho)". 

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