Arte

Diseccionar al creador

'Made in Heaven' (1989), de Jeff Koons.

Jeff Koons hace esculturas de gigantescos globos hinchables, y dice cosas como: "El camino más rápido para llegar a ser una estrella de cine es filmar una película porno". Andrea Fraser es conocida, entre otras muchas cosas, por una performance llamada Bienvenida oficial en la que imita, rayando la sátira, a distintos popes del mundo de la creación. Damien Hirst ha conservado animales en formaldehído y lanzado provocaciones como: "Lo que me gusta no es el dinero, sino el lenguaje del dinero". Todos se consideran artistas, y todos son considerados artistas. ¿Qué demonios significa, entonces, ser artista?

No es una pregunta nueva, ni sencilla. Pero Sarah Thornton, investigadora y crítica en The Economist, se ha propuesto responderla en su nuevo ensayo, 33 artistas en 3 actos (Edhasa). Para tal empresa, Thornton se infiltra en el mundo del arte contemporáneo, persiguiendo a sus objetos de estudio hasta sus charlas, exposiciones, talleres y casas si es necesario. De 130 entrevistados, solo 31 llegaron al volumen final (no alcanzan a 33, pese al título, un homenaje a Cuatro santos en tres actos, de Gertrude Stein, que tampoco eran cuatro).

"El trabajo del artista debía ser relevante para la temática, pero el artista mismo tenía que estar dispuesto a enfrentarse a mis preguntas y colaborar con mi investigación. El libro tiene un sesgo hacia las personas abiertas y con un discurso articulado", explica la autora por correo electrónico. Por eso, los verdaderos protagonistas de la obra forman un grupo más pequeño aún: Jeff Koons, Ai Weiwei, Maurizio Cattelan, Laurie Simmons y Carroll Dunham —padres de la directora Lena Dunham—, Andrea Fraser, Gabriel Orozco, Cindy Sherman y Damien Hirst.

No es la primera vez que Thornton escudriña el paisaje de la creación contemporánea para trasladarlo sus lectores. Su anterior libro, Siete días en el mundo del arte, retrataba siete escenarios (una subasta, una escuela, una feria, un premio, una revista, un taller y una bienal) que permitían comprender las dinámicas que definen el sector. Su nuevo ensayo hereda esta estructura teatral, dividiendo el texto en los tres actos prometidos, 52 escenas en total. Cada una es una breve crónica, una descripción detallada de un acto, un espacio, una conversación. La escritora mira, anota y cuenta. Pero no parece pronunciarse. No interesa tanto a quién considera ella un "verdadero" artista como "lo que la gente percibe como un artista auténtico o creíble".

Oficio, afinidades y política

Por eso es la estructura, en realidad, la que habla. Los tres actos obedecen a tres temas: política, afinidades y oficio. "Los escogí después de leer las transcripciones de mis primeras 100 entrevistas. Estos parecen ser los que demarcan los límites de la credibilidad", explica. "La diferencia entre artista y artesano o diseñador", desarrolla sobre el apartado "Oficio", es la "distinción jerárquica más obvia". Pero hay "maneras más sutiles" de que un artista sea descartado como tal.

Por ejemplo, la distinción entre "un verdadero artista" y un "ilustrador de mensajes o activista" (explorado en la categoría "Política"). O la frontera explorada en el capítulo "Afinidades", que atañe a las relaciones sociales y, entre ellas, las marcadas por el género. "Durante muchos años, la credibilidad artística ha estado sujeta a sutiles y flagrantes sesgos maculinos. Tener hijos e incluso ser asociada a cosas femeninas podía hacer difícil ser tomada en serio", asegura. Para muestra, la performer Marina Abramovic, que confesó: "Amo la moda... En los setenta, eso te convertía en un mal artista". 

'Estudio de perspectiva-La Casa Blanca' (1995), Ai Weiwei.

La literatura como profanación

La literatura como profanación

El discurso de Thornton funciona, como en el cine, gracias al montaje. Oponer dos escenas distintas, dos opciones vitales o creativas, dos espacios (la casa de la familia Dunham-Simmons versus el entorno de soltero warholiano de Cattelan) para que el lector saque su propia conclusión. Jeff Koons hace una visita guiada a su estudio, donde trabajan 120 personas, y asegura que ser un vendedor a domicilio es lo más parecido a ser un artista. En la escena anterior, Ai Weiwei ha arremetido contra el Gobierno chino en una charla en Shanghái. Las diferentes actitudes ante el compromiso político quedan claras. 

Eso no significa, objeta Thornton, que se puedan establecer dos actitudes opuestas en cada uno de los temas tratados. "Los artistas que pueden agruparse fácilmente tienden a habitar posiciones estereotípicas que son menos convincentes. Un estereotipo es la osificación de un rol. Yo estoy interesada en las libertades, las excentricidades y los patrones inesperados que el lector pueda encontrar en el libro", aclara.

El lector que espere una respuesta definitiva a "¿Qué es un artista?", quizás se sienta decepcionado. Wangechi Mutu describe el artista como un "chivato o una alarma", mientras Francis Alys se describe como una "comadrona". Ai Weiei dice que un artista es "un enemigo de la sensibilidad general", mientras Andrea Fraser arguye que "un artista es un mito... La mayoría de los artistas internalizan el mito en su proceso de desarrollo y entonces luchan por encarnarlo". Pero la autora no busca refrendar unos argumentos y censurar otros: "Me gusta la multiplicidad. ¿Qué otra profesión permitiría tal grado de diversidad?". 

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