Un hermano mayor para muchos triunfadores

Javier Krahe parecía triste y serio, incluso ácido. Era tierno, amable y lleno de ese sentido del humor que caracteriza a las buenas personas: si había que reírse de alguien, mejor empezar por uno mismo. Era generoso, integro y honesto. Y todo ello lo llevó a sus canciones: a las ajenas, traduciendo a George Brassens (siempre se identificó con La mala reputación) o Leonard Cohen; y a las propias, desde La Mandrágora hasta hoy mismo.

Le llamaban cantautor. No sé si ahí se encerraba lo que él hacía. Sé que no era un vendediscos de éxito, pero sí un referente, un hermano mayor, para muchos triunfadores, desde Rosa León a Pablo Carbonell, El Gran Wyoming o Joaquín Sabina.

Muere Javier Krahe

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Recuerdo una de las noches de La Mandrágora, a principios de los ochenta. Se estaba grabando el que sería (creo que sigue siéndolo) un disco de culto, junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez. El primero, más rockero, el segundo, deslizándose hacia el bolero. Y Javier, hecho ironía, sarcasmo y hasta carcajada, con Un burdo rumor, El cromosoma, La hoguera... Después, cada cual siguió su camino. En el caso de Krahe, un discurrir tortuoso entre la censura de muchos de los que le habían aplaudido, cuando denunció en Cuervo ingenuo la propaganda para permanecer en la OTAN por parte de aquel PSOE que había prometido salir de ella, o de los escandalizados por su presunta ofensa a los sentimientos religiosos.

Épocas hubo en que era difícil, casi imposible, verle en las televisiones, escuchar sus músicas en la radio. Pero Javier no se hacía el mártir. Lo sufría, claro que lo sufría, pero no le gustaba ahondar en victimismos. Él creía en las personas por encima de patrias, religiones, y partidos.

Hoy, cuando ya no está, cuando sus muchos amigos se sienten más solos, busquen en las redes sociales actuaciones y canciones. Vuelvan a sonreír y disfrutar con su ironía y honestidad. Estoy seguro que es el único homenaje con el que Javier se sentiría cómodo.