Teatro

Vicente Fuentes, la voz oculta del teatro clásico

Vicente Fuentes en el homenaje en el Festival de Almagro.

“¿Es usted Vicente Fuentes?”. La Plaza Mayor de Almagro en verano es uno de los pocos lugares en los que este canario-salmantino de 68 años puede ser reconocido. Fuentes, todo amabilidad, asiente como si se tratara de una estrella del pop. Su trabajo es, digamos, un poco más marginal: asesor de verso y catedrático de Voz. Pero en la faunia teatrera, la que inunda este pueblo de Ciudad Real cada mes de julio en su festival de teatro, es una institución. Ha participado en 50 montajes de primera línea (cálculo a ojo del propio Fuentes) y no hay nadie que no haya hecho teatro barroco español en las últimas dos décadas que no haya trabajado o quiera trabajar con él. Los dos jóvenes actores que se han acercado a su mesa no vienen a pedirle un autógrafo: “Será un honor que venga a ver nuestra obra”. Quieren la bendición del maestro.

"La gente no me pone rostro, y yo no lo he buscado", explica. El Festival de Almagro ha querido ponerle bajo los focos organizando un homenaje a su labor, celebrado el pasado 23 de julio. Pero sus logros, sobre todo, se han hecho oír. Él moldea la dicción y la voz de los actores en la Compañía Nacional de Teatro ClásicoCompañía Nacional de Teatro Clásico (y en alguna otra iniciativa privada), y vigila y guía el tratamiento del verso. En otras palabras: es responsable de gran parte de lo que se escucha de Lope, Tirso o Calderón. 

Su labor es estar entre dos aguas. Acompaña al montaje sin formar parte de él, sin tener que comulgar con sus ideas artísticas. “Voy apuntalando cosas, aconsejando, haciendo que las cosas sean más fáciles…", dice, con su habla pausada y su dicción perfecta (ninguna sorpresa aquí). Es una especie de observador neutral. Será por eso, y por la extrema especialización de su materia, que las descripciones que de él hacían sus compañeros durante el homenaje giraban en torno a una misma idea. "Es un perro verde, un raro", decía con cariño José Luis Gómez, director de La Abadía. "Es un monje de las palabras", aseguraba uno de sus alumnos. 

Una memoria vocal

La vocación, casi religiosa, le vino estando en Inglaterra, donde fue discípulo del actor Roy Hart, revolucionario de la técnica vocal. "Me di cuenta de que era un emigrante de mi propio cuerpo. Estaba ausente. Porque había trabajado a Shakespeare y a Molière, pero no estaba trabajando con mi cuerpo, con mi historia, con el español", recuerda. De la misma manera, explica, una sociedad desconectada del sonido de su idioma, del sonido de los clásicos, estará desconectada de sí misma. 

La española apenas empieza a recuperar su memoria vocal. "Se ha recuperado a los clásicos en el sentido de que se están montando, no nos engañemos. Pero estamos todavía recabando memoria. Ahora bien, ¿qué memoria rescatar?", se pregunta. Ha estudiado (obsesivamente, dirán sus conocidos) las grabaciones de Estudio 1, la fonoteca de Radio Nacional, grabaciones de preguerra y posguerra... Una arqueología de la dicción del verso para llegar a una conclusión: "No había método. Era una herencia de alguien, y de alguien… ¿Pero los chicos de hoy, qué heredan, si no hay referentes? Hoy se les enseña casi a no valorar lo pasado". 

Vicente Fuentes, en un curso en el Festival de Almagro. / GUILLERMO CASAS (FESTIVAL DE ALMAGRO)

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En parte, con razón. No son pocos los vicios tradicionales del actor español que describe, con términos que a un lego pueden resultar extraños, y que hacían del verso una especie de lenguaje extraterrestre para el espectador. Detrás de los tecnicismos, sin embargo, hay una idea clara: "Teníamos que volver a la lengua y hacerla hablar. Lo que oía era siempre tinta china, presentación de textos. Pero no había habla". De ahí que dedique la mayor parte de su tiempo a la enseñanza. Como profesor en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, en La Joven Cía (cantera de la Compañía Nacional de Teatro Clásico) y en su proyecto Fuentes de la Voz, una escuela-laboratorio de aire monacal en un pequeño pueblo de Salamanca. 

No ha tenido pocos discípulos (de Leonardo Sbaraglia a Irene Escolar, pasando por decenas de actores aún sin nombre) y ellos no se muestran poco agradecidos. "Siempre digo que la enseñanza es como el incesto. A veces, sin saberlo, estás haciendo de padre, de abuelo, o de amante. Y es verdad que cuando me llaman, siempre he estado", admite. Sus propios maestros han sido proyectos de investigación como el Odin Theatre, Théâtre du Soleil o el Living Theatre, nacidos al calor de mayo del 68. Y su padre, maestro de escuela.

Lo nombra con orgullo, de la misma manera que habla de su casa en Tenerife. El único momento del homenaje en que dejó escapar las lágrimas fue cuando se proyectó un vídeo de su hermano en la casa que les vio crecer. Lo cuenta por teléfono a una amiga: “Lloré por dentro, el alma lloraba, pero yo me tenía que controlar. Aunque Natalia [Menéndez, directora del festival] me dijo: 'No te controles como un inglés”. Controla, entre otras cosas, el acento. Ni rastro del habla de las islas: "Soy profesor de dicción, yo opté por adoptar el estándar. Pero eso nunca se olvida, para nada. La voz, eso es el alma". 

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