Arte

Se vende arte anticapitalista

Pieza de 'La ventana indiscreta XII. Las guardianas de la memoria', de Alexis W.

A la entrada del Centro de Arte Matadero de Madrid se lee "Aquí no cabe el arte", en las grandes letras de vinilo sobre cartulina ideadas por el artista colombiano Antonio Caro. Bajo cada una, el entonces joven de 22 años (corría el 1972) había escrito el nombre de un estudiante, indígena o sindicalista asesinado por la represión política. La pieza fue expuesta por primera vez en el Salón Nacional de Artistas de aquel año en Bogotá. Germán Toloza lo descubrió en el Museo de Arte Moderno de la ciudad: "Además de la obra en sí, me impactó el contexto (...) La propuesta de Caro parecía poner todo en entredicho".

Pero esto es la feria de arte Summa Contemporary (del 10 al 13 de septiembre) y "una feria no es un salón, ni ninguna institución", como recordaba el año pasado el director de aquella edición, Juan de Nieves. En un museo se estudia, muestra, documenta, debate. En una feria, básicamente, se vende. Se establecen contactos, se tienta la industria y se mueve dinero. En el pasado ARCO (la más relevante de España en arte contemporáneo), se hicieron transacciones por valor de 26 millones de euros. Lo dicho: en una feria, se vende, incluso en las más modestas como Summa, donde las obras oscilan entre los 1.000 y los 60.000 euros. Por eso sorprende ver el nombre de una de las secciones temáticas de esta edición: "Cómo coleccionar arte político". 

Choca ver en un mismo espacio el arte político y la industria artística reservada a unos pocos. Pero, ¿es legítimo el shock, o es una reacción propia de legos? Begoña Martínez, de la galería murciana AUSTRAL —una de las cinco que participan en esta sección—, da su visión: "Todo es libre de ser comprado y vendido. Igual que hay coleccionistas que se dejan llevar por la belleza, otros lo hacen por el contenido". Tras ella se reproduce una de las obras que ha seleccionado para la muestra, todas con un contenido político más o menos evidente. Se llama Total market, es de PSJM y José María Durány ataca los principios del anarcocapitalismo que fue origen del neoliberalismo. Su precio está entre los 2.000 y los 4.000 euros. "Tal y como está rodado el vídeo", explica Martínez, "el espectador no sabe si es una exaltación o una crítica". 

Un poco más lejos está la galería another vacant space de Berlín. En realidad, es una antigalería, y el discurso de su creador, el australiano Adam Nankervis, está también en las antípodas de Martínez. "Convertir el arte en una mercancía para el socialismo de champagne me preocupa", confiesa este artista que articula su modelo de negocio en torno a espacios vacíos que va ocupando (sin k) en distintas ciudades y convirtiendo en residencias para jóvenes artistas. El mantenimiento de inmuebles y personas corre a cargo de las obras que él mismo crea y vende. "Nuestra prioridad no es la venta", indica. Y, de hecho, el ritmo de las suyas en Summa es "tranquilo". 

"Si hay protesta en el cuadro, puede ser igualmente coleccionable, pero algunas personas se lo pensarán dos veces. Sí que puede haber cierto cinismo en ver una obra de arte político como mercancía. Es interesante verlo en una feria, una especie de subversión, pero no como fetiche", reflexiona Nankervis. Cerca de allí, un mural de la galería Fernando Pradillo exhibe las fotografías de Alexis W. Son retratos de represaliados de la Guerra Civil junto a sus descendientes, que antes estuvieron colgadas en balcones de Madrid como parte del proyecto La ventana indiscreta XII. Las guardianas de la memoria. "Es difícil hacer entrar arte de la calle a la feria, pero si tienes una agenda política, no vas a cambiarla por eso", opina Nankervis. 

A su lado, Daniel Kupferberg, uno de los artistas que crea bajo su ala en Berlín, estalla: "De todas formas, es difícil decir qué es arte político. Si decimos que algo no es político, ya es una declaración política, y, al mismo tiempo, si reducimos el arte a una declaración política, pierde todo su poder". Silencio. Sí, es difícil. 

Lo, es por ejemplo, para Ida Pisani, de la galería Prometeo de Milán, otra de las integrantes de la sección. Los muros de su espacio estáb poblados de los dibujos de Fabrizio Cotognini. El artista recoge elementos de la iconografía católica y renacentista italiana, "trasladados a la contemporaneidad". En el centro, una suerte de Inmaculada deconstruida. ¿Por qué esto es arte político? Pisani lanza una mirada de socorro a su asistente. "Pues... Actualiza conceptos como el martirio de la guerra, no de una manera directa, sino indirecta", dice, señalando la pieza más evidente, una ametralladora rodeada de pequeñas flores o insectos. "Y el arte político se puede comprar por razones no políticas, Fabrizio tiene una mano estupenda", dice Nicola Zanella, empleado de la galería. El precio, entre los 1.500 y 9.000 euros.

"Aquí no cabe el arte", vuelve a leerse en la inmensa nave de Matadero que acoge la feria. Cerca de allí, dos bármanes de Shweppes sirven gin-tonics a los asistentes. 

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