Derechos humanos

Jafar Panahi, el arte de burlar la censura iraní

“¿Pero estás rodando una película?”, pregunta sorprendida una mujer al ver al cineasta Jafar Panahi conducir un taxi mientras graba con la cámara en su último trabajo, Taxi Teherán, una obra en la que el iraní vuelve a burlar la censura artística impuesta por el Gobierno de su país y que le impide hacer cine durante 20 años.

La película es un falso documental en el que el director se recorre las calles de la capital persa con pasajeros que se suben al taxi y dan su opinón sobre la realidad de la República Islámica. Una obra que se puede ver en las salas de cine desde el pasado 9 de octubre. 

Este intelectual del lenguaje audiovisual sufrió en 2009 una censura cultural, o muerte artística, por participar en unas manifestaciones contra la dictadura del Gobierno de Mahmud Ahmadineyad, por lo que fue sancionado a no poder trabajar en su tierra natal. A pesar de los intentos de la República Islámica por silenciar al creador, Panahi ya lleva varios estrenos desde entonces, y ha sido galardonado en festivales internacionales de cine como el de Venecia o Berlín. No ha sido el único en burlar la censura impuesta por el régimen ayatolá. La dibujante de cómic Marjane Satrapi desafió al Estado persa con Persépolis, una historia crítica con la llegada de la revolución islámica en 1979.

En Irán, otro de los artistas que ha burlado la censura cultural ha sido el bailarín Afshin Ghaffarian, una historia en la que se ha inspirado la película El bailarín del desierto.

La retirada del pasaportes, encarcelaciones o sentencias de pena capital a ciudadanos que han mostrado públicamente su desacuerdo con el régimen forman parte de las prácticas comunes que ejecuta el Gobierno para impulsar el miedo. Asociaciones como Amnistía Internacional han denunciado el uso de estas prácticas que "violan los derechos humanos".

El portavoz de la Asociación pro Derechos Humanos en Irán, Hamid Hosseini, entiende que, películas como El globo blanco o El círculo, hacen de Panahi “un comprometido con la sociedad iraní y la libertad de expresión”, ya que sus obras tienen “un carácter divulgativo crítico con el régimen y hacen que la gente reflexione”.

A pesar de que el Gobierno de Ahmadineyad representaba una “época oscura” para los artistas iraníes, el presidente actual, Hasán Rouhaní, no ha cambiado el control censor que sufren las obras salidas de Irán. De hecho, Hosseini denuncia que, desde que Estados Unidos firmara el acuerdo nuclear con Irán, se han disparado “las sentencias de pena de muerte y los encarcelamientos” por el temor del régimen islámico a que la sociedad se movilice al creer que dicho acercamiento a Occidente supondría una “mayor apertura” del sistema hacia el exterior. Una postura que ya sostuvo el representante de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Irán, Ahmad Shahedd, durante su discurso cuando reveló que en 2014 “se ejecutaron a 753 personas”, lo que supone “la tasa más alta de ejecuciones en 10 años”. 

Que las obras de Panahi lleguen a salas cinematográficas europeas o americanas, o que películas como la iraní Nader y Simin, una separación, se hiciera con el Oscar en 2011, se debe a que “el régimen puede controlar mucho lo que se proyecta dentro de su territorio, pero poco lo que sale del país”, explica Hosseini. Taxi Teherán es la última burla del cineasta hacia la dictadura islámica, algo que ya hizo en 2012 cuando en el Festival de Cannes se proyectó su obra This is not a film, al traspasar las fronteras persas dentro de un lápiz de memoria.

En Irán no hay separación de poderes entre el poder Ejecutivo y el Judicial” por lo que “son los ayatolás quienes aplican las sentencias contra lo que consideran blasfemo”, remarca el director del Centro Cultural Persa en Madrid, Ahmad Taeri. Un mecanismo que es “muy frecuente” aplicar sobre las obras que no gustan al régimen, "como las de Jaffar", sentencia.

En opinión de Reinhard Lamsfuss, experto de Irán en Amnistía Internacional, el término “blasfemia" lo sigue aplicando la justicia iraní para que libros, películas o canciones tengan prohibida su exhibición al entender que “suponen un insulto a las santidades”, por lo que “no hay ninguna mejora en Irán con la libertad de expresión”, defiende. Un ejemplo fue el de Los versos satánicos del escritor Salman Rushdie, una obra que fue considerada una blasfemia por el régimen. Por ello, el Gobierno de Teherán pidió que se cancelara la asistencia del autor en la 67ª Feria del Libro de Fráncfort.

No solo el cine de Panahi ha sufrido las consecuencias de la muerte artística, sino que los mecanismos censores han llegado incluso a censurar los textos del bloguero iraní Hossein Derakhshan, encarcelado por el Gobierno. Y es que en Irán está prohibido el uso de redes sociales como Facebook o Twitter, a pesar de que parte de la ciudadanía burle estas imposiciones que no se aplican los líderes políticos o el máximo líder clerical, Alí Jamenei.

Taeri cuenta que son “muchos los que pedimos que todas las fronteras que limitan la cultura iraní desaparezcan”, pero la cruda realidad es que en Irán ni siquiera puede proyectarse Taxi Teherán, una película que da voz a unos personajes que sueñan con el cambio.

Más sobre este tema
stats