La homosexualidad y la Iglesia

“Hay amores buenos y hay amores malos”

El cura polaco Krzysztof Charamsa, expulsado de la Iglesia por declararse homosexual.

"Puedes cambiarlo tomando un medicamento, hay un medicamento que te hace cambiar". Si un católico homosexual se pasa por la Catedral de Plasencia y consulta al párroco sobre su orientación sexual, quizás se encuentre con esa respuesta. Eso le ocurrió a Sebastián Medina (seudónimo) en agosto de 2013. Este joven, creyente y gay, estaba realizando un particular vía crucis activista. Se proponía recabar opiniones, privadas y sin cortapisas, de representantes de la Iglesia sobre la homosexualidad, para denunciar "ese silencio eclesial cómplice y temeroso del dogma fundamentalista". El método: dirigirse a distintos sacerdotes, de diferente familia religiosa, procedencia y edad, y pedir guía en materia de fe. Las respuestas, entre los 37 testimonios recabados, van desde el rechazo y la condena de la homosexualidad como "pecado" al apoyo y la crítica a la jerarquía eclesiástica.

La respuesta del cura "farmacéutico" (así se define) tiene un excepcional olor a naftalina que se diluye en otros testimonios. Este hombre de en torno a 90 años —el autor respeta su anonimato, como con el resto de párrocos—, con dificultades auditivas y motoras, plantea un rechazo casi esperpéntico a la homosexualidad, hasta el punto de que Medina se plantea si tiene "problemas mentales". Pero sus hermanos no exhiben, salvo excepciones, una actitud mucho más inclusiva. El propósito del "experimento" de Medina, recogido en el libro ¿Quién soy yo para juzgarlos? (Egales), es "sacar del armario" a las autoridades eclesiásticas que "ocupando cargos de relevancia dentro de la institución" contribuyen a la "difusión de mensajes de odio y discriminación incalculablemente destructivos". 

"La Iglesia católica tiene enraizado, en la voz de sus portavoces más rígidos, un problema desorbitado con la sexualidad", recuerda el escritor Eduardo Mendicutti en el prólogo, que completan los epílogos de Almudena Grandes, Boris Izaguirre y activistas como Boti García Rodrigo o Carla Antonelli. No es necesario hacer mucha memoria para encontrar ejemplos patrios. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares —con quien intenta reunirse Medina, sin éxito—, aseguró el pasado marzo que los homosexuales eran "adultos vulnerables" frente a la pederastia. El cardenal Fernando Sebastián aseguró que los gays necesitaban "tratamiento". El párroco Jesús Calvo dijo que el cáncer de Pedro Zerolo era un "castigo" de la "divina providencia, que intenta ejemplarizar". 

En esa línea están la mayoría de los encuestados por Medina. "Es pecado", "esa relación es pecaminosa", "Te gustaría que no fuese pecado, pero resulta que lo es, ¿qué le hacemos?". El primer encuentro del joven con un párroco, en Jerez de la Frontera (Cádiz), no es muy esperanzador. El autor se acerca a él, como a todos, explicando que necesita consejo sobre un tema privado: tiene pareja, y es un chico. Este sacerdote de 70 años, como la mayoría, le indica que deje a su novio. Como la mayoría, condena las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Como casi todos, le conmina a que mantenga su orientación sexual en secreto. Y, como muchos, establece una diferencia esencial con la heterosexualidad: "Todo amor no es bueno, existen amores buenos y amores malos". 

Los argumentos esgrimidos por los sacerdotes constituyen una pequeña galería de los horrores de la discriminación. Ser gay "está de moda". Ser gay está relacionado con la prostitución, la pederastia y el vicio. Los gais "desprecian" a las mujeres. "Eso no se puede llamar matrimonio". "Hay gais que lo son porque se han enviciado". Ser gay está relacionado con haberse criado en un "matriarcado", o con haber sido "mimado" entre varios hermanos, con haber tenido malas experiencias con las mujeres, o con haber sido "cazado" por un gay de más edad. Eso sí, la Iglesia "no condena, no, verás tú".

Tras cada encuentro, Medina realiza una pequeña valoración personal. Familiarizado con la doctrina católica, no se espanta ante esa dualidad entre la aceptación de los miembros homosexuales en la Iglesia, siempre y cuando no mantengan relaciones sexuales con sus parejas, porque es pecado, ni comulguen, porque no se debe comulgar en pecado. Lo que llama la atención del activista son los discursos trufados de referencias pseudocientíficas, comparaciones con la prostitución o el adulterio. "El consejo, en cualquier caso, empieza también a ser el habitual: guardar la castidad, aguantarse, y si eso lleva al sufrimiento, a la desesperación, a la discriminación, a la soledad, pues se ofrece todo a Dios y santas pascuas", reflexiona tras una de las consultas. 

El papa Francisco veta al embajador francés ante el Vaticano por ser gay

El papa Francisco veta al embajador francés ante el Vaticano por ser gay

Uno de los testimonios es especialmente significativo. Sebastián Medina consigue audiencia en el arzobispado de una importante diócesis. En un principio, el activista guarda el anonimato del representante eclesiástico, pero luego localiza su despacho en Sevilla: se trataría de Juan José Asenjo, situado en principio en las antípodas de Reig Pla.  El arzobispo le recibe un tiempo después de que el Papa pronuncie las palabras que dan título al libro: "Si una persona es gay, sigue al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?". Pero este lo matiza: "El Papa no ha canonizado la práctica homosexual, eso tiene que quedar claro. Yo a ti no te voy a echar de mi despacho, ni te voy a abroncar, pero tampoco te voy a decir que la práctica de la homosexualidad sea una cosa santa, yo creo que es un desorden". ¿Debe dejar su trabajo como maestro en un colegio concertado? "En principio, no. Si no das escándalo, no".  

Más sorprendentes, por escasas, son las excepciones. Medina tendrá que ir a buscar la primera a la parroquia de Jesús Obrero, en Las Tres Mil Viviendas, un barrio marginal de Sevilla. El sacerdote que atiende al joven trata cada día a una comunidad acosada por la pobreza, las drogas y el olvido constante de las instituciones. "Jesús nos invita a amar. Decía San Agustín, ama y todo lo demás está bien hecho. ¿Qué pasa? Que la doctrina de la Iglesia no acepta la relación homosexual, pero tú mismo has dicho que se fundamenta en el amor, en la relación, en el cariño de ambos. Yo creo que eso no se opone en absoluto a la Iglesia", explica el cura sexagenario ante la perplejidad de Medina. "Parece que este sacerdote se muestra capaz de cuestionar los verdaderos retos de la Iglesia entre los que, a diferencia de gran parte de la jerarquía, no otorga prioridad a la homosexualidad", analiza el activista.

Pero ni siquiera hay que ir a una comunidad heredera de los curas obreros de los sesenta para encontrarse esta apertura, al menos en privado. En la aldea de El Rocío (Huelva), uno de los epicentros de la religiosidad popular, Medina encuentra dos testimonios de respeto y apoyo. "[Hay que vivir] con mucha paz y con mucha alegría, que Dios nos quiere a todos por igual. (...) Para nada podéis abandonar esa historia de amor", le dice un sacerdote. "Si tú tienes esa claridad de ideas y quieres a tu pareja como alguien puede querer a una mujer, de verdad, dale gracias a Dios por tu vida y por lo que está poniendo a tu lado", le responde otro. Hay truco: el primero no ha cumplido los 40, y el segundo roza los 25. "Podría ser cuestión de pocas generaciones que el asunto mejore en aceptación dentro de la Iglesia", reflexiona Medina. Pero duda: "O eso, o la Iglesia tiene un serio problema de adoctrinamiento de sus nuevas voces".

Más sobre este tema
stats