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Literatura

La suspensión voluntaria de la incredulidad

Una lectora busca un libro en la sección de poesía.

Hubo un tiempo en el que los ciudadanos de las democracias "entraban" en periodo electoral, o "estaban" en periodo electoral. Nosotros, por mor de la aceleración política y la multiplicación de comicios (locales, autonómicos, estatales, europeos), vivimos una vida electoral.

Por eso, por la repetición, y por su corolario, el hartazgo, quizá nos perdemos la emoción de esos momentos frenéticos, que sin embargo han sido fuente frecuente de inspiración para los cazadores de musas. Autores como Miguel Delibes (El disputado voto del señor Cayo), Eduardo Mendoza (Mauricio o las elecciones primarias), Fernando González Ledesma bajo el seudónimo Enrique Moriel (El candidato de Dios) o José Saramago (Ensayo sobre la lucidez) se han ocupado de estos asuntos.

Fuera de la península, la lista crece: Robert Penn Warren, Richard North Patterson, Michel Houellebecq, R. J. Ellory… la nómina la tiene guardada Begoña Tauler en Érase una vez, blog del que saqué la inspiración para este texto.

¿Cuál es el interés literario de esos paréntesis de excepcionalidad?

"Son como pequeñas contiendas, guerras modernas en las que sin muertos ni heridos se juegan muchas cosas" dice Javier Pérez, autor de El secuestro del candidato. Coincide Elena Moya: unos comicios siempre implican cambio y tensión, "y eso siempre es buen material literario. De todos modos —asegura quien creó a La candidata—, la política trata (o debería versar) sobre ideas, mientras que en la literatura lo que realmente vale son las historias humanas con un trasfondo ideológico o histórico, que es lo que da peso a una historia."

Como ellos, Daniel Ruiz García (Todo está bien) asiste asombrado a esas etapas de suspensión de la incredulidad (la "voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye la fe poética" de la que escribió Samuel Taylor Coleridge en su Biographia Literaria) en las que la necesidad de "venderse" se transforma en una obsesión con un punto desquiciante, esas semanas en las que el político se convierte en "un vendedor de crecepelos compulsivo, tan obsesionado con estar en todos sitios y aparecer en todos los titulares que acaba instalado en una especie de cápsula narcótica".

Y el escritor es el testigo-fabulador ideal para, sentencia Javier Hernández Velázquez, autor de Un camino a través del infierno, "secuencializar una auténtica fiesta de maniquíes".

La mejor de las intrigas 

Alguien que conoce bien el percal político asegura que es muy tentador sacar partido de esos "momentos de alta tensión, de intrigas, de deseos prendados 'en una espada, como el toro burlado', que diría Miguel Hernández". Lo dice quien fuera portavoz del Gobierno Aznar, Miguel Ángel Rodríguez Bajón, simplemente, MAR, quien rozando el 2000 escribió una novela titulada El candidato muerto.

Su experiencia fue una ventaja, le permitió discernir "qué contar y qué callar. Gracias a vivir doce años en/de la Política me gusta defender la tarea de los políticos: sus esfuerzos no recompensados, las trampas que les tienden, la desesperación y la lucha… Hay quienes se dedican a desprestigiar a los políticos, pero yo creo que son necesarios". En su opinión, para el político noble, el período electoral es el momento de convencer a sus conciudadanos de que sus ideas son las mejores; para el político aprovechado, es el minuto para conseguirse su contrato de cuatro años. "Un período electoral es una pelea contra sí mismos y contra los demás, mientras los amigos y familiares los observan atemorizados y con alto sufrimiento. Todo eso es literatura". 

Hernández Pérez tiene una visión más negativa. "La esencia de unas elecciones es facilitar la toma de decisiones grupales para el cumplimiento de un bien intangible, como es el interés general. Lamentablemente, el resultado es legitimar una manera de ejercer el poder con la intención de alcanzar los objetivos de un escaso sector de la población".

Un punto de vista que nos lleva, necesariamente, a uno de los temas del momento: la corrupción. Porque sí, admitámoslo: los corruptos, que tanto nos indignan como ciudadanos nos atraen otro tanto cuando ejercemos de lectores, e inspira a quienes fungen de autores. "Por supuesto —admite Javier Pérez—, como los criminales, como los mafiosos, como los asesinos en serie, como los ladrones de bancos, como los señores feudales de horca y cuchillo, como los científicos locos y tantos y tantos otros personajes similares… La corrupción y la crisis son particularmente interesantes porque además de tener fondo literario, son actuales, las conocemos y su mecánica nos resulta cercana. Demasiado cercana, a veces".

No es una novedad absoluta, como recuerda Daniel Ruiz, los momentos de dificultad siempre han sido buenos para la literatura, "la gente parece más necesitada del grito, todo se vuelve más descarnado y urgente, parece que se cuentan las cosas 'con más verdad'". "No se dice lo que pasa —completa Javier Hernández Pérez—, lo que hace que sea más creíble leer una novela de género que las noticias a la carta de los medios de comunicación". En un tiempo sin cantautores ni canción protesta, continúa, cuando llevamos "medio siglo de modorra", el escritor puede "mascar la realidad social y a continuación, en las páginas de su historia, resolver los problemas a los que nos enfrentamos en la vida diaria", esos problemas que a nosotros, simples ciudadanos, no nos dejarán solventar incluso si tenemos la capacidad de hacerlo.

Sorprendentemente, al menos a Ruiz le resulta sorprendente, en una España convertida en una especie de Parque Temático de la Corrupción, los escritores se han acercado mucho a la crisis y muy poco a la corrupción. Quizá porque, confirmando el adagio, la realidad ha superado a la ficción. "Difícilmente un escritor será capaz de concebir a personajes con el nivel de vileza, zafiedad e inmoralidad que ostentan las figuras que en los últimos años han saltado a la palestra de nuestro ruedo ibérico. ¿A alguien se le hubiera ocurrido dibujar a un corrupto mejor que Pujol, Rato, Julián Muñoz? Los políticos están 'de facto' construyendo las mejores novelas negras de nuestro país, y haciendo peligrar el futuro de los escritores que cultivan el género policíaco".

Escribir como el que denuncia 

En las palabras de nuestros interlocutores hay una fuerte carga de crítica que escapa al inicial objeto de este reportaje. Pero ni Javier Pérez ni Daniel Ruiz García creen en la responsabilidad social del escritor. "El escritor convertido en predicador, en misionero o en su equivalente política de escritor concienciado me producen cierta desconfianza. ¿Hasta qué punto su obra es sincera o hasta qué punto es un instrumento de otros fines no confesados? ", dice el primero; "un escritor sólo está comprometido con ser coherente con él mismo y con escribir de asuntos que de verdad le interesan, motivan e inquietan", afirma el segundo.

Elena Moya sí cree que el arte suele nacer de la necesidad de decir algo, generalmente una protesta. Habla de sus tres novelas (Los olivos de Belchite, La maestra republicana y ahora, La candidata) como respuestas a "una necesidad de decir algo en voz alta porque en el fondo pienso que esa denuncia puede contribuir a un mundo mejor”. En concreto, La candidata pretende proclamar "muy alto que la discriminación que sufren las mujeres para acceder y mantenerse en los puestos de poder todavía es muy acuciante".

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Le pregunto qué aporta, o qué cambia respecto a otras novelas de temática electoral, el hecho de que su protagonista sea mujer. "Mucho. Las mujeres y los hombres, como todos sabemos, son muy diferentes – pero el debate se suele centrar más en temas emocionales y no en los racionales, que son los que más me interesan a mí. Está demostrado que las mujeres, por ejemplo en el campo financiero, tienen un sentido más comedido del riesgo". No habla a tontilocas, es un terreno que conoce bien puesto que su ocupación primera es el periodismo financiero. "La misma Christine Lagarde, directora ahora del Fondo Monetario Internacional, dijo que si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters que la crisis posiblemente habría sido mucho menor. Estoy de acuerdo."

Su novela intenta demostrar que más mujeres en el poder darían lugar a un mundo más equilibrado, con mucha menos testosterona. Pero, ojo, tampoco defiende el matriarcado, sólo "representación 50-50 en los puestos de poder: es lo justo. Lo que tenemos ahora, un mundo hecho por y para hombres, es una injusticia flagrante".

Y, a lo que se ve y lee, muy literaria.

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