Libros

Editor. Como tú

El editor Carlos Barral en una imagen de Oriol Maspons.

Cuando se habla de editores que han heredado la editorial de sus mayores, de inmediato una piensa en los Lara. Lo cual no sirve al objetivo de este texto. Porque los editores herederos de otros editores de los que aquí nos queremos ocupar no recibieron en legado una empresa, sino una vocación. Que no es lo mismo.

Hemos elegido a tres, y paso a presentárselos. Pretendo que sean botones de una muestra no muy grande, pero relevante. Por orden alfabético:

Maria Bohigas lleva las riendas de Club Editor, editorial catalana de libros en catalán fundada en los años cincuenta del siglo pasado por dos escritores, Joan Sales y Xavier Benguerel, del primero de los cuales es nieta. Su sede se encuentra en la Montaña Pelada de Barcelona, escenario de Santiago Rusiñol y Juan Marsé, y que da nombre a su colección en castellano, recientemente inaugurada. Cumple así un sueño de su abuelo, del que la biógrafa Montserrat Casals dijo que quería hacer a una editorial bilingüe.

Max Lacruz es el hombre sobre el alambre, alma de Funambulista. Hijo de Mario Lacruz, editor y novelista, cuando su aventura cumplió 10 años declaró: crear la editorial "fue una especie de homenaje póstumo, para llenar un vacío que yo sentía. La idea era publicar los inéditos que dejó y algún descubrimiento; luego la cosa fue derivando hacia hacer un sello con más títulos".

Malcolm Otero es director editorial en Malpaso, y se le suele presentar como "nieto del mítico editor Carlos Barral".

—¿Qué se siente?— le pregunto.

—Yo estoy orgulloso de ser nieto de Barral. Eso sí, pasados los 40 es raro que uno siga siendo el nieto. Pero lo asumo.

Una respuesta que me gusta menos que otra que le leí: "Las comparaciones son odiosas y mucho más en mi caso. Me siento como si yo fuera un trol y mi abuelo, Paul Newman. Tuve la suerte de tener acceso a una biblioteca privilegiada desde niño, pero no me influyó excesivamente en el gusto. Muchos libros que le gustaban a él a mí no me gustan, y viceversa. En lo que más me influyó fue en la visión de una editorial como reflejo de un criterio personal y no como una sesión de laboratorio".

Vamos, pues

La reunión virtual a la que los tres han sido convocados empieza con una pregunta no muy original, pero quizá ineludible (vale, tampoco): el editor, ¿nace o se hace?

"Se hace —asegura Otero—. Se hace con sus lecturas, formándose un criterio, buscando una tradición literaria. Además, le edición es un oficio y como tal requiere formación y aprender los usos y costumbres del sector. La edición es una profesión vocacional pero uno no nace editor". 

"A mí nunca se me ocurrió pensar seriamente en otro oficio que no fuera vulcanóloga o pilota de caza...". Maria parece trastear con la idea de una carga genética, pero no: "…de aquí a afirmar que se nace editor. Bueno, hay algo en la afición editora que implica una relación con los demás. Yo me crié en una casa de melómanos y de músicos, y lo máximo a que aspiré en ese ramo fue a ser luthier. Hacer el instrumento".

Max tercia: "Ocurre, simplemente. Es un trabajo como otro. Y una vocación como otra (cuando se es editor por vocación). Ahora, igual que hay talleres de escritura, puede haber formaciones de editor, por qué no".

Veneran su tarea, que de alguna manera conciben como una misión. O eso me parece entender. "El oficio —se arranca Maria— es estrictamente, increíblemente el mismo. En España en general y en Cataluña en particular, el medio cultural es atávicamente adverso a la cosa literaria. Tenemos una demografía lectora muy reducida por factores de una estabilidad que da miedo: una tasa altísima de analfabetos funcionales (el equivalente de los analfabetos antiguos), una burguesía no precisamente ilustrada que lee poco y mal, una idea del éxito social que no conlleva ninguna emulación intelectual... En suma, a los lectores tienes que ir a buscarlos uno por uno. Existen, desde luego, pero de forma dispersa... Lo cual tiene virtudes colaterales: el editor es un personaje circense".

¡Atención, discrepancias! Más que en un circo, Max piensa en un casino. "Mi padre jugó en el casino y por alguna razón se hizo amigo del crupier. Yo no lo consigo, solo juego en una esquinita de la mesa, como muchos. Hay quien dice que editar es leer con los ojos de posibles lectores abundantes; es lo habitual. Hay otros editores que leen con sus ojos y pensando más en minorías lectoras. Los resultados económicos no suelen acompañar a estos últimos. A veces, a los primeros, tampoco. Pero no es un consuelo."

No quiero alejarme de la pregunta, por mucho que mis interlocutores intenten desviarme. Malcolm coincide con Maria en que el oficio es esencialmente el mismo, "pero las cosas han cambiado mucho". Nos ha salido lampedusiano, a lo que se ve. "Por un lado la concentración de editoriales y creación de grandes grupos ha trastocado los equilibrios del sector. También ha cambiado el perfil profesional con la proliferación del editor profesional frente al editor propietario. Pero lo que ha cambiado sustancialmente es el mercado, mucho más competido. Y, por supuesto, ha cambiado la sociedad, menos respetuosa con la cultura y con unos hábitos de ocio más diversificados".

Llegados a este punto, se me ocurre preguntar qué hacen ellos que sus mayores nunca hicieron, o que nunca habrían hecho. La respuesta de Max llega rauda: "Estar todo el día pegado a un ordenador". Malcolm le secunda: "De las conferencias de larga distancia con operador y telegramas al email, de los ferros a los pdf, todo es diferente", repasa, aunque cree que la diferencia fundamental es de talante: "Él representaba la figura del editor humanista que hoy está claramente en extinción. Sinceramente creo que él no se sentiría cómodo en el sector de hoy".

Maria duda. "La verdad es que no se me ocurre nada que no sea la elección de autores que mi abuelo Joan Sales no habría publicado nunca. Quién sabe si no es el motivo primero por el que los he publicado yo… pienso en Hervé Guibert, en Biel Mesquida". Pero que nadie la acuse de infidelidad, porque también ha dado a la luz "un libro parcialmente suyo: las cartas cruzadas con Mercè Rodoreda, la autora estrella del catálogo de Club Editor. En ese libro entiendes la relación entre editor y autor. ¿Amistad? No exactamente, hay demasiadas expectativas creadas que son como larvas de frustración. Es una forma muy especializada de amor, muy celosa, con destellos de franqueza que pueden llegar a crear una unión muy estrecha y combativa: fértil. Sí, creo que le daría una alegría ese libro en que canta la caña con toda la libertad".

También Max tiene uno que hubiera gustado mucho a Mario. En realidad, tres, la trilogía Destellos en el abismo, de Soma Morgenstern, "porque ese mundo perdido zweigiano, esa Mitteleuropa más soñada que real era, en cierto modo, su mundo. Cosa mentale".

— ¿Y de los que él publicó? ¿Cuál te gustaría haber publicado?

— El Archipiélago GulagArchipiélago Gulag. Porque fue un puñetazo en la mandíbula de cierta biempensancia frívola de izquierdas del momento.

Menos evidente resulta la elección para Malcolm, que tiene dificultades para elegir uno y uno solo de "un catálogo asombroso. Ceñirme a un título es difícil pero La ciudad y los perrosLa ciudad y los perros sería uno de los que me hubiera gustado publicar".

¿Y Maria? "Me gustaría haber editado su novela Incierta gloria, que sufrió cambios notables a lo largo de los 20 años que tardó en concluirla. Me habría gustado ver los originales. Con sus dudas, sus errancias antes del texto impreso. No ha quedado ni una hoja manuscrita, no dejó huellas, como un buen criminal".

Terminamos ya

Esto se acaba, y puesto que de herencias hablamos, toca preguntar por un consejo que su abuelo o su padre les dio, el mejor que les legó.

Los dos nietos, Malcolm Otero Barral y Maria Bohigas Sales, lamentan no haber recibido ninguno porque eran demasiado jóvenes cuando sus respectivos abuelos fallecieron.

Me dice él: "Consejo como editor en el sentido estricto no me dio ninguno porque murió cuando yo todavía no me dedicaba a esto. Su legado, sin embargo, si es grande y su manera de entender los catálogos como algo orgánico y vivo en el que los títulos establecen algún tipo de diálogo, de conexión entre ellos sí ha marcado mi modo de ver la edición literaria".

La que se avecina…

La que se avecina…

Me dice ella: "No me dio nunca ningún consejo porque nunca hablamos de su oficio: yo tenía 14 años cuando murió, y fue un abuelo más bromista que preceptor. En cambio, le debo una atención aguda a las palabras. Que lo que uno dice y escribe sea lo que tiene que ser, hasta las últimas consecuencias. Que sea bueno".

Me vuelvo hacia Max Lacruz, que quizá sí disfrutó de la oportunidad: "No daba consejos —me desencanta—. Me legó su extrañamiento, pero creo que fue algo genético".

¡Acabáramos! A ver si al final del viaje venimos a descubrir que, como sospechamos al principio, de alguna manera el editor nace. De alguna manera. "Supongo que se divierte viéndome retomar sus caminos", me dice Maria. Supongo que sí.

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