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Cultura

Lo que el viento (racista) se llevó

Lo que el viento (racista) se llevó

A quien esto firma no le gustan los días de, los aniversarios, la manía de las efemérides. Confesión que viene acompañada de otra: admito (aunque no siempre lo reconozca) que tienen al menos la virtud de hacernos reflexionar.

Así que… vamos a ello.

En estos días celebramos (algunos incluso lo festejan) el cumpleaños de Lo que el viento se llevó. Del "guion original", es decir, del libro, porque aquí se habla de libros. 80 años tienen los personajes creados por Margaret Mitchell, a los que atribuiremos para siempre los físicos de Vivien Leigh, Clark Gable y compañía. 80 años ya desde que en 1936 en libro saliera a la calle durante la Gran Depresión y se convirtiera en un best seller subito e inopinadobest seller, dada la crisis económica y el precio, muy por encima de los entonces habituales.

Rafia Zakaria está entre quienes celebran pero sin alegría este aniversario. Abogada, filósofa política, musulmana estadounidense, Zakaria vuelve en un artículo reciente a la obra y su historia, y a la casa en la que Mitchel vivió y escribió, sita en Atlanta (Georgia) y reconvertida en museo consagrado a su memoria. Un homenaje indudablemente "merecido": "Mitchell dio a sus lectores una heroína sur indomable, convirtió las plantaciones esclavistas en amorosas haciendas y redujo las complicaciones de raza a esclavos abrazables que adoran a sus dueños".

La pregunta se impone: ¿cómo evaluar hoy a la obra de una mujer der otro tiempo que anhela un mundo ya desaparecido en su época, donde la esclavitud no ha sido abolida?

"No es un asunto que preocupe a la mayoría de los lectores —admite Zakaria—. Pero es en los detalles de reliquias culturales como Lo que el viento se llevó, conservadas aquí en nombre de nostalgia, donde las raíces de la intolerancia resiliente pasan de una época a otra".

¿Se pueden defender esta obra y otras parecidas? Le traslado la pregunta, sin referirme a ninguna en concreto, a Pere Sureda, editor de Navona. "Hoy en día no hay que defenderlas de nada. Son clásicos que traspasan el umbral del tiempo y que dan lecciones y que nos enseñan a las personas. Que somos esencialmente las mismas desde la Revolución Industrial, que nos mueve lo mismo: el dinero, el poder, la generosidad, la venganza, la prudencia. Eso no cambia y nos van dirigidas a una época van dirigidas a los seres humanos. Los del XX y los de XXI".

Una vieja historia

El debate no es nuevo, aunque ha tenido sus momentos álgidos. Cuando en Gran Bretaña se puso en marcha una campaña para prohibir en el Reino Unido y por racista Tintín en el Congo, por ejemplo. "La marea aceitosa de lo políticamente correcto va extendiéndose sin remisión posible por las tierras de Occidente", anotó el escritor Juan Antonio González Fuentes.

Más o menos por esas fechas, un ciudadano congolés, Bienvenu Mbutu Mondondo, llevó el libro ante los tribunales belgas por considerar que hacía "apología de la colonización" y constituía "un insulto para los negros". Pedía su prohibición en todo espacio público, y los jueces tardaron cinco años en desestimarla.

Para entonces, algunas bibliotecas de Estados Unidos ya habían catalogado el trabajo de Hergé como xenófobo, a resultas de lo cual aparecía colocado junto a obras del jaez de Mein Kampf, de Adolf Hitler. Y la polémica no dejaba de extenderse. Cuando meses más tarde alcanzó Winnipeg (Canadá), Jordi Canyissà, periodista especializado en cómic, escribió: "¿Es un álbum que merece la censura o que necesita que nos acerquemos a él de forma crítica? ¿Debe ser retirado de la circulación porque muestra una visión hoy felizmente superada de África o hay que aprender a verlo como el testimonio y el reflejo de un tiempo que ya hemos dejado atrás?".

Poco después, el anuncio de que Disney estaba poniendo a punto una nueva versión cinematográfica de El libro de la selva, un libro tan empapado de racismo y colonialismo como cualquier otra obra de Rudyard Kipling, removió algunas conciencias. En concreto, la de un grupo de profesores que sacó los colores a la adaptación original (de 1967: aseguran que cuando el Rey Louie canta que quiere ser como Mowgli pone voz al deseo de los afroamericanos que quieren ser blancos) y pidió un remake menos ofensivo.

Su petición se reveló innecesaria: habiendo calibrado los riesgos, el estudio ya trabajaba para subvertir el grosero colonialismo del original.

Y, hace unas semanas, el pasado mes de mayo: Jan Lööf, uno de los más populares y reconocidos autores de literatura infantil y juvenil suecos, fue informado de que dos de sus obras serían retiradas de la circulación después de que un estudio demostrara que contienen "representaciones estereotipadas de otras culturas".

Uno de ellos data de 1966, ha sido traducido a varios idiomas y tanta es su popularidad que los restaurantes McDonald lo han distribuido con sus menús infantiles. Pero el personaje principal, un vendedor ambulante llamado Abdullah, y el cruel pirata Omar, no son aptos para nuestro tiempo. El otro, de 1997, contiene imágenes de lo que parece ser un rasta que lleva brazaletes, una falda, unas gafas de sol, unos bongos...

Así que el autor fue conminado a limpiar y corregir sus libros, si no quiere que sean retirados. Algo a lo que se negó.

¿Más ejemplos? Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate, Narnia, Peter Pan, Pipi Calzaslargas, Huckleberry Finn… ¡todos racistas, xenófobos, discriminatorios! Y para detectar la ideología que en ellos subyace, nada mejor que seguir los pasos indicados en guías como ésta, "en forma de cuestionario, para detectar elementos etnocéntricos y racistas en los libros de lectura y los manuales escolares".

Un libro no es un libro... y sus circunstancisa (por no hablar de su autor)

Evidentemente hay libros racistas. ¡Pues claro! Y ahora hieden porque fueron escritos con el aroma de su tiempo. Y es más que probable que de aquí a unos años, libros que ahora nos parecen impecables sean censurados por defender actitudes y comportamientos que para entonces ya serán inaceptables. Ocurre que no todos tienen/tenemos la sensibilidad tan fina como quien en esas obras aparecen representados de maneras estereotipadas y ofensivas.

Es lo mismo que ocurre con todos los machismos grandes y pequeños que las mujeres detectamos pero los hombres no huelen, y que nos hacen sentirnos agraviadas o minusvaloradas por textos e imágenes en los que ellos no encuentran nada censurable. Nuestro detector de afrentas es mucho más sensible que el suyo.

Sentado lo cual la pregunta es si todo se arregla creando un nievo Index librorum prohibitorum, prohibiéndolos u ocultándolos.

En el artículo antes enlazado sobre el racismo de Kypling, Katharine Trendacosta advierte: "No estoy diciendo que Kipling debe ser censurado, pero estoy diciendo que no se puede presentar sin contexto". No es la única.

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"Hay mecanismos de análisis más que suficientes para ayudar al estudiante a descubrir figuras sexistas, colonialistas o racistas en cualquier libro, pero no es bueno censurar lecturas y menos las que son imprescindibles". Es Jorge Villarta, profesor jubilado tras 35 años dando clase de Literatura en Secundaria, licenciado en Filología Hispánica y también en Filosofía. "Leamos a Quevedo, grandísimo poeta, y descubramos su andamiaje ideológico como defensor del Antiguo Régimen, ambas cosas se pueden hacer. No nos quedemos en el pesimismo de Kafka: quizá si acercamos al lector al contexto del Imperio Austro-Húngaro o al ánimo neurótico del autor, podamos explicar algo más que una negrura asfixiante, la paradójica belleza de su obra; me parece importante que el alumno descubra algo de sí mismo y de su tiempo abriéndose sin prejuicios, o sabiendo cuáles son los suyos, a la escritura".

En la misma línea, Pere Sureda. ¿Qué hay que decirles a los lectores jóvenes que se acerquen a esas obras, discutibles, criticables pero, en muchos casos, ineludibles? "Hay que saber seleccionar con cuales comenzar. La primera lectura es como la primera piedra de un edificio, si está mal puesta el edificio se derrumbará antes o después".

Al cabo, los libros, como los autores, son ellos y sus circunstancias, y exigen de nosotros una aproximación crítica, que suspendamos la incredulidad pero no bajemos la guardia.

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