Elecciones 26-J

Historia de una urna

Una urna precintada en el Almacén Central Logístico de Toledo.

Si una sola urna hubiera logrado sobrevivir a dos siglos de guerras, incendios y mudanzas, si se hubiera transmutado de la madera al cartón y al plástico, habría visto llegar el voto directo, el sufragio femenino, el fortalecimiento de los partidos, las elecciones limpias. El historiador Roberto Villa García ha tratado de recorrer ese camino en España en las urnas. Una historia electoral (Catarata), que viaja desde las elecciones en guerra que decidirían en 1812 la composición de las Cortes de Cádiz hasta las últimas elecciones generales, que se repiten este domingoeste domingo

No es esta una mera recopilación de datos electorales, ni un título enciclopédico sobre los pormenores de cada comicio. Se trata, más bien, de una contextualización de los sucesivos sistemas electorales que han regido las elecciones al Gobierno central —a ellas se limita Villa García— para aclarar a qué intereses respondían, qué problemas solucionaron y qué otros dejaron a sus sucesores. Sin embargo, quien busque una crítica demoledora al sistema actual, una demonización de la ley D'Hondt o la propuesta de una circunscripción distinta a la provincial, tendrá que buscar otro libro.  

Porque si algo critica este profesor de la universidad madrileña Rey Juan Carlos es lo que llama "regeneracionismo". Es decir, el discurso que acusa a estas reglas del juego de establecer una "desigualdad de voto", de "reforzar el dominio de dos partidos turnantes" y de servir a los intereses de "franquistas reciclados". "Cierta literatura científica y, sobre todo, la no científica y artículos periodísticos", defiende el autor en el prólogo, "han alimentado, sea con mayor sutilidad o con crudeza, esta interpretación que ha calado en un amplio sector de la opinión pública".

Él aboga por una perspectiva histórica que presente el sistema electoral como un engranaje más del momento histórico, y que analice si respondió de forma adecuada a los retos que este planteaba, o si agravó situaciones que quizás no se habían tenido en cuenta. Pero si esto se hace difícil, critica el historiador, es porque los avances de la investigación académica no han trascendido al debate público. "A pesar de que no la conocemos muy bien, tenemos una historia constitucional riquísima", argumenta por teléfono a pocos días de que los españole se dirijan de nuevo a las urnas. Por ejemplo, se suele ignorar que España fue de los primeros países del entorno en introducir el voto directo, el sufragio igual ("un hombre, un voto") y el establecimiento de una sola jornada para ejercerlo (evitando los tejemanejes que conllevaba alargarlo durante varios días), y que en ciertos momentos tuvo uno de los electorados más numerosos del mundo. 

Él achaca este desconocimiento, en parte, al discurso regeneracionista. Pero, sobre todo, al largo paréntesis del franquismo en esta fértil historia electoral. "En realidad, en 1975 se tuvo que empezar otra vez de nuevo. Se habían perdido las Cortes abiertas, la prensa libre, las elecciones competitivas...", lamenta. Esto generó un fenómeno sociológico: "Entre los españoles de 1939, la política parlamentaria y de partidos, motejada de política a secas, adquirió una connotación peyorativa". En el otro extremo, explica, "las generaciones que no vivieron como adultos el período de la dictadura de Primo de Rivera y la II República, tuvieron una opinión muy distinta del sistema representativo. Habían seguido la experiencia europea, donde las elecciones plebiscitarias significaban libertad, y afrontaron la nueva etapa sin ningún tipo de tópicos sobre la participación política".

Eso engarza con el único punto positivo, con todas las salvedades, de cuatro décadas de dictadura: "Por agarrarnos a algo, después de tantos años también se borraron los defectos de la etapa previa. Pero la experiencia acumulada hasta entonces hizo que los políticos de la Transición tuvieran en cuenta, a la hora de diseñar el sistema electoral, los problemas que habían existido anteriormente". Villa García parte una lanza a favor de aquel proceso y disiente de aquellos que vieron en aquella negociación la imposición de un sistema concreto por parte de UCD.

"Lo que hacemos es proyectar problemas del presente y atribuírselos a políticos del pasado", defiende Villa García, que explica que, en el fragmentado panorama político de la Transición, era muy difícil saber si una u otra opción beneficiaban a un partido concreto. "Con esto no pretende sostenerse que el sistema electoral fuera políticamente inocuo, pero sí negar que su diseño, y el del procedimiento electoral, respondiera a los intereses exclusivos de un partido", defiende en el libro. Y aclara que era imposible que entonces se diseñara un sistema que llevara al bipartidismo: "De hecho, el bipartidismo tenía connotaciones malísimas porque sonaba a las dos Españas. Y además, ¿un bipartidismo formado por quiénes? No estaba nada claro". 

Resume esta idea en que aquellos políticos "no pensaron en qué problemas podría haber 40 años después, sino en resolver problemas que había 40 años antes". Estos eran, fundamentalmente, cuatro, que se habían observado a lo largo de la historia de la democracia española: la debilidad de los partidos (perseguidos durante décadas), la fragmentación de la Cámara, la influencia gubernamental en el proceso y la falta de consenso en torno a las reglas del juego. Los dos primeros aspectos habían hecho difícil un Gobierno estable; las dos últimas habían generado comicios sucios, o que beneficiaban de manera evidente a un solo partido. 

Para eso, explica, se pusieron sobre la mesa varios mecanismos que buscaban mitigar esos males, que parecían entonces particularmente graves. Las listas cerradas, que hoy son vistas como una limitación de la democracia directa, buscaban suprimir las rencillas internas y estrategias que se habían seguido anteriormente, como dividir el voto entre los propios candidatos y los más débiles de los contrarios, para eliminar de la contienda a los enemigos más peligrosos. La criticada fórmula D'Hondt —que divide el número de votos de cada partido entre los escaños a repartir y asigna diputados a los mayores cocientes— buscaba "asegurar una pequeña prima al partido vencedor que le permitiera tener una mayoría parlamentaria, pero también asegurar una oposición fuerte", defiende el historiador. 

La elección de la circunscripción provincial (teniendo en cuenta las diferencias de población entre, por ejemplo, Soria y Sevilla) se ve hoy como una forma de sobrerrepresentación de las fuerzas conservadoras, que tendrían más fácil hacerse con los escaños rurales, poco costosos en votos. Pero, según Villa García, era una forma de generar consenso: "Cuando vinculas las circunscripciones a la división administriva evitas restar legitimación a las elecciones". Teniendo la provincia como circunscripción electoral durante gran parte de su historia, España evitó el gerrymandering, "la manipulación torticera de los límites de las circunscripciones" para beneficiar a una u otra corriente. 

La reforma electoral perfecta

La reforma electoral perfecta

Otra cosa es que la resolución de ciertos problemas no generen, a largo plazo, otros nuevos. Sin negar esta posibilidad, el autor insiste en su visión de historiador: "Antes de plantearnos el cambio, tenemos que ver qué problema tenemos y cómo solucionarlo". Por ejemplo: ante cuestiones como las listas cerradas, que socavan la idea de democracia directa y permiten que obtengan apoyos candidatos relacionados con tramas de corrupción, Villa García propone que los ciudadanos puedan, dentro de un mismo partido, establecer el orden de voto de los candidatos

Pero insiste en que el sistema electoral español es, globalmente, justo: "Casi todo acaba dependiendo del voto de los ciudadanos, y el mismo sistema electoral te genera resultados distintos". Para él, la representación obtenida por Podemos y Ciudadanos es ejemplo de la eficacia del sistema. "Nuestro sistema electoral permite, si se concentra el voto en una circunscripción, obtener representación. No es tan difícil". Pone como ejemplo Guadalajara, una provincia dura por su baja población, donde en las últimas elecciones el PP obtuvo dos escaños con el 34% de los votos, el PSOE uno con el 22% y Ciudadanos otro con el 18%. Pero allí mismo Podemos se quedó sin representación con medio punto menos que la formación naranja. 

En cualquier caso, Villa García no ve clara la reforma. Quizás porque su perspectiva histórica le reafirma en que "no hay sistema electoral perfecto", y en que con este se ha ganado más de lo que se ha perdido. Hay, además, otro elemento: quizás la mejora del sistema tenga un cierto apoyo social, pero en el cómo hay mucha división. "Si no hay un consenso tan amplio como en los setenta, es mejor no tocarlo. Porque si no, corremos el peligro de volver a leyes electorales dictadas por partidos". Ante el ambiente político imperante, quizás el consenso tenga que esperar. 

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