Cine

'Las inocentes': las huellas de la violencia

Una escena de 'Las inocentes', dirigida por Anne Fontaine.

Diciembre de 1945. Una novicia recorre el campo polaco, nevado y desierto, tranquilo al fin tras años de guerra. Una vez en el pueblo, la joven busca, desesperada, el hospital de la Cruz Roja. La oficial francesa que la atiende no comprende sus palabras en polaco. Pero la sigue hasta el convento, alarmada por la insistencia de la religiosa. Allí la espera una paciente que grita y se retuerce. Una monja. Una monja visiblemente embarazada.

Esta es una de las primeras escenas de Las inocentes, de Anne FontaineLas inocentes, bautizada como Agnus Dei en su estreno en el festival de Sundance. La directora de Adore (Madres perfectas) y Coco antes de Chanel ha abandonado su universo habitual para evocar una historia real ocurrida en Polonia, apenas unos meses después del final de la II Guerra Mundial. Mathilde Beaulieu (nombre ficticio para la real Madeleine Pauliac, interpretada por Lou de Laâge), una médica desplazada al Este de Europa para recuperar a los soldados franceses heridos o apresados, deberá prestar ayuda a las hermanas de un convento, atacadas y violadas por el Ejército Rojo. La coproducción franco-polaca, rodada en ambos idiomas y en el país del Este, aborda el difícil camino de la fe —religiosa y laica—, el alcance de la guerra y la posición siempre desigual de las mujeres, utilizadas en los conflictos como botín y como campo de batalla tanto físico como psicológico.

“Había 25, 15 fueron violadas y asesinadas por los rusos, las 10 supervivientes fueron violadas; algunas, 42 veces, otras, 35 o 50 veces cada una… Nada de esto habría significado nada si cinco de ellas no se hubieran quedado embarazadas. Vinieron a pedirme consejo y a hablar de aborto en términos velados”. Así contaba Pauliac en sus diarios su experiencia en Polonia, adonde se había desplazado como miembro del Escuadrón Azul, un equipo encargado de repatriar a los combatientes franceses. La doctora, que por entonces tenía 33 años, había formado parte de la Resistencia y asistido a los heridos durante la liberación de París. Nada la obligaba a atender a las novicias, en completo secreto, más que el sentido de la responsabilidad y la empatía. Pero lo hizo.

Crímenes reales

Si su historia ha llegado hasta la actualidad no es porque haya pasado a formar parte de los héroes oficiales de la Resistencia –aunque sí fue condecorada a su muerte con la Legión de Honor—, sino gracias a su sobrino, Philippe Maynial. Él nunca llego a conocerla: Madeleine murió pocos meses después del episodio contado en la película, en un accidente de coche cerca de Varsovia. Pero su madre le legó los diarios de la doctora. En ellos, Pauliac hace un relato frío de su misión en el Este, ateniéndose casi exclusivamente a las actuaciones médicas. Aunque los guionistas han tenido que recrear, a través de la ficción, esas novicias anónimas a las que se refiere la doctora, Maynial supo, en cuanto leyó los dietarios de su tía, que se encontraba ante un material esencialmente cinematográfico.

La medida fotografía de Caroline Champetier –que ya había trabajado en otro filme de temática y ambiente religioso, De dioses y hombres— recrea una Polonia arrasada, calma como después de la tormenta. La nieve hace del paisaje un blanco y negro espejo de los hábitos de las monjas. Bajo ese manto no está la violencia, sino sus huellas –los heridos, los niños huérfanos, la escasez—, que el tiempo comienza a enmascarar. Y es el tiempo también el que hace crecer la consecuencia más palpable del mal de la guerra, esos niños que crecen contra la voluntad de todos en el vientre de las mujeres asaltadas.

Las inocentes se rodó en Polonia con fotografía de Caroline Champetier. / ANNA WLOCH (CARAMEL)

“Nada de esto habría significado nada”, dice con agudeza Pauliac. Las monjas podrían haber afrontado, quizás, la violencia, igual que aceptan la cruz. Pero no esa consecuencia inesperada que invade sus cuerpos olvidados hasta entonces para ponerlos en el centro de la vida, para recordar que han sido profanados, para atacar la resistencia de su espiritualidad con la materialidad más evidente. La violación de esas “inocentes” es un símbolo de la irrupción de la violencia de la guerra. Otros muchos, cientos de miles, millones, vieron arrasados sus cuerpos de la misma forma.

Ellas, además, se sienten culpables de haberla sufrido, un mal común entre las víctimas de violación, aun hoy. Una monja es incapaz de dejarse tocar siquiera por el médico, de lo mucho que se avergüenza de su estado; otra ni siquiera lo acepta, y su cuerpo oculta el embarazo hasta que un día pare, por sorpresa, en el suelo del cuarto; otra empieza a desarrollar un vínculo con el niño que no será bien visto por la abadesa.

Crisis de fe

“Cuando hicieron irrupción en nuestro convento”, cuenta la madre superiora, “fue un horror indecible que solo Dios nos ayudaría a sobrellevar”. Pero Dios no quiere pasar página. Esto supone un desafío, en muchos casos definitivo, a su fe. Este es el tema central de Fontaine, que pasó una temporada en dos conventos benedictinos –la orden que aparece en el filme— para preparar el proyecto. “No consigo recuperar la fe después de aquel incidente atroz”, dice la hermana Maria, “Sin embargo, Dios, del que me considero esposa divina, lo ha querido así. Si pasó aquello, fue porque él quiso”.

Esta incomprensión de los caminos divinos está en la base de cualquier crisis religiosa, pero también de cualquier crisis de fe, en general. La que sufre, en segundo término, la propia Mathilde Beaulieu, atea y comunista convencida –a diferencia de la doctora real—, que se enfrenta a las tempranas contradicciones de su ideología: ¿Ese ejército que siembra el caos allá por donde va es el que debe liberar a los proletarios? Pero es también la crisis que sufre la humanidad al completo tras la II Guerra Mundial. Si las monjas se preguntan por el sentido de la acción de Dios, los hombres dudan de su propio sentido. El mal que apenas cubre la nieve es un desafío a la existencia de la bondad.

La directora Anne Fontaine durante el rodaje. / ANNA WLOCH (CARAMEL)

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Gran parte de la crítica ha coincidido tanto en la calidad del filme como en lo difícil –por temática y no por factura— que resulta enfrentarse a él. La Iglesia, con una rigidez que entra de lleno en la crueldad, no sale bien parada –y la congregación polaca se negó a que el equipo rodara en uno de sus conventos—. Pero tampoco, por supuesto, el proyecto soviético, que se muestra tan despiadado como sus enemigos –y Rusia no proyectará la película—. Ni siquiera la Cruz Roja francesa, ralentizada por un sentido nacionalista y burocrático de la ayuda. La única heroína íntegra es la propia Mathilde/Madeleine… y la historia nos muestra que no viviría demasiado.

El filme regala, tras dos horas de dureza, un happy end que no ha gustado a la crítica. Esa luz parece respetar, sin embargo, la proporción explicada en uno de los momentos clave del filme. La hermana Maria trata de explicar a la incrédula Mathilde la naturaleza de la fe. No es una roca, no es inamovible. “La fe es 24 horas de dudas y un minuto de esperanza”.

 

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