Cine

'Frantz': el pacifismo truncado de la I Guerra Mundial

Pierre Niney y Paula Beer en 'Frantz', de François Ozon.

En 1932, Ernst Lubitsch estrenó Remordimiento, una película basada en la obra de Maurice Rostand —hijo del autor de Cyrano de Bergerac— que miraba a los desastres de la I Guerra Mundial desde el pacifismo, la curación de las heridas históricas y la reconciliación entre los pueblos. En ella, un contendiente francés viaja hasta Alemania en 1919 para presentar sus excusas ante la familia de un soldado al que ha matado durante la guerra. Una vez allí se ve incapaz de confesar su crimen y se hace pasar por un amigo del fallecido. Cuando se descubre la verdad, los alemanes aceptan al francés, que, de alguna forma, sustituye al hijo perdido. Final feliz. Luego llegó la II Guerra Mundial y el happy end se volvió amargo. 

Cuando el cineasta francés François Ozon (Joven y bonita, En la casa, Swimming poolEn la casa...) leyó la obra de Rostand, titulada L'homme que j'ai tué (El hombre que maté), le fascinó y decidió que tenía que adaptarla al cine. Luego descubrió, para su horror, que ya existía una versión, y firmada por el mismísimo Lubitsch. Pero siguió adelante y decidió que tenía algo que decir al respecto, pese a todo. Y nació Frantz, que llega el 30 de diciembre a los cines españoles. “Me interesaba mostrar el punto de vista alemán. Como Lubitsch, que era de lengua alemana y tomó el punto de vista francés. Vendría a ser una respuesta 80 años más tarde”, decía en la presentación del filme en Madrid. 

Para darle la vuelta a la propuesta del genio del cine, Ozon pasa el protagonismo del francés, aquí llamado Adrien (Pierre Niney), a la prometida del fallecido alemán que da título a la película —como en Rebeca, de Hitchcock, aunque Ozon señala que si tiene que relacionar su filme con uno del maestro del suspense sería con Vértigo, por aquello de la sustitución—. El espectador conoce la historia desde los ojos de Anna (Paula Beer). Eso obligaba a jugar con la estructura del filme: Lubitsch comienza su relato con la confesión del soldado al cura, y el consejo de este de que viaje a Alemania. En la propuesta de Ozon, el espectador desconoce quién es Adrien, cuál era su relación con Frantz y por qué ha viajado hasta el pueblo de Quedlinburg. De pronto, Broken Lullaby se llena de misterio. Hasta que el recién llegado confiesa. “Normalmente el desenlace llega al final, pero aquí ocurre a la mitad”, comentaba el cineasta, divertido. 

Y es ahí donde comienza la propuesta de Ozon, una mirada al pacifismo y la reconciliación con la mueca escéptica, e incluso derrotada, de quien sabe que después llegó otra guerra, más perversa incluso que la primera. Anna hace el camino inverso a Adrien y viaja a París buscando tanto la memoria de su prometido, al que apenas pudo conocer, como la identidad real de ese extranjero con el que se ha obsesionado. “Tuve la idea, muy pronto, de hacer una construcción en espejo”, cuenta el director. Algunas escenas, precisa, se responden: si los alemanes asustan a Frantz cantando el himno patrio en una taberna, los franceses hacen lo propio con Anna proclamando a voz en grito La Marsellesa en un café parisino. El espíritu herido y revanchista de unos y otros resuena a lo largo del filme. 

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“Estamos en 1919, faltan 20 años para la II Guerra Mundial. Entonces son más optimistas y acaban con la idea de la reconciliación, no imaginaban que iba a haber un horror semejante”, reflexiona el director, “Creo que nosotros sí lo mostramos. Con la subida del nacionalismo, por ejemplo. Y eso que no se ha firmado aún el Tratado de Versailles, que dejará a Alemania desvalida. Pero también vemos el nacionalismo francés, con ese odio hacia la nación alemana”. Si el lector ve paralelismos con la actualidad, coincide con Ozon: “Hice mucha investigación sobre el contexto histórico, porque sabía que tenía mucha importancia, y vi que había ecos con el de hoy. Me interesaba mostrar que, muy a menudo, la historia se repite”. Menciona la migración, la crisis, el auge del fascismo. 

Desde la perspectiva actual, en la que Ozon ve un aire de entreguerras, la reivindicación de la unión de los pueblos hecha por Rostand y Lubitsch resulta inocente. Aunque al cineasta le gustaría que no fuera así y define su filme como “europeísta”, y recuerda que la Unión Europea nació de la lección asumida por Alemania y Francia, que querían evitar una nueva contienda a toda costa. Él ve hoy dos Europas: “una de la cultura”, como el poema de Verlaine y el cuadro de Manet que comparten los dos protagonistas, y una del “miedo, del nacionalismo, de la guerra” que finalmente acaba enfrentándoles. El filme, dice Ozon, tiene un mensaje claro para tiempos oscuros: “Es la cultura, el idioma; solo conociéndose los pueblos pueden unirse”. 

Frantz está rodada con el mismo blanco y negro de su predecesora, una elección estética arriesgada que, dice Ozon, inquietó a los productores. “Toda mi documentación estaba en blanco y negro y pensé que sería más realista, porque ese es el color de nuestra memoria de esa época”, justifica. Tres semanas antes de empezar a rodar, sin embargo, decidió que filmaría parte del filme en color, para espanto, de nuevo, del equipo de producción. No era, explica, una decisión racional, sino emocional. Cuando regresan los colores a una película oscura es “como si la vida volviera a su sitio en un periodo de duelo”. Esa es su esperanza: que la vida vuelva, que se abra paso. 

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