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Periodismo

La historia de Adou detrás de la maleta

El escáner de Adou dentro de la maleta que aparecería en los medios de todo el mundo.

"¡Me llamo Adou!". Fueron las primeras palabras que pronunció en España este niño nacido en Costa de Marfil y que tiene ahora diez años. Algo completamente normal, si no fuera porque Adou acababa de ser sacado de la maleta en la que se ocultaba para tratar de cruzar la frontera entre Castillejos y Ceuta. Su imagen en el escáner de la Guardia Civil, una figura marrón de forma humana encogida dentro de un trolley, dio la vuelta al mundo. Como la dolorosa fotografía del cuerpo de Aylan en la playa señalaba las muertes en las fronteras europeas, los rayos X que hacían visible el cuerpo de Adou permitían ver también las peligrosas estrategias que la ley obliga a tomar a quienes quieren llegar a España. Pero detrás de ese icono había más. Había un nombre. El periodista Nicolás Castellano cuenta la historia del "niño de la maleta" en Me llamo Adou (Planeta). 

La fotografía de aquel 7 de mayo de 2015 reflejaba tan bien la realidad oculta detrás de las normativas sobre inmigración que parecía ideada por un estudio de publicidad. Pero era real. Y despertó, aunque fuera por unos días, a una población que solo tenía oídos para las fronteras lejanas del Este de Europa que dan al traste con los intentos de los refugiados sirios. "A mí también me despertó, nunca había imaginado que íbamos a llegar hasta ahí", dice Alí Ouattara, el padre del niño, que se ha desplazado hasta Madrid para presentar el libro. Cuando se publicó la noticia, muchos ciudadanos indignados se apresuraron a culpar al hombre, residente entonces en Fuerteventura, por poner en peligro a su hijo. Él responde hoy: "Dejarlo allí [en Costa de Marfil] era tirarlo a la muerte. Había que sacarlo de allí". 

Y repite desde entonces que no sabía cuáles eran los planes de aquel hombre marroquí que le aseguró que podría recoger a Adou sano y salvo en Ceuta: "Cuando salió de Castillejos, pensaba recoger a mi hijo en un centro de menores. Nada más". Está todavía a la espera de juicio por supuesto tráfico de seres humanos. La indignación del periodista de la Ser es palpable: "¿Qué sistema estamos construyendo que lleva a miles de personas a perder la vida? El mercado [de la trata] está fomentado por las leyes, porque no facilitan que un niño pueda criarse con sus padres".

Esa es (casi) la única nube de una historia que, contra todo pronóstico, acabó bien. Lucie, su mujer, y los niños Mariam y Adou viven en París, donde los niños pueden estudiar en su francés natal y la madre encuentra el apoyo de una numerosa comunidad marfileña. Ali vive en Bilbao de nuevo separado de ellos, ya que no puede abandonar el país. Pero no pierde la sonrisa. "Adou está muy contento, muy contento de estar con su familia, es un tío muy abierto", dice del pequeño, con quien por fin puede hablar cada día. Ya no está inquieto por su educación, ni por los peligros que pueda correr, como lo estaba cuando Adou vivía en Abiyán a cargo primero de su abuela y, tras la muerte de esta, de su hermano mayor, Michael. Esa es la otra nube que empaña una felicidad que ha costado conseguir. Es muy improbable que el joven, mayor de edad, pueda reunirse con ellos en Europa. Pero Alí se centra en el pequeño, entre risas: "Cuando fue Nicolás para hacer las fotos, la chica no quería, pero Adou sí. Es muy vivo".

 

El periodista Nicolás Castellano y Alí Ouattara, padre de Adou. / EFE

Alí ya no sabe cuántas veces ha tenido que explicar por qué decidió saltarse los trámites legales para poder hacer que Adou se reuniera con su madre, su hermana y él, ya instalados en Canarias. Lo contaba en la cárcel, donde estuvo de forma preventiva durante un mes, a quien quería escucharlo. Y lo contaba después, de vuelta a su casa y a su trabajo fijo en una lavandería. Y lo cuenta en Bilbao, adonde se mudó después de verse obligado a dejar su antiguo empleo por problemas de salud. Alí llevaba más de un año solicitando la reunificación familiar, una posibilidad que se concede solo a aquellos que tienen un permiso de residencia de al menos dos años, recursos económicos suficientes y una vivienda adecuada, y que además no tienen antecedentes penales ni una enfermedad grave. Lo consiguió con Lucie, su mujer, la primera en llegar a la isla. Y con Mariam, su hija, que alcanzó a sus padres en 2015. Pero no con Adou. Lo intentó en tres ocasiones, con sucesivos recursos, sin éxito. ¿El problema? 56 euros al mes

Porque la ley de extranjería establece en 2008 una cantidad mínima mensual que defina esos "recursos económicos suficientes", que se fija en el 50% del IPREM (Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples), un baremo que sirve también para fijar los criterios por los que se conceden ciertas becas. Esto suponía 799 euros por el cónyuge y 266 euros por familiar adicional. En teoría, Alí debía ganar 1.331 euros al mes. Pero ganaba una media de 1.275 euros al mes, un sueldo fijo nada desdeñable en la España postcrisis. "Pensaba que como tenía trabajo fijo y una nómina bastante buena para la crisis, que esto iba a ser normal, un trámite regular. El dinerito que me decían que faltaba es una… una barbaridad. ¿Cómo me van a faltar 50 euros, si cada mes tenía que mandar casi 250 a mi chico a África?", se pregunta Alí. Para Castellano, este caso es un reflejo de "unos criterios legales excesivos": "¿Es que a algún español se le exige ganar equis dinero para tener hijos?". En 2013 se concedieron solo 22.000 solicitudes de reagrupación, cuando vivían en España 4,9 millones de extranjeros con permiso de residencia. 

Alí y su mujer, Lucie, llevaban años esperando su final feliz. Desde que en 2005 decidiera emprender una larga ruta para abandonar Costa de Marfil, donde su vida corría peligro debido a la violencia provocada por el enfrentamiento entre el sur y el norte del país. Su apellido, que compartía azarosamente con el primer ministro, opuesto al golpista Laurent Gbagbo. Viajó durante un año atravesando Ghana, Burkina Fasso, Mali, Senegal, Mauritania y Marruecos por tierra, mar y aire, hasta que llegó a Canarias tras dos días de viaje en patera. A su llegada, España le dio asilo. El mismo país que, según reconocía el Estado, era un peligro para él, seguía siéndolo para su familia. En cuanto tuvo el permiso de residencia y un trabajo fijo, comenzó los trámites para llevarlos a Fuerteventura. Mientras, sus hijos crecían sin él. Michael, el mayor, que ahora estudia en la Universidad de Abiyán, era muy pequeño cuando él se marchó, como Mariam, y Adou ni siquiera había nacido todavía. 

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Lo que hizo que Lucie y Alí renunciaran a los trámites legales para llegar a Adou a Canarias, además de las sucesivas denegaciones de la Delegación del Gobierno allí, fue la última visita a Costa de Marfil. Lucie viajó a Abiyán para recoger a Mariam, que por fin tenía permiso para volar, y se encontró con una situación extrema. Adou se quedaba solo, ya sin su abuela, a cargo de su hermano mayor, todavía un estudiante. Estaba triste, se negaba a ir al colegio y repetía que quería estar con sus padres. Alí habla, además, de un clima de violencia y extrañas desapariciones. "Todo esto llamó la atención de mi esposa", cuenta, ", y, además, confía a tu hijo a una tercera persona, que esta persona no lo va a cuidar como tú quieres...". Decidieron que tenían que reunirse con su hijo en España, fuera como fuera.  Eso supuso acabar contactando con un tipo "muy serio, muy respetable" que les aseguraba que, con 5.000 euros, podría conseguir un visado para el pequeño. Sabemos que no fue así, y sabemos cómo acaba la historia. 

Acaba con un niño en una maleta, una especie de exotismo macabro que le hace dejar de ser un número para ser un nombre. "Los protagonistas de estos relatos deben ser los migrantes y sus motivos. Cuál es su contexto. Que la gente entienda por qué vienen", insiste Castellano, que acusa a la sociedad europea de quedarse "de este lado del muro", muy centrados en la llegada de migrantes y poco interesados por lo que ocurre más allá. En las fronteras de Schengen, dice, han muerto 5.000 de las 6.500 personas que han perdido su vida contra una valla o un muro. Es Adou quien responde, a través de su padre y del periodista: "Que lean, que lean mi historia. Los gobernantes son idiotas, que lean esto".

 

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