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Maquiavelo, entre Rajoy y Colau

Ada Colau, con el bastón de mando, tras ser proclamada alcaldesa de Barcelona en 2015.

Si Nicolás Maquiavelo hubiera escrito El príncipeEl príncipe en la España de 2017, y no en la Florencia de 1513, su manual de gobierno para dummies hubiera cambiado sustancialmente. Para empezar, en lugar de estar dedicado a Lorenzo de Médici —el filósofo puso su nombre en lugar del de Giuliano de Médici en cuanto este murió—, su destinatario habría sido obligatoriamente Mariano Rajoy, príncipe de la España actual ante el que tendría que postrarse para medrar. Lo defiende Ferran Caballero, profesor de la Universidad de La Salle de Barcelona, en Maquiavelo para el siglo XXI (Ariel), una relectura del clásico que popularizó la idea de que "el fin justifica los medios", por mucho que él no la formulara con esas palabras. 

"El libro demuestra que no hace falta cambiar mucho a Maquiavelo para entenderlo ahora", defiende Caballero. En realidad, fue un encargo de la editorial, que le propuso revisar la obra manteniendo la estructura, la mayoría de los capítulos e incluso algunos pasajes. Se transforman, eso sí, los ejemplos usados en el original para ilustrar las teorías, que sustituyen aquí los ejemplos históricos o contemporáneos al italiano por episodios recientes de la vida política nacional. "No es que haya sido sencillo cambiarlo, porque en algunos casos hubiera sido muy fuerte", dice el profesor entre risas, "pero sí que las lecciones, en sentido general, tenían fácil traducción". 

Así, Caballero explica la dificultad que entrañan los Gobiernos mixtos —Maquiavelo hablaría de principados— con el caso del tripartito PSC-Esquerra-Iniciativa; la resistencia de las dictaduras con el franquismo o el rol de los aduladores con el círculo cercano al flamante presidente estadounidense Donald Trump. Muchas de las enseñanzas de Maquiavelo, defiende el autor, aguantan bien el tiempo. Incluso aunque el sistema político diste tanto de aquel para el que nacieron. "Maquiavelo dice que es mejor ser temido que ser amado. Esto es absolutamente contrario a la lógica democrática, pensé, donde lo que quieren todos es que los amemos. Pero es verdad que el más amado, el más valorado, no suele ser el más votado. Y que el temor, hace que valoremos más a los líderes: Obama, cuando mató a Bin Laden, reforzó su popularidad", explica. 

 

Pero hay otros ejemplos más arriesgados que pueden armar revuelo, mucho más de los que generaron los usados por Maquiavelo en su época. En parte, explica el profesor, porque "en aquella época, sus lectores... eran prácticamente nadie". Los ejemplos históricos, muy alejados en el tiempo, no levantarían ampollas; los recientes solo debían cuidarse de no molestar a los Médici y su círculo cercano —como hoy Caballero debería cuidarse de enfadar a Rajoy—. Sin embargo, aquí Caballero se lanza a la piscina. Así, no duda en situar la primera legislatura del expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero entre aquellos Gobiernos "que se obtienen con la fortuna", aludiendo a la mala gestión que el PP hizo del 11-M. Defiende, parafraseando a Maquiavelo sobre César Borgia, que el dirigente "tomó su fortuna por virtud" y que "aunque tuvo el ánimo grande y la intención elevada, no supo gobernar mejor". El florentino dice de Borgia que "si [las medidas tomadas] no le dieron el resultado apetecido, no fue por culpa suya, sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte". Pero Caballero le da la vuelta al argumento achacando la derrota de Zapatero a su "mala gestión", y no a "la crisis económica".

Igualmente, para ilustrar el uso de la crueldad en el mandatario, da un salto mortal. Sustituye a Oliverotto, que asesinó a los principales ciudadanos de Fermo para hacerse con la ciudad... con Ada Colau, a quien este moderno Maquiavelo acusa de llegar al poder mediante "el insulto, la mentira, el engaño y la calumnia". Caballero se defiende: "Maquiavelo utiliza ciertos elogios para referirse a los gobernantes que nosotros hoy no consideramos tales, pero es verdad que con ejemplos actuales quizás se ponga más de relieve la mala leche de El príncipe". Hay que señalar, sin embargo, que Maquiavelo no hace juicio de valor alguno sobre los actos de Oliverotto, mientras que Caballero no duda en decir de Colau que "no se puede llamar virtud a mentir a sus conciudadanos, insultar a sus adversarios, traicionar a los aliados y no tener palabra, piedad o religión". El Maquiavelo seguidor de Rajoy que inventa el autor es bastante menos conciliador que el original. 

¿Tenemos hoy una idea de la moralidad más alta de la que había entonces, y que nos hace desconfiar más de la doctrina de Maquiavelo? "En realidad, no. Él propone que uno no tiene que ser un príncipe cristiano o católico, porque no tiene que someterse a la moral común. Es igual de rompedor que hoy en día, y de hecho por eso su obra resulta tan novedosa ya entonces y ha sobrevivido como un clásico, porque no era del sentido común de sus conciudadanos", responde Caballero. Por eso, algunos de los halagos que pone Caballero en su boca suenan hoy tan ambiguos como entonces. "Hay una teoría que defiende que Maquiavelo no escribía para el príncipe, sino para los ciudadanos, para advertirles de sus males. Sospecho que no es una teoría justa para él, pero sí lo es en mi caso", señala el profesor. Aunque añade que no cree que los lectores "se sorprendan mucho" de lo que describe: "Con series como House of cards nos han explicado el maquiavelismo de una manera clarísima". 

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El autor prefiere no mojarse sobre si es acertado o no el uso negativo del adjetivo "maquiavélico". ¿Es mezquino un gobernante que sigue las directrices de El príncipe para mantenerse en el poder? "Según Maquiavelo, dependerá del fin que persiga, siendo el único fin aceptable la razón de Estado", explica, "El problema es que hoy vemos con facilidad los mecanismos maquiavélicos, pero no su fin". ¿Y a su entender, quiénes siguen mejor las enseñanzas del florentino? Caballero ríe. El primer requisito sería que no puede parecer maquiavélico: un buen príncipe no puede parecer calculador, sino serlo. en este sentido, nombra a dos perfiles completamente distintos. De una parte, Ada Colau, porque "sin mojarse, ni irse con unos ni con otros, no se enemista con nadie, a diferencia del PSC": "Es muy directa en sus palabras y sus políticas, pero parece convencer de que sí sirve al gran fin de la liberación popular". 

Del otro, Mariano Rajoy, "que no se presenta como capaz de grandes mezquindades, pero que tampoco es un buenazo". Es difícil imaginarse al presidente del Gobierno leyendo El príncipe, y de hecho el prologuista, Gregorio Luri, aconseja a Caballero que le regale un ejemplar del libro envuelto en el Marca. "Ha trampeado casi sin despeinarse situaciones que hubieran acabado con la carrera política de muchos otros", señala sin embargo el profesor. Asegura que Maquiavelo diría que "cuando parece que la fortuna te sonríe en todo momento, es que en el fondo tienes una gran virtud". Muchos politólogos celebrarían con él la capacidad de Rajoy de mantenerse a flote. Lo del fin último y la razón de Estado... eso habrá que dejárselo a Maquiavelo

 

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