Teatro

Lola Blasco: "El buen teatro político debería dar cuenta de la verdad, no de la realidad"

La actriz, directora y dramaturga Lola Blasco.

Lola Blasco tiene 34 años y un Premio Nacional de Literatura Dramática por una obra, Siglo mío, bestia mía, que todavía no se ha estrenado. Probablemente lo haga en 2019, tres años después de haber recibido este galardón que entrega el Ministerio de Cultura. Sí fue llevada a las tablas por una compañía polaca, gracias a un grupo de jóvenes que la escogió por reconocer en ella “la voz de su generación”. Con esa frase, Lola Blasco vendría a ser la Hannah Horvath de la dramaturgia española, la protagonista de la serie Girls que en su primer episodio manifiesta la intención de ser la narradora de los millennials.

Antes de recibir el premio el pasado mes de noviembre, envió la obra a todos los teatros públicos, sin que ninguno de ellos le respondiera.  “Yo creo que no se lo leen, tengo que pensar eso, porque si no, no me explico cómo es posible que el comité que lo valoraba entonces no lo tuviera en cuenta y ahora quieren ese mismo texto”, dice, sentada en el salón de su casa.

Entretanto, atiende entrevistas –la consecuencia más visible del galardón ha sido el creciente interés de los medios– y sus obras van programándose en salas de todo el país. En febrero, estrenó La armonía del silencio en el Teatro Español de Madrid y el pasado 6 de abril llevaba a las tablas de Microteatro Málaga De cuerpos, deseos y muros. Ahora, prepara Fuegos, una pieza que la compañía La Nave estrenará el mes de mayo en Valladolid. A partir de los testimonios de un grupo de chavales de entre 16 y 26 años –entre los que se encuentra Mara, una refugiada siria de origen palestino– Blasco ha trabajado sobre el éxodo y “el giro hacia el fascismo de las sociedades occidentales y cómo lo viven las personas que llegan desde los países en conflicto”.

Fuegos representa el tipo de teatro en el que esta alicantina lleva trabajando desde que comenzara su carrera: un teatro político que busque la belleza (de la palabra y la imagen) y “eleve la realidad a un campo simbólico” para que la historia trascienda lo anecdótico. Por ejemplo: si los jóvenes de Fuegos quieren resurgir de las cenizas en las que se encuentran ahora, Blasco se sirve del mito del hígado de Prometeo para componer la obra. Después de robarle el fuego a los dioses, Prometeo fue condenado a que cada noche un águila le mordisqueara su hígado. Una regeneración dolorosa que manifiesta la ambivalencia de los seres humanos: su fragilidad y su poder.

“El buen teatro político –explica Blasco– debería dar cuenta de la verdad, no de la realidad, y la verdad no tiene por qué ser real, es un pacto que puede ser ficticio, pero que explica el mundo a través de sus metáforas. Lo otro es teatro social. El político tiene una postura y no teme defenderla; el social, por otro lado, intenta ofrecer todos los puntos de vista”.

La también directora y actriz habla de muros, de falta de libertad de expresión, del narcisismo de la sociedad actual, de la incapacidad de amar y ver al otro. Cualidades que están en Fuegos, pero también en Siglo mío, bestia mía, colgada en abierto en internet. “Debe ser el único premio nacional que se puede encontrar así”, comenta satisfecha. En ella, aborda la ruptura de una pareja en tiempos de crisis, una pieza muy personal con la que pretende demostrar hasta qué punto una historia particular puede explicar una época. Precisamente, el jurado valoró esa “fuerza de confrontación muy personal con un tiempo fracturado”. Influenciada por La agonía del Eros, del filósofo Byung-Chul Han, plantea “que en este mundo no es posible el amor porque somos incapaces de ver al otro, vivimos en el mundo del narcisismo y de la uniformidad. Esto se traduce, a pequeña escala, en la ruptura de una pareja; y a gran escala, en las guerras”.

Una nueva dramaturgia con memoria

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¿Es habitual ese compromiso en el teatro joven español? “No estamos negando el pasado ni en cuanto a formas estéticas ni en cuanto a temáticas”, resume el estado de la nueva dramaturgia. De ahí, continúa, que compañías jóvenes se dediquen con frecuencia a asuntos de memoria histórica y del pasado más reciente, pero con una voluntad de “avanzar”. “Esta generación estaría muy cercana a la idea de José Ortega y Gasset sobre el teatro, que dice que no hay que hacer cortes abruptos, sino que resulta necesario asumir ese pasado y continuar”.

La dramaturga se sirve también de la cita del filósofo para hablar sobre la reciente polémica que ha levantado la nueva propuesta de Mateo Feijóo para las Naves del Matadero de Madrid. El recién estrenado director artístico del centro dedicará la nueva programación a artes escénicas de vanguardia (performance, danza, música y el teatro más contemporáneo). Algunas voces, como Blanca Portillo o Sergio Peris-Mencheta, se opusieron públicamente ya que consideraban que la nueva propuesta excluye al “teatro de texto”. “Me fastidia que hablen de ‘teatro de texto’, no sé muy bien qué quieren decir con eso porque creo que Angélica Liddell o Rodrigo García son teatro de texto. Así que no entiendo, sinceramente, cuál es su baremo”, opina Blasco con cautela.

La dramaturga valora como negativo que los cambios políticos afecten a un proyecto cultural: “La programación del teatro no puede estar sujeta a la política, no puedes cambiar a una persona cuando lo hace el Gobierno, sino que esa persona tiene que poder desarrollar su proyecto”. De esta manera, el público tendría claro el tipo de programación y se “podría generar una cultura de abonos” similar a la de otros países europeos que fidelice a los espectadores. Es una línea que tiene clara también en su propia producción: “Que haga teatro político no quiere decir que me interese que se me ligue a la política de ningún partido, sino que lo hago en un sentido de polis, de ejercer mi ciudadaníapolis”.

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