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El claro amor de sor Juana y la virreina

Retrato de sor Juana Inés de la Cruz.

"Yo adoro a Lisi, pero no pretendo / que Lisi corresponda a mi fineza; / pues si juzgo posible su belleza, / a su decoro y mi aprehensión ofendo". Lisi, en estos versos, es el apelativo cariñoso de María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes y por entonces virreina de la Nueva España. Quien los firma es Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, sor Juana Inés de la Cruz, una de las principales figuras literarias del Siglo de Oro y una de las primeras escritoras de renombre de la lengua castellana. De no haber sido así, de haberse llamado la poeta Filis o Fabio, nombres tras los que se escondió en alguna ocasión, el canon no habría dudado en calificar este poema como uno amoroso. Pero como eran Luisa y Juana, la academia los ha calificado aquí y allí, con más o menos ambigüedad, como "poesías de encargo", justificando la temática como simples ejercicios de estilo. 

Es lo que denuncia Sergio Téllez-Pon en Un amar ardiente. Poemas a la virreina (Flores Raras), una compilación de los 50 poemas escritos a partir de 1680 que la religiosa dirigió a quien llegó a ser mucho más que su mecenas y su valedora. "Muchos estu­diosos y aficionados de la obra de sor Juana han coincidido en que la relación entre la monja y la virreina fue más allá del 'incienso palaciego", recuerda Téllez-Pon en su introducción. Luis Antonio de Villena, por ejemplo, selecciona uno de sus romances para Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica (2002), aunque no se detiene en detallar la relación entre ambas. Pero nunca hasta ahora habían sido reunidos en un solo volumen, independientemente de otras obras, y ordenados siguiendo la línea lógica de la relación amorosa. La apuesta del crítico literario pretende reinstaurar estas piezas en el canon sin el velo puesto sobre ellos desde hace más de tres siglos. 

El "verdadero significado" de los poemas, denuncia el filólogo Ramón Martínez en el prólogo, "se ha intentado desvirtuar continuamente, limitando su interpretación en la ramplonería de las 'poesías de encargo". No son los únicos, subraya, a los que se ha despojado de su origen queer. Y no sirve, a su juicio, la excusa de que pudieran tratarse de textos ambiguos, voluntariamente ocultos por sus autores. "En la mayor parte de los casos", insiste, "los textos son de una claridad cegadora". Lo es, desde luego, en el caso de sor Juana Inés de la Cruz, que escribe sin empacho: "Cogióme sin prevención / amor, astuto y tirano: / con capa de cortesano / se me entró en el corazón".

Y si no lo fueron en su forma, tampoco lo fueron en su contexto social. Los poemas fueron publicados tan cual en 1689, aunque desperdigados aquí y allá por el precavido orden de Francisco de las Heras, secretario de la condesa y encargado de la edición de Inundación castálida. Fue él quien añadió las notas, a modo de título, que Téllez-Pon mantiene y que sirven para contextualizar la obra dentro de la relación entre las mujeres. Son, por ejemplo: "Décimas que muestran decoroso esfuerzo de la razón contra la vil tiranía de un amor violento", o "Puro amor, que, ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el más profano". O más concreto aún: "Endecasílabo romance: expresa su respeto amoroso; dice el sentido en que llama suya a la señora virreina". Pese a lo obvio, toda la obra de sor Juana se ha situado, como la de la mayoría de escritores religiosos, en una "asexualidad bien encuadrada dentro de una heterosexualidad que parece irrenunciable".

La época que ambas mujeres pasaron juntas, hasta que la virreina regresó a España en 1686, fueron los más prolíficos de la escritora. Se conocen en 1680, cuando sor Juana tenía 32 años. Esta escribe una pieza de cortesía para la llegada de los virreyes que gusta tanto a la condesa que esta se empeña en conocer a la autora. A partir de ahí se suceden, primero, poemas corteses, versos que acompañan a algunos regalos, y más tarde poemas "ya no corteses, sino íntimos" que acompañan el cortejo, los celos y la despedida final. Dice Antonio Alatorre, estudioso de sor Juana y maestro de Téllez-Pon, que "es una poesía de tal manera íntima y temblorosa que de ningún modo puede ser fruto de un simple encargo". 

Téllez-Pon analiza la huella que dejó la condesa de Paredes en la religiosa, que bajo su protección pudo librarse del control del padre Núñez, confesor y guía espiritual que sor Juana se ve forzada a aceptar. En su carta Autodefensa espiritual (1682), la escritora se rebela ante los consejos del jesuita, que solo le permitía escribir obra sacra. Por encargo de la virreina escribirá composiciones líricas de todo tipo, pero también disertaciones y teatro. La renuncia al "machismo espiritual" del padre Núñez —en términos de Alatorre— no será la única trasgresión de la religiosa. En su carta abierta conocida como Respuesta a sor Filotea de la Cruz —nombre bajo el que se encontraba el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz—, defiende el derecho de la mujer a la educación y la cultura: "Señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito".

Cuatro décadas de cultura sin armario

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Amado Nervo escribe que "no da un paso la virreina sin que la sigan los grandes y rasgados ojos de sor Juana, quien borda la vida diaria de Lysi con rimas resplandecientes". Y no se oculta: "Si al imán de tus gracias, atractivo, / sirve mi pecho de obediente acero, / ¿para qué me enamoras lisonjero, / si has de burlarme luego fugitivo?". Unos versos que Téllez-Pon sitúa como una suerte de sueño o fantasía erótica con la condesa, y que desde luego lo parecen. Pero también escriben claro en las cartas que se envían. Como una que responde a los reproches de la virreina —algo celosa, como se desprende de los poemas de la religiosa— y en la que se lee: "Te digo todo esto, María Luisa, por que sé cuán aprisa fiscalizas todo lo que hago y luego piensas que porque no te veo ya te olvidé".

Téllez-Pon saca del armario los versos de sor Juana para que nunca más pueden entrar en él. "Siempre habrá quien quiera despojarnos de los pocos espacios y textos que conseguimos reclamar como propios", se queja Ramón Martínez. No será esta vez. 

 

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