Literatura

La novela, para el que trabaja

Portadas de 'Misericordia' (Benito Pérez Galdós, 1897) y 'Germinal' (Émile Zola, 1885).

Elijo tema para mi artículo, la fecha, 1 de mayo, si no obliga, inspira, orienta. Por enunciarlo en términos que unos atribuyen a Stendhal y otros a Saint-Réal, y que me recuerda uno de mis interlocutores, Manuel Ángel Vázquez Medel, la novela, ese "espejo que se pasea a lo largo de un camino", ha reflejado y cómo a los trabajadores. La respuesta, claro, es sí.

"Con los eufemismos de 'cuestión social' o 'cuestión obrera' se ha abordado el estudio de muchas obras narrativas sobre la explotación de los trabajadores por el capitalismo de finales del XIX y del XX, que aparecía también en las novelas de Dickens o Balzac, por solo citar ejemplos fuera de nuestro idioma". Vázquez Medel, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Sevilla, encuentra abundantes e interesantes ejemplos que en muchos casos han sido descalificados y olvidados, no siempre justamente. "Hay que recordar, además, que algunas de estas novelas aparecían como folletines por entregas en periódicos como el bilbaíno La lucha de clases y otros exponentes de la prensa obrera ya desde el XIX".

De ello se ocupó el libro coordinado por Brigitte Magnien Hacia una literatura del pueblo: del folletín a la novela, entre cuyos autores figura Pilar Bellido. "Sí se ha utilizado la literatura para difundir el ideario obrero, sobre todo a principios del siglo XX" confirma Bellido, profesora de Literatura Española también en Sevilla, evocando un tiempo en el que literatura y cultura tenían un prestigio que han perdido. "El movimiento obrero vio en el lenguaje literario un instrumento para hacer llegar a los trabajadores su discurso ideológico. Las páginas de sus periódicos se abrieron a poemas, folletines y relatos cortos cuyo mensaje era idéntico al de las restantes páginas del periódico, pero utilizando situaciones de ficción y un lenguaje dirigido a la emoción y a la imaginación".

Mirar el trabajo desde la literatura

La literatura ofrece una perspectiva singular para observar el mundo laboral, "del mismo modo en que puede mirar a cualquier otro asunto de la vida, el amor o la muerte", precisa Santos Sanz Villanueva, catedrático, crítico, y autor entre otros trabajos de La novela española bajo el franquismo. "La literatura ha de mirar todo aquello que nos concierne de una manera fundamental. De la situación histórica y de la perspectiva (o sea, la ideología) del autor dependerá cómo lo haga".

Y lo ha hecho. Vázquez Medel aporta que ya Emilia Pardo Bazán en La tribuna aborda las duras condiciones de vida de los trabajadores, teniendo como protagonista a una obrera urbana industrial. Y que en obras de Pérez Galdós como Misericordia aparece el lumpenproletariado madrileño, condenado a la pobreza y a la mendicidad. "Hay que recordar la importancia que el eco del naturalismo de Zola –especialmente su novela Germinal– tiene en España y quiero mencionar especialmente la novela de Blasco Ibáñez La Bodega, aparecida en 1905 en Editorial Prometeo, que es un duro alegato sobre las denigrantes condiciones de vida de los trabajadores del campo andaluz en el marco de Jerez".

Así, y volvemos a Sanz Villanueva, la novela resultante de esos factores podrá dejar la intuición de algo de consecuencias insospechadas en el futuro, como hace Clarín al aludir a los mineros de las cercanías de Vetusta en La Regenta. O mostrar con viveza la situación de la marginalidad laboral, como se ve en La busca de Baroja. O mostrarlo como una consecuencia de la explotación capitalista, según hacen los partidarios del realismo socialista. "Son perspectivas distintas de una realidad que fundamenta la vida de todos nosotros, salvo de los rentistas".

Cosa distinta es la existencia en España de una literatura de la clase obrera, que en su opinión solo ha existido en ciertos trechos históricos. "Algo de ello se dio en la literatura anarquista y revolucionaria de anteguerra, sin que alcanzara ni la fuerza de una corriente importante ni calidad estética suficiente. Solo se podría decir eso de un sector de la novela  social de anteguerra de los años 30 (Sender, por ejemplo) y de la social-realista del medio siglo pasado, de mediados de los años 50 a mediados de los 60". Dicho lo cual, Sanz Villanueva tiende a precisar que los autores del medio siglo que él destaca supieron hablar del trabajo con la suficiente plasticidad para que tuviera categoría estética su denuncia, "aunque en sus obras la preocupación obrerista no es asunto exclusivo porque no se puede separar de la intencionalidad antifranquista".

Elaboro una primera nómina de ineludibles con las aportaciones de Sanz Villanueva y Bellido: César María Arconada (La turbina), Ramón J. Sender (El lugar de un hombre y Réquiem por un campesino español), Joaquín Arderius (Campesinos), Luisa Carnés (Tea Rooms), Jesús López Pacheco (Central eléctrica) Armando López Salinas (La mina y Caminando por las Hurdes), Antonio Ferres (Con las manos vacías y Los vencidos), Ignacio Aldecoa (Cuentos y El gran Sol), Sánchez Ferlosio (El Jarama) o Miguel Delibes (Los santos inocentes).

Una relación que Vázquez Medel amplía porque los temas que nos ocupan también aparecen, por ejemplo, en la trilogía Los gozos y las sombras de Torrente Ballester. "Han sido muchos los escritores que en diversos momentos y desde diferentes enfoques ideológicos y postulados estéticos han tenido en cuenta las luchas de los trabajadores". Y sugiere a "Concha Espina (El metal de los muertos), Julián Zugazagoitia (El asalto), Ignacio Agustí (Mariona Rebull, sobre la burguesía industrial), Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta, sobre el anarquismo), Ramiro Pinilla (Verdes valles, colinas rojas, que trata la historia reciente del País Vasco y de Guecho, con especial atención a la aportación de los 'maquetos' o inmigrantes de otros lugares de España a través de su trabajo) o el onubense Juan Cobos Wilkins en El corazón de la tierra, situada en las minas de Riotinto, con las primeras huelgas y las terribles represiones y matanzas".

Del obrero al precario

Así llegamos hasta nuestros días, un tiempo en el que, sostiene Bellido, "la novela vive más ensimismada en la búsqueda de identidades personales y en la reflexión sobre el yo y su pasado y no se preocupa especialmente por la cuestión social", lo cual no impide que autores como Rafael Chirbes (Crematorio o En la orilla), Almudena Grandes (Los besos en el pan) o Alicia Giménez Bartlett (Hombres desnudos, 2015), se interesan "por las consecuencias de la crisis económica en el trabajo y en la vida de la clase media española, la gran damnificada". Menciona también a Isaac Rosa y La mano invisible (que llega estos días al cine), obra que Sanz Villanueva elogia "porque supera el viejo reflejo del realismo social y porque, en lugar de contentarse con costumbrismo crítico de las condiciones laborales, va al fondo del problema, la condición alienante del trabajo".

Y en este canon no puede faltar Elvira Navarro, autora de La trabajadora.

¿Es posible mirar al trabajo desde la literatura?, vuelvo a preguntar. "No sólo es posible, sino que tal y como se está poniendo la situación, va a ser de los pocos asuntos épicos sobre los que la literatura puede tratar".

Los siete magníficos

Los siete magníficos

No es partidaria de usar el término "obrero", demasiado vinculado a la fábrica y poco práctico a día de hoy. "Si dices 'obrero' la imaginación se te va a los siglos XIX y XX, y aunque todavía funciona bien referida a ciertos sectores, como el de la construcción, me parece más efectivo, por su amplitud, usar el término 'precariado', con el que la mayor parte de los trabajadores precarios, que ya no están en la fábrica, sino en Zara, o detrás de los ordenadores, o pagando una cuota de trabajadores autónomos que los presupone empresarios en vez de asalariados por cuenta propia, pueden identificarse".

Y sin duda hay muchos libros que tratan, directa o indirectamente, sobre el precariado, aunque quizás no sea del todo pertinente agruparlos en una etiqueta, artefacto que homologa mientras que el escritor o escritora lucha contra la uniformidad; y nos pide que anotemos los trabajos del ya mencionado Rosa, de Fernando San Basilio, Javier López Menacho, Marta Caparrós y Marta Sanz.

Constatada la vigencia, la siguiente pregunta se impone: ¿Puede aún ser la literatura una herramienta política y sindical? "Puede serlo, aunque con una permanente contradicción, pues si bien una ficción puede ser una denuncia muy efectiva, las buenas novelas siempre lo son desde el matiz. Dostoievski pretendía escribir novelas con un mensaje cristiano, quería adoctrinar, pero era tan buen conocedor de la naturaleza humana que al final acababa ejerciendo de abogado del diablo. Un libro puede iluminar, hacer que nos planteemos las cosas de otro modo, pero no sé hasta qué punto la reflexión atenta y distanciada que requiere una obra se lleva bien con el inevitable maniqueísmo que suele implicar la política tal y como se ejerce a día de hoy. La literatura y las consignas no suelen llevarse bien, pues la consigna anula el potencial crítico de la literatura. Y, que yo sepa, nunca ha habido una política sin consignas".

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