Relato de una ambición (Capítulo 3)

La rebelión de Pemex y de Sacyr contra Antonio Brufau

El presidente de Repsol, Antonio Brufau, en una foto de archivo.

La apatía con la que vegetaba Antonio Brufau en Argentina fue dinamitada desde las entrañas de Repsol-YPF. Pemex decidió anticiparse a la catástrofe que vaticinaba la gestión de su presidente y consejero delegado. Petróleos Mexicanos es miembro fundador de Repsol, y como tal adquirió el inicial 2,9% de sus acciones; porcentaje que amplió hasta el 5% en marzo de 1992. Aunque se trata del socio más versado en la industria del petróleo, mantuvo un bajo perfil hasta el último trimestre de 2011.

Es el cuarto productor de crudo a nivel mundial. A pesar de sus dividendos cuantiosos, vive al día, estrangulada por una retención del 70% de sus ventas. Sólo Pemex aporta al fisco mexicano el 40% de sus recaudaciones. Esta falta de liquidez crónica la ha postrado en el subdesarrollo tecnológico, obligándola a escudriñar aliados que le permitan renovarse en el know-how del Upstream. No cuenta con Estados Unidos desde que, en 1848, le concedieron un área extensa de su geografía. En el Golfo de México queda fotografiado el rendimiento insuficiente de Pemex. Mientras en el lado estadounidense las plataformas trabajan a todo vapor, la porción mexicana delata su escasez presupuestaria. Una pena, porque en esas aguas se concentra el 49% de sus recursos prospectivos.

Que no tenga cómo, no significa que Pemex ignore dónde se cuece el negocio petrolero. Sabe que está ocurriendo una revolución en la que los recursos naturales ya pueden obtenerse a través de la excavación horizontal y de la fractura hidráulica. Así que, asociados desde hace más de veinte años a una compañía que ostenta uno de esos filones extraordinarios, el progreso estaba próximo. Al mismo tiempo que aprendieran la técnica del fracking, estrecharían lazos para lanzar la producción en aquellos depósitos que la falta de dinero ha transformado en contemplaciones impotentes. Pero Repsol-YPF sólo piensa en diluir a los socios. En pleno cambio energético, se rezaga ampliando una y otra vez el capital para obtener dividendos, los cuales no se reinvierten en labores de exploración sino en salarios, primas, incentivos y en una ingeniería financiera aventurada. “Como la compra de generadores en el Mar del Norte —lamenta una fuente del sector—, refinerías en Alemania o compra de empresas a montos exorbitantes”. No es difícil encontrar patrones que ratifiquen esta recriminación: el sobrepago de 16.757 millones de euros que Gas Natural, participada por Repsol-YPF, entregó a Florentino Pérez, presidente de ACS, por la destartalada eléctrica Unión Fenosa.

Si alguien objeta que el negocio anterior no cuenta, por tratarse de un asunto donde la preponderancia la ejerció Gas Natural —de la que Brufau es vicepresidente desde 2004—, indaguemos en los dominios exclusivos de Repsol-YPF. El 25 de septiembre de 2009, la petrolera inauguró en Canadá la planta de gasificación Canaport LNG. En sociedad con Irving Oil, iba a suministrar al mercado local y a buena parte del mercado estadounidense, incluidos núcleos demográficos significativos como Boston y Nueva York. Brufau declaró que esta participación, en la que Repsol alcanza el 75%, “demuestra nuestra capacidad para desarrollar proyectos energéticos de gran magnitud y complejidad”.

Así las cosas, tres años antes de que la planta estuviera en funcionamiento, Repsol-YPF firmó sendos contratos con Emera Brunswick Pipeline Company, Ltd., para trasladar el gas a través de un gasoducto que une Canaport con la frontera estadounidense, y con Maritimes & North East Pipeline, para transportarlo desde allí hasta Dracut, un pueblo del condado de Middlesex, Massachussets. Ambos contratos tienen una duración de 25 años. Hasta diciembre de 2012, han costado a Repsol más de 2.723 millones de euros. Ahora bien, si el tamaño de la inversión auspiciaba un dividendo mayor, ¿por qué Canaport cerró 2012 con un balance negativo de 136 millones de dólares? ¿Por qué Antonio Brufau intentó vendérsela a la Shell en 2013? La respuesta surge de la escasa previsión de Repsol-YPF: mientras se metía a fondo en el negocio del gas natural licuado, apostando el todo por el todo a la dependencia energética de países como Estados Unidos, no se tomó en serio que la Unión Americana, gracias a su intensiva extracción de Shale gas, pasaría rápidamente de importar a autoabastecerse. La lección que propinó la realidad a Brufau es que de no concentrarse en las reservas no convencionales, apresurando su producción, los desplazamientos en el mercado serán frecuentes.

El pacto entre petroleros y constructores

¿Quién querría vender hielo en el Polo Norte? Sacyr Vallehermoso no. Pemex tampoco. En septiembre de 2011, la petrolera mexicana despertó de su letargo y adquirió 56.037 millones de títulos de Repsol-YPF, que se convirtieron en un 4,62%. Pasó a tener un 9,62% de las acciones. El incremento se produjo en el recorrido final del Gobierno de Felipe Calderón. El CEO de Pemex, Juan José Suárez Coppel, justificó la adición porcentual como una herramienta para mejorar su capacidad productiva. Manuel Bartlett, ex senador del Partido Revolucionario Institucional (PRI), entonces en la oposición, puso reparos (La Jornada: 4/9/11): “Si Pemex pretendiera explotar en aguas profundas conjuntamente con Repsol, tendría que comprar la tecnología, porque la empresa española no cuenta con ella”.

El objetivo del nuevo estatus de Pemex era la ejecución de un pacto con Sacyr Vallehermoso. Al sindicar sus acciones alcanzaban, en el filo de la OPA, un potente 29,62%. Los mexicanos y los constructores exigían que, en lugar de la jerarquía financiera, demasiado inconsistente y arbitraria, se estableciera un gobierno corporativo. Apostaban por una instancia de control que separara la presidencia ejecutiva de la comisión delegada. No escondieron su programa y trataron de persuadir a Antonio Brufau. Primero, por las buenas, despabilándolo: “Una petrolera existe por la cantidad de reservas que tiene; lo que no sea Upstream sobra”. Incluso, dada su debilidad por la práctica bursátil, sugirieron que sacara a bolsa tramos de mil kilómetros de Vaca Muerta (Argentina) para atraer inversores y sufragar la producción de Vaca Muerta, como había hecho Repsol-YPF en la zona presal de Brasil, situada a más de 5 mil metros de profundidad en el mar. Nos lo cuenta una persona que estuvo involucrada en esta negociación: “Repsol-YPF tiene la técnica de exploración marítima, por su trabajo en las aguas del Golfo de México, en el lado estadounidense. Pero no tenía la capacidad para trabajar por su cuenta en Brasil”. Necesitaba un socio. “Pemex y Sacyr Vallehermoso convencieron a Brufau de que vendiera el 40% del yacimiento para asegurar la producción”. Los autores del pacto preveían repetir en Argentina la alianza entre Repsol-YPF y China Petroleum & Chemical Corporation (Sinopec). Considerando que el costo de inversión ronda los 20.000 millones de dólares anuales, la asociación era una estrategia inaplazable. “O invertimos a tope en Vaca Muerta o nos la quitan”, advirtieron los mexicanos.

Brufau desdeñó la idea de Pemex y de Sacyr Vallehermoso porque temía a Luis del Rivero. Lo veía a la zaga de su puesto. No se fiaba de él desde que, respaldado por sus abogados y sus bancos de inversión, torpedeó, en mayo de 2007, la fusión entre Gas Natural y Repsol-YPF. Otra vez quedaba postergado el proyecto de la burguesía catalana de asentar el monopolio energético en Barcelona. En cuanto a Pemex, y así lo dijo, recelaba de una competencia entre petroleras, que no existe en virtud de que operan en mercados de abastecimiento diferentes. El trabajo en equipo y la mirada de largo plazo no son atributos de una mentalidad financiera.

Como Antonio Brufau no quiso curarse en salud ante el malestar del kirchnerismo y el acoso subrepticio de sus verdaderos competidores petroleros, sus accionistas se amotinaron, enzarzándose en un altercado que llegó hasta México y Argentina. Brufau atacó con su artillería pesada. En Madrid, corrió el bulo de que Pemex quería irse de Repsol-YPF, y que todo el ruido era un chantaje para cobrar compensaciones onerosas. Junto a la codicia imputó, según la rutina táctica ya empleada en el 'caso Lukoil', el riesgo de que desposeyeran de su “españolidad” a la compañía.

Las represalias de Brufau

En agosto de 2011, Antonio Brufau viajó al Distrito Federal para convencer a Suárez Coppel de que su asociación con la constructora era poco recomendable. “Los va a arrastrar a la quiebra”, aseguró, pero el CEO de Pemex se mostró inflexible. Partió a Buenos Aires, donde acusó a los mexicanos de estar maniobrando para “nacionalizar” YPF. Cristina Fernández de Kirchner creyó a Brufau y blandió la “acción de oro” contra los sublevados. A dos meses de las elecciones presidenciales, los enredos de Brufau la habían colocado en una situación embarazosa. A principios de septiembre, YPF convocó a los consejeros delegados de Pemex y de Sacyr Vallehermoso a una reunión urgente con Roberto Baratta, subsecretario de Coordinación y Control de Gestión del ministerio de Planificación. Lo que los accionistas tenían que declarar fue Gardel para sus oídos: “Queremos que Argentina pase de ser importadora a exportadora; que reduzca su factura energética a través del fracking”. Si Brufau no tenía previsto invertir en Vaca Muerta, ellos se asegurarían de que Repsol-YPF lo hiciera, designando un Consejero Delegado. Ante las buenas noticias, Fernández de Kirchner no se opuso al pacto, lo que explica el optimismo de Baratta en la reunión del directorio de YPF el 2 de noviembre de 2011.

Brufau contestó a la revuelta con más golpes bajos. También despachó a un agente desestabilizador, vulnerando la soberanía nacional y las leyes no escritas de la peculiar idiosincrasia mexicana. Ese agente era Fernando Ramírez Mazarredo y tenía el mandato de instalarse en México para hablar pestes de los mexicanos. Ramírez Mazarredo reúne los tres galones que más admira Brufau filas adentro: ex socio de Arthur Andersen, ex director general adjunto de La Caixa y ex vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Ramírez Mazarredo no llegó muy lejos: contratado en marzo de 2006 como director financiero de Repsol-YPF, debió de aparentar una renuncia por “motivos personales” en diciembre de 2010. Su partida ocurrió justo cuando se cerró el convenio entre Repsol-YPF y Sinopec. Estaban en juego 7.111 millones de dólares. Las fuentes mexicanas atribuyen a Ramírez Mazarredo un error en la conversión de divisas, lo que habría provocado su despido. Una fuente del mercado español asegura en cambio que Brufau “lo echó para que pudiera cobrar un 'paracaídas dorado', que si esperaba a principios de año, tenía una fiscalidad mayor a partir de ese momento”. Efectivamente, por cuatro años de trabajo, Ramírez Mazarredo fue indemnizado con 7,6 millones de euros. “Y lo sigue manteniendo —puntualiza la misma fuente— como bisagra en la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Por eso es que allí no prospera nada contra Antonio Brufau”.

Menos de un año después de su destitución millonaria, Ramírez Mazarredo reapareció en México representando los intereses de Repsol-YPF. Esta vez como asesor externo. Sus intrigas entre los partidos políticos y los medios de comunicación locales no fueron tan discretas como hubiera deseado Brufau. Y menos aún útiles para desacreditar el pacto entre Pemex y Sacyr Vallehermoso. El 10 de octubre de 2011, la revista 'Impacto' lo denunció. Con todo, Brufau supuso que, una vez sustituido Juan José Suárez Coppel al frente de Pemex, las aguas volverían a su cauce. La destitución sobrevino en diciembre de 2012 con la llegada del PRI al poder, pero el nuevo Gobierno había tomado nota del comportamiento de Repsol-YPF. Después de que Argentina expropiara YPF, el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación español perdió la memoria y buscó la ayuda de México.

En diciembre de 2011, el pacto entre Pemex y Sacyr Villahermoso estaba roto. Antonio Brufau, además de contar con el apoyo de gran parte de la prensa, sumó las circunstancias a su favor. El 21 de diciembre de 2011 expiraba el crédito contraído por la constructora para ajustar el coste de su ingreso en Repsol-YPF. En medio de la crisis, era poco probable que consiguiera una prórroga de 3 años. Brufau se esforzó para que Luis del Rivero no se asociara con nadie. El último intento fracasó en noviembre, cuando Essar, un grupo indio dedicado al sector energético, industrial y de telecomunicaciones, se batió en retirada. “Les dijeron que eran defraudadores en Canadá y en la India”, recuerda un experto en bolsa. “Nosotros hemos venido a comprar una participación en España. No a que nos monten un lío”, y se largaron, frustrando la refinanciación de Sacyr Vallehermoso.

Pemex no le quitaba el sueño a Brufau: con el triunfo de la oposición, Suárez Coppel tenía las horas contadas. La piedra en el zapato era Luis del Rivero. Brufau fabricó un Coup d´état tirando el cebo adecuado: a pesar de la deuda y de los roces, podía aflojarle a la constructora la soga de los acreedores siempre y cuando destituyeran a su presidente. Justo un día antes de la ejecución del crédito, y en cumplimiento del acuerdo adoptado por unanimidad en el Consejo de Administración del día 18 de diciembre, Repsol-YPF adquirió 122.086.346 acciones, correspondientes a un 10% de su capital social. Lo hizo pagando 2.572 millones de euros. Brufau compró a la banca la mitad de las participaciones que Sacyr Vallehermoso gozaba en la petrolera. En el canje de deuda por enemigo, pagó el mismo precio tasado en el préstamo. Brufau ganó un nuevo y determinante adepto. En octubre de 2011, Luis del Rivero se quedó sin trabajo, y aunque se resistió a salir de Repsol-YPF acabó borrado del mapa en diciembre de ese año. Su mano derecha, Salvador Font, responsable del área de Energía de Sacyr Vallehermoso, fue removido meses después.

Luis del Rivero era consejero de la petrolera desde finales de 2006; se desempeñaba como vicepresidente y vocal de la comisión delegada. Por ambición o por instinto de supervivencia, Del Rivero bregó para que Brufau enmendara su itinerario ejecutivo. Después, cuando la verticalidad del mando se mostró intolerante y obcecada, luchó para que el catalán desalojara el cargo. Pendiendo sobre su cabeza la espada de Damocles de la banca estadounidense, no se sometió por conveniencia a Brufau o a Fainé. Del Rivero los desafió y pagó las consecuencias. Su última embestida fue como reír el último. Al dormirse en Vaca Muerta y sacrificar financieramente las prioridades productivas, Brufau atrajo la expropiación. El paso definitivo en esa dirección lo dio al degradar la garantía que representaban para el Gobierno argentino el sentido común del pacto entre Pemex y Sacyr Vallehermoso.

El “descubrimiento” de Vaca Muerta

Con el nuevo liderazgo de Sacyr Vallehermoso en su puño, y la administración de Pemex procediendo con la cautela de los recién llegados, el otro movimiento de Brufau fue un acto de magia. Iba a resucitar Vaca Muerta. Sin amilanarse, afirmó que el yacimiento, situado en las provincias de Neuquén, Río Grande y Mendoza, era el “mayor descubrimiento de petróleo” de la historia de Repsol-YPF. Hubo dos impulsos coincidentes para montar la farsa del 7 de noviembre de 2011: Argentina participó en el escaparate, no para lucimiento de Repsol, sino para que esos competidores que, a lo largo de los años, explícita o implícitamente, habían prometido ordeñar aquella Vaca, recibieran el pláceme. Además —sobre todo—, dentro de dieciséis días se celebrarían elecciones presidenciales. Toda foto que huela a trabajo, dinero y prosperidad es bienvenida.

Del lado español, según dedujo Brufau, su “descubrimiento” de Vaca Muerta mandaba un mensaje doble. A sus contendientes: “Esta vaca puede ser de ustedes”, y a sus socios argentinos, volviéndolos a subestimar: “¿Queréis inversión? Estamos en ello”. Después, ya en paz, podría seguir pilotando los dividendos reportados por Repsol-todavía-YPF. Al acto de magia siguió un acto de fe: Brufau cruzaba los dedos para que, sin la tutela de Néstor Kirchner, su viuda se estrellara en las urnas. Su fracaso era vital para salvar el cuello. No hubo milagro: el 23 de octubre de 2011, Cristina Fernández de Kirchner logró 11.865.055 votos. Su rival más cercano, Hermes Binner, apenas 3.684.970. Lo que podía salir mal, salió peor.

Una vez reelectos, los argentinos aceleraron la recuperación de YPF. Los revolvía no sólo el ataque de Antonio Brufau al pacto entre Pemex y Sacyr Vallehermoso, también los indignaba lo que su antiguo amigo estaba haciendo a sus espaldas. Entre enero de 2011 y marzo de 2013, Brufau sostuvo 142 reuniones con directivos de la competencia. Sin consultarlo con el Gobierno de Argentina, ofreció el 51% de su patrimonio en YPF a 12 petroleras: a las canadienses Talisman Energy Inc y Petrominerales; a la noruega Statoil; a la china Sinopec; a la empresa minera Vale, de Brasil; a la angloholandesa Shell; y a las estadounidenses Anadarko Petroleum Corporation, Southwestern Energy, ConocoPhillips, Hess Corporation, ExxonMobile y Chevron. Es la memoria de actividades del CEO de Repsol-YPF que los expropiadores incautaron en su despacho.

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¿Qué estaba pensando Brufau? ¿De veras supuso que alguien más cometería el error de España al quedarse con YPF de aquella manera? Todas las petroleras con intereses extranjeros se miran en el espejo de Repsol. Ninguna iba a comprar, ni siquiera a precio de saldo, el rechazo popular y la enemistad política. Era como pillar en el mercado negro lo que pronto podría adquirirse legalmente.

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(Próximo capítulo: Antonio Brufau y la extraña compra de una empresa rusa)

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