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MERCADO LABORAL

La crisis ha destruido ya más empleo en la industria que la reconversión de los años 80

Manifestación este viernes de la plantilla de la fábrica de Alstom en Barcelona en demanda de mejores condiciones laborales.

Mucho se ha hablado del desplome de la construcción durante la crisis, del millón de personas que el pinchazo de la burbuja del ladrillo ha dejado sin trabajo. Y muy poco de la “gran olvidada”, la industria, en palabras del economista Jorge Blázquez Lidoy. Desde 2008 el sector ha destruido 940.500 empleos asalariados, lo que significa superar en seis años las cifras alcanzadas durante toda una década de reconversión industrial, la poda brutal de capacidad productiva que se llevó por delante desde 1976 hasta 1985 un total de 813.000 puestos de trabajo, según los registros de la Encuesta de Población Activa (EPA).

Desde el comienzo de la crisis la industria ha sufrido una caída de actividad del 30%, apunta Blázquez Lidoy, de Economistas frente a la Crisis. Y una pérdida de empleo del 35%, añade Juan Carlos Álvarez Liébana, responsable de Política Industrial de la Federación de Industria de CCOO. Desde 1985, cuando equivalía al 25,4% del PIB español, la industria ha encogido 12 puntos porcentuales su participación en la economía nacional.

En los años 80, la reconversión se cebó en la industria pesada, en los conglomerados de mayor tamaño, que empleaban a grandes plantillas y necesitaban mucho capital. Fue un proceso dirigido desde el Gobierno. Su objetivo era reducir el sector público, hasta la desaparición del Instituto Nacional de Industria (INI) en 1995. Y se concentró en zonas muy determinadas: Asturias, Bilbao, Sagunto, Ferrol, Cartagena y Cádiz. Siderurgia, construcción naval, bienes de equipo, minería, fundamentalmente, fueron pasto de la cirugía modernizadora exigida por el mercado, la Unión Europea y la OCDE. “Fue un proceso mucho más evidente y que provocó grandes movilizaciones”, recuerda Jorge Blázquez.

Decadencia silenciosa

Por el contrario, la crisis actual está matando la industria de forma mucho más sigilosa, aunque el resultado es igual de dramático. El sector secundario español se ha especializado en tecnologías de nivel medio y bajo, por lo que sufre la competencia de los países emergentes, una batalla que va perdiendo. Blázquez Lidoy y Álvarez Liébana coinciden en que la industria nacional no puede competir en sectores donde “el salario lo es todo”. “No tiene sentido, por poner un ejemplo, fabricar ruedas para competir con México”, explica el economista.

Además, la industria no se ha beneficiado del tirón de las exportaciones, lamenta Jorge Blázquez, precisamente el sector que el Gobierno publicita como el motor que va a sacar a España de la crisis. “Hasta 2011 la producción industrial y las exportaciones crecían al mismo ritmo, pero desde entonces se han desvinculado por culpa de la caída de la demanda interna”, argumenta. El dirigente de CCOO recuerda que, al igual que el resto del tejido empresarial español, la industria está compuesta en un 90% por compañías pequeñas y medianas, a las que les resulta más difícil vender en el exterior. Por culpa de su tamaño también son las que más han sufrido el cierre del grifo del crédito, consecuencia del desplome financiero y aún sin resolver pese al rescate europeo.

Hay más factores. La crisis del sector privado y los recortes del gasto público han cercenado las inversiones en I+D+i. Álvarez Liébana resalta que la Unión Europea triplica el capital que España destina a esta partida, fundamental para competir en el exterior con algo más que los bajos costes de producción. Lastrados, a su vez, por los precios de la energía: si en Francia el kilovatio cuesta nueve céntimos, en España llega a los 14.

Finalmente, destacan ambos, la guinda del desastre la ha puesto la reforma laboralla reforma laboral. Muchas empresas han decidido enfrentarse a la crisis aumentando la productividad “a costa del empleo”. Ni mejorando la organización del trabajo, ni apostando por el desarrollo tecnológico o por la eficiencia energética, protesta el responsable sindical. La reforma facilitó y abarató el despido en plena recesión, así que “se despidió más”, resume Blázquez Lidoy. Desde 2012, cuando se aprobaron estos cambios en el Estatuto de los Trabajadores, se han destruido 185.100 empleos en el sector, según la EPA. La consecuencia es que la industria española ha ganado un 22,38% de productividad desde 2008, cuando el resto de la UE no ha superado el 6%. “Para atenuar el impacto de la crisis”, contrapone Álvarez Liébana, “en Europa se perdió productividad repartiendo el trabajo”. Es decir, primando las medidas de flexibilidad interna –reducción de jornadas, suspensión de contratos–.

Trenes por coches en Detroit

Jorge Blázquez lo corrobora. Mientras en Francia la producción industrial cayó con la crisis pero después ha recuperado sus niveles previos, en España el tejido industrial, sencillamente, ha desaparecido. “La industria que se pierde no se recupera”, sentencia. Y pone como ejemplo lo ocurrido en Detroit, ciudad fabril por antonomasia, durante décadas la capital del motor y desde el pasado julio la primera gran urbe de EEUU que se declara en quiebra. Un proyecto para sacarla del declive cambiando la fabricación de automóviles por la de trenes fracasó por la falta de trabajadores cualificados. “Es un problema de conocimiento, de know-how”, sostiene el economista. Otro tanto ocurre en España, donde faltan titulados en Formación Profesional y cuadros técnicos. Según la OCDE, sólo el 22% de los españoles tienen un nivel medio de calificación, frente al 47% de la UE. Y de ese 22% únicamente un 8,4% posee el título de FP de grado medio. La media de la OCDE es del 33,5%. En Alemania llegan al 56%.

Pero no sólo son empleos altamente cualificados, sino de mayor calidad, más estables. Frente a la temporalidad y precariedad de los contratos en el sector servicios –en el comercio, en la hostelería– el capital humano vale más en la industria. La alta cualificación tiene su precio. Además, cada uno de ellos genera entre 2,5 y tres empleos indirectos. “Un país de servicios no nos permitirá mantener nuestro nivel de vida, no tendremos el mismo valor añadido ni la misma riqueza sin una industria potente”, advierte Juan Carlos Álvarez, “la construcción no se puede exportar”.

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No hay política industrial

El problema que ven el economista y el sindicalista es que en España nohay política industrial desde hace años. Y pese a que el Gobierno presume del aumento de las exportaciones, al mismo tiempo reduce el presupuesto del Instituto de Comercio Exterior (ICEX) un 23,6% en dos años. No obstante, Blázquez Lidoy y Álvarez Liébana ven bien las ayudas públicas al sector automóvil, los planes PIVE para incentivar la demanda. “Cada euro que se da como subvención a la industria, repercute en las arcas públicas multiplicado por dos o por cuatro”, explica el responsable de CCOO, “vía impuestos y tasas, pero también beneficia a las empresas auxiliares, al comercio…”. Toda la cadena.

En Corea, cuenta el economista, el Gobierno elige los siete u ocho subsectores que considera con mayor futuro y se les apoya. En España, el Ministerio de Industria tiene identificados también aquéllos que más crecen y más exportan: el farmacéutico o el ferroviario. Aunque el dirigente de CCOO no tira la toalla tampoco por los denominados sectores “maduros”, los tradicionales: la construcción naval, la siderurgia. Lejos de estar obsoletos, dice, poseen aún “capacidad de desarrollo y generan un valor añadido nada desdeñable”. La de máquinas herramientas y la de componentes del automóvil, añade por su parte Jorge Blázquez, también se encuentran entre las más potentes de Europa.

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