Brasil

Mundial, lo que las televisiones brasileñas no emiten

Indígena brasileño en la sesión inaugural del Mundial.

Había salido escaldada, tras los sonoros pitidos que recibió el año pasado durante la ceremonia inaugural de la Copa Confederaciones, por lo que la presidenta Dilma Roussef lo tenía claro: la ceremonia de inauguración del Mundial sería de perfil bajo. Ni ella ni el impopular Joseph Blatter, presidente de la FIFA, pronunciarían discurso alguno, un hecho inédito en la historia del Mundial. Sin embargo, no ha bastado.

En esta ocasión, desde las gradas a las que solo tenía acceso la élite brasileña –la mitad del público había sido invitado por los patrocinadores- los asistentes no se contentaron con abuchear a la jefa de Estado. Gritaron, en tres ocasiones, “Ei, Dilma, vai tomar no cú”, literalmente “Eh, Dilma, vete a tomar por culo”, una de los peores insultos machistas que se puede oír en Brasil, mucho más vulgar que el “Fuck you” norteamericano.

La presidenta, flanqueada por Blatter y su hija Paula, permaneció impasible. Las redes sociales ardían. Los rostros más conocidos de la televisión, que cuentan con un público muy fiel, también difundieron el sonido y las imágenes. Los editorialistas se debatían entre tratar de explicar las dificultades políticas a las que debe hacer frente Dilma Roussef y la incomodidad de justificar la grosería de un público acostumbrado a protestar contra la “falta de educación de su gente”.

El mismo silencio de la presidenta fue muy criticado, mientras que sus partidarios echaban mano, con gran astucia, del eslogan, apropiándoselo a modo de reivindicación y de motivo de orgullo. Publicaron un montaje a partir de foto hallada hace ahora dos años, gracias una biografía de la presidenta, en la que se podía ver a una joven Dilma de 22 años, guapa y resuelta, durante una sesión de un juicio militar.

En ella, aparece Dilma después de varios días de torturas, mirando desafiante al fotógrafo oficial que inmortaliza el momento. En segundo plano, sus jueces, militares, disimulan su rostro tras la palma de la mano. A derecha de la foto, se puede leer: “Hubo un tiempo en la que a esa mujer le dieron por culo mientras que tú, tus padres, tus abuelos, moríais de miedo antes que abrir la boca para protestar”, en alusión a las torturas infringidas a la joven militante y a aquellos que, pese a ser consciente de ello, nunca criticaron la junta militar entonces en el poder.

Tras haber heredado el regalo envenenado de la Copa del Mundo de fútbol, obtenida en 2007 por su predecesor Luiz Inacio da Silva en un periodo de euforia económica y social, Dilma Roussef se ha sometido sin cuestionarlo a todas las exigencias de la FIFA y ha llegado a militarizar las ciudades que albergan la competición, para acabar con cualquier veleidad de manifestación.

Mientras que, en la calle, los habitantes del barrio del estado de Itaquerao, constituido en su mayoría por hogares de rentas muy modestas, aplaudían a la presidenta a su llegada, aunque no tenían ninguna posibilidad de acceder a las tribunas, los invitados del Gobierno y de la FIFA la insultaban de la peor manera posible. 

Este episodio es muy representativo del proceso de radicalización que atraviesa Brasil, que clama contra las políticas sociales puestas en marcha por los Gobiernos de Lula y Dilma. Las escenas de torturas y de ejecución de los sin techo o de los maleantes se multiplican, mientras que en el Congreso, cada vez cala más la reivindicación de que se rebaje la edad penal.

Los brasileños y el mundo entero vieron a un Dilma Rousseff humillada. Pero nadie, o casi nadie, pudo ver el acto valiente de un indígena guaraní, pese a estar situado en el centro del césped, pocos minutos antes del saque. Al término de una ceremonia inaugural monótona –la incapacidad de la FIFA para sacar partido a la brillantez brasileña a la hora de organizar fiestas masivas sigue siendo todo un enigma–, tres adolescentes entraron en el terreno para lanzar palomas que simbolizan la paz. Un blanco, un negro y un indígena con una cinta de plumas en la cabeza: la imagen, políticamente correcta, ha dado la vuelta al mundo.

Las cadenas de televisión prefirieron no emitir el segundo que siguió a la liberación de los pájaros. Wera, de 13 años, que vive en la localidad indígena de Krukutu, en el sur de la ciudad de São Paulo, enarboló una pequeña banderola sobre la que se podía leer “demarcación”, en alusión al retraso del Gobierno a la hora de proteger las tierras de sus ancestros, de las tribus indígenas.

Este acto reivindicativo se decidió hace un mes, cuando los organizadores del Mundial pidieron a los guaranís de la ciudad que enviara a uno de los suyos. La censura de las televisiones no sorprendió a los indígenas, tal y como reconoció Fabio Jekupé, líder de Krukutu al semanario Carta Capital: “Las televisiones no quieren que se vea, solo quieren hablar de la existencia de paz entre los pueblos para decir que todo va bien, pero no es el caso”.

Sin demarcación oficial, las tierras ancestrales situadas cerca de metrópolis, que registran una urbanización galopante o de tierras fértiles que atraen la avidez de los grandes propietarios, se ven amenazadas. Las primeras demarcaciones de reservas, situadas en La Amazonía, apenas eran disputadas, pero la situación es mucho más tensa en el oeste y el sur del país, donde la especulación inmobiliaria avanza a buen paso. La tensión aumentó varios grados el año pasado, cuando el Gobierno informó que se planteaba retirar a la Funai, la agencia gubernamental que se ocupa de las cuestiones de los pueblos indígenas, la responsabilidad de demarcar las tierras. Brasilia quiere también fundir los ministerios de Agricultura y de Reforma agrícola para que tasara estas tierras.

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Los indígenas denuncian el abandono que sufren por parte del Gobierno central. En estos últimos 20 años, la presidenta Dilma Roussef es la que menos tierras ha concedido a los indígenas. Según la Funai, Fernando Henrique Cardoso (presidente de 1995 a 2002), les otorgó 145 tierras (41 millones de hectáreas) y su sucesos Luiz Inacio Lula da Silva (2003-2010), 84 tierras (18 millones de hectáreas); en dos años en el poder, Dilma homologó 10 tierras, es decir 966.000 hectáreas. El conflicto en torno a la presa de Belo Monte, que podría suponer el desplazamiento de 20.000 indígenas, no ha mejorado mucho las cosas.

Al término de la ceremonia de inauguración del Mundial de fútbol, todo el mundo se preguntó lo que la presidente Dilma Rousseff estaría pensando al escuchar cómo la gente la insultaba. Les habría gustado saber en qué pensó al ver al joven indígena. Si lo vio.

Traducción: Mariola Moreno

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