Francia

Una monarquía neoliberal

Una monarquía neoliberal

François Bonnet (Mediapart)

¡Y ahora llegan los secretos de alcoba! No falta detalle en esta secuencia política que se parece bastante a un verdadero descenso a los infiernos, iniciado con el primer Consejo de Ministros celebrado tras el parón vacacional, el pasado 20 de agosto. Una secuencia que rediseña por completo la Presidencia de François Hollande y, con ello, la tercera experiencia de la izquierda en el poder durante la Quinta República. Secretos de alcoba, amoríos del presidente, vida en pareja, vida privada y vida pública, toda una mezcla explosiva. Nicolás Sarkozy hizo suya, sin disimular, la puesta en escena pública de esta ecuación privada, que no influyó en su derrota de 2012 y el rechazo visceral a su figura.

François Hollande ha vuelto a caer en la trampa, él que también asumió completamente estas instituciones monárquicas donde el rey en su palacio del Elíseo reina y vive con su corte y sus cortesanas. Habría podido romper con esta práctica deleznable –De Gaulle nunca se prestó a ello–, y eligió asumir la herencia de su predecesor... Puesto que François Hollande quiso que Valérie Trierweiler fuera bautizada como “primera dama” de Francia –así figuraba en la página web del Elíseo, donde se recogían sus “actividades” y la Presidencia llegó facilitarle un despacho y a personal–, se exponía conscientemente a que el hombre privado saliese a la luz y de que su “miserable puñado de secretos” invadiese el debate público hasta convertirse en asunto político.

Medir las intenciones reales o supuestas de Valérie Trieweiler, la sinceridad o el ajuste de cuentas, la veracidad de los hechos relatados, no tiene mayor interés que el de alimentar la mediocridad de un folletín, al más puro estilo de los reality shows, que nos atrapa en la sordidez ridícula de las confesiones más íntimas. Consideremos solo las consecuencias políticas de este libro –titulado Merci pour ce moment [Gracias por este rato], un titular más propio de Marc Lévy...–, son devastadores. Por tres razones.

En primer lugar por lo que afirma la excompañera sentimental del jefe del Estado. No hay razones para interesarse por él ni por darle crédito alguno si estos propósitos no vinieran a completar y confirmar lo que ya se ha dicho de François Hollande. La indiferencia del hombre, la escasa sinceridad incluso la mentira, la distancia y el cálculo en términos de oportunidad, el trasfondo. Hasta ahí, nos encontramos ante un comportamiento habitual en los políticos, pero se trata también de lo que han contado y escrito responsables políticos, ministros destituidos en marzo tras la caída de Jean-Marc Ayrault, colaboradores del Elíseo tras dejar el cargo o incluso la ministra Cécile Duflot, en su reciente libro De l'intérieur.

Nos gustaría reírnos, y sobre todo, ignorar los comportamientos privados del jefe del Estado si no hiciesen alusión a algunos de sus comportamientos públicos en esta otra relación, la que mantiene con la opinión pública y muy particularmente con el electorado de izquierda y sus representantes. Del pequeño adultero burgués, figura clásica del vodevil de baja gama del que nos encantaría pasar, el eco de este libro –porque su aparición llega en un momento crucial del quinquenio socialista- tiene implicaciones políticas más importantes en la que entran en juego la forma de gobernar, las instituciones, el control democrático y la sinceridad de la palabra de los representantes públicos.

El candidato del “Yo presidente” no ha respetado sus principales compromisos, el primero de ellos consistente en dirigir una “Presidencia normal”. Acostumbrado a las críticas de las instituciones, perfecto conocedor de las locuras de la Quinta República, de una Presidencia fuera de control, François Hollande ha optado por utilizar todos los recursos a su alcance hasta hipertrofiar un poco más esta función presidencial, motor de la profunda crisis de legitimidad por la que atraviesa la representación política. El “accidente Trierweiler” nos recuerda que conserva esta figura de “primera dama” creada por Nicolás Sarkozy, afortunadamente inexistente en el resto de democracias europeas (¿quién es el señor Merkel?, la canciller siempre ha querido mantenerlo al margen de su vida privada).

Podría haberse visto reducido a una mera anécdota. Sin embargo, esta primera decisión era el primer paso de otras que se enmarcan en una práctica radical de las instituciones. Por ejemplo, no ha hecho nada por cambiar la forma en que se llevan a cabo los nombramientos. François Hollande favoreció a personas de su entorno y se impuso en contra de la mayoría parlamentaria –al nombrar a Jacques Toubon como Defensor de los derechos, pese a lo controvertido de la decisión–. Y no cambió nada a la hora de utilizar todos los recursos constitucionales que permiten la concentración de poderes.

François Hollande decidió sin consultarlo con nadie, sin someterlo a debate ni votación, iniciar dos guerras (Mali y Centroáfrica). También quería desencadenar una tercera guerra él solo (el bombardeo en Siria). También optó por renunciar a renegociar el tratado europeo él solo –la mayoría parlamentaria tuvo que darle su respaldo al verse contra la pared–. También solo –y sin que mediase consulta gubernamental o parlamentaria alguna- decidió iniciar el gran giro de la legislatura al anunciar en enero el ya famoso “pacto de responsabilidad”.

Clásicamente neoliberal

Por tanto, estamos ante un presidente monarca. Puede decirse que no es nada nuevo. Se trata sin embargo de una novedad que deja estupefactos si se tiene en cuenta que Hollande fue elegido presidente de la izquierda (incluso de las izquierdas, ya que pidieron el voto para él). Esta izquierda que en su inventario, aunque incompleto, de la época de Mitterrand tiene en el haber la práctica ya monárquica del autor del Coup d'État permanent. Esta izquierda que desde hace años se muestra crítica sobre la peligrosidad de las instituciones de la Quinta República y la necesidad de evolucionar o de encaminarse a una VI República. El objetivo no es otro que el de acabar con esta representación hipertrofiada del jefe que, de paso, legitima todas las visiones autoritarias y antidemocráticas del Frente Nacional.

Para sorpresa del presidente monarca, del que el libro de Valérie Trierweiler pretende dar a conocer algunos aspectos, crece la estupefacción entre buena parte de la opinión pública (y no solo del PS) frente a la magnitud y el brutal giro político que se vive desde hace tres semanas. Solo en Francia se puede dar este viraje sin que el jefe del Estado, al amparo del Elíseo, tenga que iniciar simultáneamente un proceso de mediación (consultas, debate, explicaciones) y de relegitimación (mediante el electorado, el partido mayoritario o el Parlamento). Así sucedió con Tony Blair y su tercera vía, con Gerhard Schröder y su agenda 2010. Incluso mientras permanecían en el poder, los dos hombres optaron no por dar explicaciones a posteriori sino por convencer a priori.

Así, el presidente monarca decidió liberarse de cualquier tipo de cortapisa. En esta rentrée 2014 por encima de la borda fueron los compromisos de campaña, el programa inicial, la mayoría parlamentaria y, lo fundamental, los electores que le habían elegido. Los recursos de que disponen las instituciones harán que los diputados entren en verada (Valls va a obtener sin mover siquiera un dedo la confianza necesaria en su declaración de política general que tendrá lugar a partir del 16 de septiembre), lo mismo que el Partido Socialista (“Necesito un partido que esté al unísono de lo que propongo”, dijo Hollande). En cuanto a los electores, solo podrán pronunciarse en 2017, con la amenaza latente del Frente Nacional a las puertas del poder...

“Soy y sigo siendo socialdemócrata” ha reafirmado François Hollande. Los medios de comunicación se preguntan: ¿socioliberal, de verdad? No realmente y los últimos días habrán permitido al menos clarificar la naturaleza del nuevo curso político que ahora comienza. “Valls es un liberal conservador”, dice Phillipe Marlière, que ha participado en el lanzamiento de los “socialistas afligidos”. Este poder no ha roto en nada con “el nacional liberalismo”, explica el investigador Jean-François Bayart en una entrevista concedida a Mediapart.

Esta política es simplemente neoliberal. Y el nuevo poder acaba de pregonarlo alto y fuerte echando por tierra algunos pilares de un programa tradicionalmente de una izquierda clásica de gobierno.

- En primer lugar, las 35 horas y el proceso de reducción de la jornada laboral, en lo sucesivo denigrado por Emmanuel Macron, este brillante banquero sin más legitimidad política que la de haber sido elegido por el presidente monarca para ocupar el puesto de ministro de Economía. Todos estos viejos dogmas cansan al nuevo ministro.

- Segundo, la desreglamentación más amplia del mercado laboral bajo el pretexto de atreverse con las rentas (reales) de algunas profesiones protegidas.

- Tercero, el trabajo dominical y la urgencia por liberalizarlo. Años de luchas sindicales y de declaraciones de compromisos del PS, borrados de un plumazo.

- Cuarto, los umbrales sociales y la organización de la representación de los asalariados en la empresa. Ahí, la desregularización prevista espanta a sindicatos y a la izquierda.

- Quinto, el fin de los alquileres públicos anunciado a bombo y platillo por Manuel Valls. Además de la bofetada asestada a Cécile Duflot y a su ley –votada por unanimidad de la izquierda-, supone abandonar un reclamo tradicional de los socialistas (la adopción de la ley Mermaz dirigida a controlar la evolución de los alquileres fue uno de las principales batallas parlamentarias de finales de los 80).

- Sexto, el anuncio del control de los parados y la recuperación indirecta del tema preferido por la derecha “la caza a los defraudadores”.

“Hay que reconsiderar uno de los actos reflejos de la izquierda, que considera que la empresa es el lugar de la lucha de clases y de la desalineación profunda de los intereses”, decía Emmanuel Macron. “Me gusta la empresa”, reclama Manuel Valls ante representes franceses de la patronal, sin ni siquiera referirse a los asalariados que la hacen posible. Son solo dos ejemplos tipo de los cánticos del neoliberalismo, de ordinario entonado por la derecha clásica. Y vendrán otros, que no nos quepa la menor duda, mientras Manuel Valls está impaciente por pasar página de lo que llamaba durante las primarias socialistas de 2011, “el socialismo del siglo XIX y del siglo XX”.

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